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Patricia Simón: “La ciudadanía está agotada, pero la resignación no es propia de los humanos”

Patricia Simón Carraso, octubre 2021

Alejandro Luque

24 de abril de 2022 20:22 h

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“El día que dejamos de saber qué debíamos hacer y nos dijeron que la mejor opción era quedarnos en nuestra casa, ya no hubo manera de acallar nuestros miedos como sociedad”. Así comienza Miedo. Viaje por un mundo que se resiste a ser gobernado por el odio (Debate), un ensayo que examina los temores que articulan nuestra sociedad, y que la pandemia de la Covid-19 ha sacado a la luz y ha acentuado. Una evidencia que, según la autora, Patricia Simón, determina la deriva actual del mundo y, muy especialmente, los renovados bríos de los partidos de extrema derecha.

“Lo que me preocupó no fue tanto que se adoptaran estas medidas, como el alivio con que fueron recibidas por la ciudadanía”, recuerda Simón. “Hay un momento en que la ciudadanía quiere que alguien tome el control, y ve con buenos ojos la presencia de militares en las ruedas de prensa. Para ello había que hacer un importante recorte de derechos y libertades. Y desde 2001 veíamos que esos recortes hechos supuestamente en situaciones de emergencia, luego se incorporaban a los códigos penales. Me llamaba la atención que no hubiera cierta sensación de derrota o de preocupación. Cuando empecé a entrevistar a personas en las residencias, los hospitales o las explotaciones agrarias, por una parte, había una consternación enorme, pero los miedos no tenían tanto que ver con la pandemia como con todo lo que venían arrastrando desde 2008”.

El germen de los miedos de hoy habría que buscarlo, no obstante, varias décadas atrás. “La semilla del desmoronamiento de las democracias representativas empieza en los años 80, con una concentración cada vez mayor de la riqueza que genera grandes desigualdades y rompe con la promesa de una mejora social”, explica. “Pero el gran hito es quizá el 11S y todas las medidas que se toman a posteriori, que tienen más que ver con un enfoque securitario y de control social que con generar espacios políticos de mejora. Los países del sur de Europa, además, vivieron el crack de 2008 como la pérdida de ese imaginario de poder construirnos vidas emancipadas y dignas. Ahí está la semilla del auge de las ultraderechas”.

Movilizaciones inútiles

Todo ello ocurrió, en algunos casos, a golpe de doctrina del shock –por usar el exitoso término de Naomi Klein–, con una ciudadanía dispuesta a entregar su soberanía a cambio de seguridad. Según Simón, sin embargo, dicha operación encontró una respuesta rotunda, hasta que acabó cediendo al desgaste y el desaliento. “Sobre todo, se hace muy patente que las movilizaciones aparentemente no sirven para nada”, afirma. “Desde los medios a menudo juzgamos la ciudadanía, la criticamos por no movilizarse lo suficiente, pero entre 2001 y 2014 hubo movilizaciones casi diarias contra los recortes, los desahucios, las políticas austericidas, las privatizaciones de derechos sociales, y fue inútil”.

“La correa de transmisión que permitía que las protestas repercutieran en la política se rompió”, lamenta la periodista. “Tras un ciclo de movilizaciones tan importante, es normal que pasen ahora años sin que se note pulsión en la calle. Pero justo antes de la pandemia, vimos que en términos globales nunca se habían vivido tantas movilizaciones ciudadanas desde los años 60: eso tiene que ver con el agotamiento de la ciudadanía que había estado paralizada por esa doctrina del shock, pero la resignación no es propia de los humanos”.

"El amor como ética pública compartida tiene un gran papel, y la amabilidad como forma de cuidarnos como sociedad"

El libro de Patricia Simón se organiza alrededor de cuatro grandes miedos. El primero, el miedo a los otros. “Se ha convertido en la política común de los países de la UE, porque permite a la clase política centrar la atención en los supuestos enemigos, responsables del empobrecimiento de los últimos 20 años. Yo explico qué mecanismos permiten convencer a la ciudadanía cómo personas que llegan en patera son los responsables de que los salarios hoy sean más bajos que dos décadas atrás. Eso ocurre en todos los continentes. Ese miedo explica también por qué estamos tan enfrentados unos a otros: miramos al vecino que tiene un nombre raro como la amenaza de nuestro bienestar, en lugar de a las grandes empresas”. 

Le siguen el miedo a la pobreza, dirigido a “forzarnos a aceptar condiciones laborales impensables en los 90. Si te despistas, si eres débil, si no te esfuerzas lo suficiente, caes en la exclusión, puedes perder tu dinero o tu casa”. También el miedo a la soledad: “La salud mental está muy quebrada, tenemos a menores de 30 años que cada vez más tienen depresiones e ideas suicidas por la sociedad desesperanzada. Ahí el amor como ética pública compartida tiene un gran papel, y la amabilidad como forma de cuidarnos como sociedad”, asevera.

