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ENTREVISTA

Luis E. Íñigo Fernández, escritor: “Cada vez que los políticos tocan la historia siempre es con mala intención”

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Javier Ramajo

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Luis E. Íñigo Fernández (Guadalajara, 1966) tiene una vinculación más profesional que familiar con Andalucía. Especialista en “los partidos de centro” de la Segunda República española, ha frecuentado Priego de Córdoba para estudiar y hablar sobre Niceto Alcalá-Zamora, presidente entre 1931 y 1936. “No en todas partes te reciben igual de bien que en Andalucía”, comenta. En 'Historia de los perdedores. De los neandertales a las víctimas de la globalización' (Espasa) repasa el devenir de muchos pueblos, etnias, clases sociales y colectivos humanos que han resultado maltratados, calumniados y olvidados hasta en dos ocasiones: por la propia historia y por aquellos que la han contado.

Los neandertales, los campesinos egipcios, los esclavos romanos, los herejes cristianos, los bárbaros, los judíos, los templarios, las brujas, los nativos americanos, los contrailustrados, los obreros, los pueblos coloniales, los ancianos, los homosexuales, las mujeres. La lista histórica de 'perdedores' es larga. ¿Quiénes serán los próximos? Charlamos con este doctor en Historia Contemporánea por la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED), inspector de educación y profesor del Centro de Estudios Magíster, autor también de más de una veintena de libros, entre ellos también 'Breve historia de la ciencia ficción', la única monografía en español que analiza la evolución del género en todas sus manifestaciones. No es el caso que nos ocupa.

La historia la escriben los vencedores. ¿Cierto? ¿Siempre?

La mayor parte de las veces es cierto y la escriben porque tienen necesidad de justificarse. Parece que el ser humano necesita no solo ganar sino demostrar que ha ganado merecidamente. Como dicen los castizos, lo bueno no es hacer algo sino contarlo. Lo mismo pasa con la historia. Lo que sucede es que a veces luego la reescriben los perdedores, y hay ejemplos evidentes hoy en día. Es decir, la historia de la Segunda República, por ejemplo, claramente la escribieron los vencedores en la Guerra Civil, pero luego la han reescrito después los perdedores, sobre todo ahora en los últimos tiempos. O la historia de los pueblos indígenas americanos. Ahora se ve cómo hay un resurgir del indigenismo y una especie de vindicación contra los conquistadores, derribando estatuas, etc. Es como la venganza de los perdedores.

En ese contexto al que ha aludido, ¿qué opinión le merece la cuestión de la memoria histórica en España?

Yo soy muy crítico, porque me parece que la memoria histórica, y es una opinión, no tiene el objetivo que se dice. La Transición se construyó sobre sobre olvidos y perdones, y gracias a eso edificamos un consenso sobre el que alternarse en el poder la izquierda y la derecha como en cualquier país civilizado, sin problemas. La memoria histórica viene a alterar ese consenso, porque claramente tenía una finalidad, en mi opinión, deslegitimadora de la derecha, y eso rompe las reglas de juego, rompe el consenso. Lo tenía en esa primera versión de Zapatero y ahora, con la Ley de Memoria Democrática, pues se agudiza porque se ve la pluma de Podemos ahí. Esto es opinable, por supuesto, pero yo creo que la historia hay que dejársela a los historiadores, y que no se lea en esto corporativismo de ningún tipo, pero cada vez que los políticos tocan la historia siempre es con mala intención.

¿Por qué cree que no todos los historiadores son totalmente honestos con el relato de lo que acontece?

Los historiadores son humanos y la falta de honestidad se debe muchas veces a la ambición profesional, al deseo de congraciarse con el poder, de recibir prebendas. Cuando se hablaba en los años 60 del intelectual comprometido, de izquierdas, yo siempre he pensado que el intelectual tiene que estar comprometido consigo mismo, es decir, con su honestidad y con el rigor, y decir y explicar en sus libros lo que honestamente interpreta de las fuentes, de todas las fuentes, no solo de las que te interesan y no mirar a las demás. Y esto es muy incómodo para uno mismo porque a veces ves cosas que no encajan con tus ideas o con tu teoría, pero hay que aceptarlo. Cuando era profesor decía siempre los alumnos que a la historia hay que acercarse como el musulmán entra en la mezquita: hay que dejar las zapatillas fuera. La ideología hay que dejarla fuera. Todos la tenemos, pero hay que intentar que no influya sobre nuestro trabajo y, sobre todo, no vendernos, porque siempre es una tentación, y actuar como intelectual para el poder es mucho más rentable y se vende mucho más, evidentemente, que si uno trabaja en la soledad lejos del poder. El poder es muy calentito pero fuera hace mucho frío.

