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Rosa Montero: “Las corridas de toros son una actividad agonizante, no habrá ninguna en 30 años”

Rosa Montero

Alejandro Luque

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Rosa Montero es la demostración de que se puede ser hija de un torero y estar contra la fiesta. Creció viendo cómo las tardes de corrida venían a buscar a su padre a casa en uno de aquellos grandes Citroen, y una de las primeras cosas que aprendió a decir fue “Suerte, papá”. Se pasaba entonces la tarde rezando el rosario en familia –“un rollo inconmensurable”, recuerda– ante los santos de escayola, y luego oían el parte en una radio de baquelita para asegurarse de que todo había ido bien. A la noche, el padre volvía “con la camisa negra de la sangre del toro, que me impresionaba mucho”.

Todo esto lo evocó la escritora en el patio de la sevillana Fundación Cajasol, en el arranque de una nueva edición del ciclo 'Letras en Sevilla', este año dedicada a un asunto controvertido: 'Toros sí, toros no: ¿cultura, tradición o barbarie?', que durante dos días reunirá, bajo la coordinación de Arturo Pérez-Reverte y Jesús Vigorra, a partidarios y detractores de la fiesta. Entre otros, los ex matadores Rafael de Paula y Espartaco, la escritora Espido Freire o el abogado Joaquín Moeckel.

“Quien me enseñó el amor a los animales fue mi padre”, prosiguió Montero. “He ido a muchísimas corridas, hasta que crecí por encima de ellas. Y no creo esa estupidez de que los toreros o los aficionados sean unos sádicos, creo en el prejuicio que nos impide ver lo que estamos haciendo. Entiendo de dónde viene, hay una memoria amorosa que nos hace vincular los toros a nuestros padres y abuelos, pero confío en que la sociedad española vaya más allá”.

El arte de todas las artes

Esta sesión inaugural contó también con el periodista Rubén Amón, encargado de hacer un alegato favorable a este espectáculo. “Los toros son cultura, y si no lo son, ya puede la cultura aprender a parecerse a los toros”, aseveró. También citó a El Gallo por medio de Villalón: “Modernistas, ya que no matáis toros, sed artistas”. Todo para afirmar que “los toros es el arte al que aspiran todas las artes, lo mismo que todos los deportes aspiran a ser el boxeo. Un arte radical, transgresor, y por tanto incómodo”.

Amón afirmó que su intención no es “ni pedir perdón por ser aficionado, ni andar con excusas. Me da igual la dehesa y el porvenir del toro de lidia, que en cambio sí debería importar a los detractores. A mí los toros me interesan como expresión plástica, de ese contraste entre eucaristía, muerte y vida del que emerge todo lo que nos resulta fabuloso a los aficionados”.

Montero, por su parte, se propuso demoler todos los argumentos clásicos en defensa de la corrida de toros. Empezando por los avances científicos que en los últimos años “están pulverizando los tópicos sobre la primacía del ser humano”, y siguiendo por la idea de que los toros son superproductores de endorfinas y por tanto no sienten dolor: solo las pullas, señaló la escritora, suponen destrozos masivos de músculos, huesos, venas y arterias, a lo que se suma el tormento adicional de esos arpones conocidos como banderillas. “El toro brama de miedo, se queja y llora. Y el descabello no quita el dolor, lo deja tetrapléjico a la espera de la puntilla”.

Ante el argumento de Amón de que las granjas de animales pueden ser más cruentas que una faena taurina, Montero admitió que es una realidad a la que los animalistas tratan de buscar solución exigiendo las mejores condiciones posibles.

La violencia de un país

Donde no coincidieron fue en la idea de espectáculo. Para Amón, “un acontecimiento que nos recuerda que morimos, ¿cómo no va a escandalizar? Su camino de supervivencia es precisamente la radicalidad”. Para la madrileña, en cambio, “nos da un barómetro de la aceptación de la violencia en un país”. “Hasta 1928, las corridas se hacían sin peto para los caballos. Cada tarde, según contaba Valle-Inclán, se destripaba a dos o tres caballos, a los que se les metían las tripas para adentro, se les cosía y los volvían a sacar. Cuando se impuso el peto, Ortega y Gasset, que no era ningún imbécil, decía que se había perdido el sentido de la fiesta. Ese nivel brutal de admisión de la violencia es el que poco después estallaría en la Guerra Civil. Si hoy se viera algo semejante, toda la plaza vomitaría”.          

Tampoco olvidó Montero desmontar el mito de que los toros constituyen una aportación fundamental del PIB, ya que según dijo, el número de toreros en activo ha decaído muchísimo, y un alto porcentaje de ellos hace apenas uno o dos paseíllos al año. “De otra cosa vivirán, digo yo. Y lo mismo los empresarios de plazas, que en España son media docena. Hemos pasado de 3.651 festejos en 2007 a 1.425 en 2019. Un 61 % menos. Es una actividad agonizante, no habrá ninguna en 30 años”.

Asimismo, los dos participantes están de acuerdo en que la práctica taurina está siendo manipulada políticamente. “Vivimos en un país tan sectario que la política lo contamina todo, pero la izquierda no tiene que ser antitaurina per se. Ahora la derecha más derecha lo ha tomado como enseña y se lo impone a simpatizantes, muchos de los cuales, estoy segura, no son aficionados a los toros”.

De forma natural  

Rubén Amón insistió en que la corriente antitaurina actual participa de un proceso de desacralización del héroe. “Un héroe en la acepción es hoy una incomodidad”, dijo. “Yo no tengo ningún problema con la desaparición de la fiesta si la sociedad se distancia de ella, pero no transijo con la corrida incruenta, como los feligreses no transigirían con la idea de acabar con la eucaristía. Los toros sin sangre no son toros”.   

Montero, por último, no se mostró partidaria de la prohibición, “porque favorecería un rebrote”, pero defendió la idea de que lo que hemos conocido como corridas de toros es algo que está muriendo de forma natural.

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