Por último, está el miedo a la muerte, “uno de los grandes miedos de la humanidad. Pero explico cómo se instrumentaliza para secuestrarnos la vida: sentimos que estamos en permanente riesgo, y se nos pasa la única posibilidad de aprovecharla, que es esta vida. Frente a estos miedos, cuáles son las estrategias de supervivencia y de crear vidas más plenas y bonitas”. 

La sensación de derrota está dando alas a la ultraderecha. Si sientes que no tienes capacidad de participación en la sociedad, y hay una propuesta que te dice no te preocupes (...) que nosotros tomaremos el control, es normal que enganche a mucha gente

Nacida en Estepona en 1983, Simón, que ha documentado las protestas de Irak y Cuba, el incendio del campo de refugiados de Lesbos y las elecciones presidenciales de EEUU, entre otros acontecimientos, cree que “la ciudadanía está muy agotada. Igual que el enfoque del miedo permite entender comportamientos irracionales, inconexos, insolidarios, el factor del agotamiento físico y psicológico es también muy importante. La ciudadanía se encuentra así tras la crisis de 2008 y la pandemia, por eso mucha gente ha desistido de informarse: para qué seguir haciéndolo, si no pueden hacer nada para evitar tantas calamidades. Esa sensación de derrota está dando alas a la ultraderecha. Si sientes que no tienes capacidad de participación en la sociedad, y hay una propuesta que te dice no te preocupes, tú lidia con tu vida que nosotros tomaremos el control, es normal que enganche a mucha gente”.

La periodista señala a esa parte del electorado no ideológicamente fascista, pero atraída por los mensajes de partidos como Vox, como clave en el futuro democrático. “Vox no necesita dirigirse a los manifestantes del barrio de Salamanca, que ya saben que defienden sus intereses. Para poder gobernar necesitan del voto popular, y éste, aunque no comulgue a veces con su programa ideológico, sí engancha con su enmienda a la totalidad. Los ciudadanos se sienten muy cansados y estafados. Y muy menospreciados por las instituciones. En un mundo en el que los cambios son tan rápidos, en el que el trabajo más básico era la herramienta para sobrevivir, pero en el que el sistema te deja fuera, hay mucha gente que se enfada. Esto no justifica en absoluto la propuesta ideológica de la ultraderecha, pero si desde el periodismo no intentamos entender por qué personas que, no siendo fascistas, apoyan a un partido que sí lo es, encontraremos pocas claves para frenar esta ola reaccionaria”.

Yo reivindico mucho la compasión hacia una ciudadanía muy castigada, que condenamos continuamente por no ser lo bastante buena. El resultado es que, al final, no nos atienden

A propósito del periodismo, Simón es consciente de que la información puede ser un gran antídoto contra el miedo, pero también como centro de explotación de esos miedos. “La mayoría de la gente identifica los programas que fomentan el odio y la crispación, y convierten el debate político en un Sálvame de Luxe, donde el disenso se entiende como amenaza y quien no piensa como tú es el enemigo. Por otro lado, para informarse con rigor y profundidad hace falta tiempo y esfuerzo, y a veces dinero. Pero en una sociedad tan precarizada, es muy difícil sentarse al final del día con el afán de leer un reportaje para entender qué está pasando en Ucrania. Al final, se conforman con piezas informativas de 15 segundos. Yo reivindico mucho la compasión hacia una ciudadanía muy castigada, que condenamos continuamente por no ser lo bastante buena. El resultado es que, al final, no nos atienden”.

¿Y qué papel juega Internet en la distribución de los miedos? Para la autora, la red “tienen grandes ventajas que debemos seguir explorando, y además ya es parte de nuestro ecosistema y no se va a revertir. Pero los algoritmos retroalimentan nuestra visión, y eso hace que cada vez estemos más alejados en pequeños grupúsculos que no se tocan. Y ayudan a que no se profundice en nada y se consuma información como fast-food. Al final del día, no recordamos más de dos noticias que hayamos leído. Neurológicamente está demostrado que se está perdiendo la comprensión de los procesos: lo vivimos todo como si fueran fenómenos naturales, ya sea un volcán en erupción o la llegada de los talibanes al poder. No permite tener activados los mecanismos mentales que explican que detrás de eso hay un montón de causas”. 

Con todo, la autora quiere subrayar que Miedo “no es un libro derrotista, sino esperanzador. Cuando salimos a la calle seguimos viendo grupos familiares y de amigos riéndose, haciendo planes y disfrutando de la vida. Y eso es imparable. Es lo que está sustituyendo a las utopías desmoronadas, y hay que reconstruirlas desde la esperanza”.

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