Yéndonos a grupos concretos de los que habla en su libro, ¿cómo cree que ha afectado la pandemia a esa ambigüedad que relata en el capítulo de la consideración de los mayores durante la historia? ¿Ha cambiado un poco esa percepción de los mayores en los últimos tiempos?

Yo creo que, como todo en esta sociedad, ha habido un poco de pose también en esto. El libro es muy militante en ese capítulo y hace un recorrido por la historia de los ancianos desde el principio, lo mismo que se hace luego con los homosexuales o con las mujeres para ver la distinta consideración que han tenido a lo largo del tiempo. Pero cuando llega el presente soy muy crítico porque creo que somos muy injustos con nuestros mayores: cerramos los ojos ante lo que es una persona mayor, que no es más que una persona más y quiere enamorarse, quiere divertirse, quiere vivir y quiere hacer cualquier cosa que queramos los demás. Es muy injusto decir que lo que les gusta a los mayores es estar entre ellos y hablar de sus cosas y amontonarlos en residencias de ancianos, que realmente son morideros donde se va a esperar que pase el tiempo hasta que llegue la hora de la muerte. Mientras que el anciano en la sociedad tradicional era una figura de referencia al que se escuchaba porque la experiencia se valoraba, en esta sociedad actual de cambio acelerado y que además rinde culto al cuerpo como si fuera una maravilla, como hedonismo, los mayores representan todo lo contrario de eso: no huelen bien, no son agradables a la vista, no están cachas. La pandemia lo que ha hecho es agudizar eso más todavía, porque nos hemos dado cuenta de lo que son las residencias realmente y qué estamos haciendo con ellos. ¿Vamos a hacer algo? Seguramente no, pero se nos ha llenado la boca de decir que lo primero que hay que hacer es proteger a los mayores. ¿Protegerlos de qué, si los tenemos abandonados realmente? 

En cuanto a las mujeres, escribe usted una frase contudente en ese capítulo: “La humanidad ha dilapidado la mitad de su población a lo largo de la historia”.

Sí, absolutamente. La mujer siempre ha estado a la sombra de un hombre. Siempre ha sido o esposa o madre o hija o hermana de un hombre. Incluso el hombre más pobre ha tenido siempre una mujer, o varias, sometidas a él. La mitad de la humanidad la hemos desperdiciado porque esas mujeres no han podido desarrollar su talento y trabajar en beneficio de la humanidad de otra manera, es decir, de la misma manera que los hombres. Y eso se ha tardado mucho en lograr. El feminismo ha sido una revolución muy lenta, muy paciente y pacífica, y esa es su grandeza, y realmente hasta hace poco no había cosechado el fruto que tenía que cosechar. Todavía queda muchísimo por hacer en la gran mayoría del planeta porque tendemos a pensar que las mujeres están en todas partes como están aquí y, desde luego, nada más lejos de la verdad. Lo que quería trasladar es que tenemos un talento todos como seres humanos y no podemos desperdiciar a la mitad de la humanidad.

También se pregunta por el futuro del feminismo. Si no hay sólo dos formas de sentirse humano, si está por disolverse el dualismo de género, ¿qué futuro le espera al feminismo?

Pues está claro que tendrá que replantearse cosas porque ya no se puede plantear solo como una igualdad de derechos de un género respecto a otro sino de todas las formas de sentirse humano respecto al sexo, desde los que son dualistas, heterosexuales, bisexuales, transexuales, intersexuales, asexuales, etc. Todas esas son realidades que han existido siempre pero de las que no se ha hablado. Se asumieron de forma mucho más natural en Mesopotamia, en Grecia o en Roma que ahora, que parece que todo el mundo se ha vuelto loco. Esto siempre ha existido y se ha reprimido mucho a lo largo de la historia, sobre todo a partir de la evolución del cristianismo. No al principio, porque el cristianismo lo que hizo fue mirar para otro lado en relación con las prácticas sexuales alternativas o la homosexualidad, que se toleró en las órdenes religiosas durante mil años por lo menos, sino que fue a partir del momento en que la Iglesia empezó a ejercer conscientemente como estructura de poder en la plena Edad Media, cuando empezó la persecución de cualquier disidencia social: los herejes, las brujas, los homosexuales, etc. A partir de ahí, la vida de las personas con una orientación sexual distinta de la mayoría se hizo mucho más difícil.

Dice que en las sociedades occidentales hay “residuos de homofobia” pero estamos viendo que cada vez hay más delitos de odio. ¿Se es más sensible ante ello o también cree que hay algo de pose?

Ahora se está insistiendo mucho, y además con el apoyo del poder, en una lucha efectiva por la igualdad a todos los niveles. Eso hay gente a la que le molesta y eso genera cabreo que muchas veces despierta también violencia, además en una época de crisis donde las seguridades son cada vez menores. El fenómeno de la globalización y el cambio acelerado hacen que las identidades se diluyan y que mucha gente abrace lo que puede para seguir adelante con su vida. En esos procesos, mucha gente se agarra a la identidad y se vuelve hipernacionalista o fanático religioso, o incluso se vuelve feminista y exagerado. Todas las ideologías están bien siempre que no sean radicales, y mucha gente reacciona con violencia, que en el fondo es una manera de proyectar hacia fuera lo mal que uno se siente consigo mismo. La violencia, la intolerancia y el odio creo que se deben a ese tipo de fenómenos psicológicos.

¿Ha dudado en incluir a algún colectivo 'perdedor' más en su libro?

Podría haber metido más de la historia de España, pero bueno, eso lo dejo para otro. Al único que incluyo es a Carlos V, que es una figura que me enternece también. ¿Cómo puede ser un perdedor si era el dueño de Europa? Lo cierto es que él llegó al trono con el sueño de ser el señor de una Europa cristiana, unida y en paz, y lo que se encontró fue enemigos por todas partes y 40 años de guerra continua. Y acabó retirándose en Yuste, absolutamente desencantado con el mundo. Esa figura de Carlos V crepuscular, ya muy mayor, sentado al fuego, oyendo misa desde su habitación, a mí me conmueve porque es la quintaesencia de un perdedor en realidad.

¿Cuáles cree que podrían ser los próximos perdedores y cuáles considera que han sido los perdedores más machacados?

Posiblemente hayan sido los judíos y las brujas, y también las mujeres, lo que ocurre es que formaban una mayoría silenciosa y muy sumisa porque estaban educadas para eso, como decía, durante la mayor parte de la historia. Pero es verdad que los más machacados serían los judíos y las brujas, sobre todo las brujas durante tres siglos en la Europa moderna, no en la Europa medieval como mucha gente cree. Y los judíos siempre, aunque ahora podríamos decir que se han resarcido y no son precisamente perseguidos, más bien al revés.

Los grandes perdedores ahora los crea la globalización y los tenemos aquí alrededor, es decir, son nuestros primos, nuestras hermanas, nuestros hijos, toda la gente que pierde su empleo porque su empresa se deslocaliza y se va a Marruecos o se va a China. La globalización tiene sus ganadores, evidentemente, y el libro intenta ser equilibrado en todo momento y hay 2.000 millones de personas en China, en la India, en muchos otros países que son mucho más ricos ahora y antes eran pobres de solemnidad, pero eso es un proceso al que los políticos tendrían que prestar atención, porque no se debe dar por sentado que ese sacrificio sea justo.

Es evidente que a nivel de la humanidad es bueno, pero los perdedores están aquí y eso genera además un caldo de cultivo muy positivo para el desarrollo de ideologías populistas y radicales, como estamos viendo con Trump en los Estados Unidos o con el Brexit, o con el proceso catalán o fenómenos como Vox y Podemos, o los movimientos autoritarios de Hungría o de Polonia, que tienen todos una raíz parecida. El desencanto de esas clases medias-bajas que están perdiendo sus empleos, que están viendo cómo su nivel de vida baja, y se abrazan a un clavo ardiendo buscando respuestas y soluciones en recetas sencillas que siempre son muy peligrosas. Los años 30 del siglo pasado se parecieron mucho a esto y ya sabéis cómo acabaron.

Cerrando un poco el círculo, ¿los perdedores nunca van a poder escribir la historia?

Pues nunca se sabe, hay que tener esperanza. No te voy a decir que hay una justicia inmanente en el universo pero sí es verdad que en esta sociedad hay más afán de justicia que nunca, de alguna manera. Es verdad que muy mediatizado a veces por los intereses políticos, pero desde luego yo creo que los perdedores de hoy sí pueden esperar que se reescriba su historia.

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