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Rusia muestra en Málaga el arte de la guerra

La carga de la caballería roja, de Kazimir Malevich

Néstor Cenizo

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De todas las citas a propósito de la guerra, puede que la atribuida al militar y teórico alemán Carl Von Clausewitz sea la más gastada. “La guerra es la continuación de la política por otros medios”. Lo cierto es que un imperio no se forja a base tratados de amistad y la historia de Rusia, como la de otros países europeos, está jalonada de un buen puñado de episodios que dieron forma por vía refleja a algunas obras de arte inmortal. Ahí está, por ejemplo, Guerra y Paz, de Tolstoi, que ahora inspira también el título de la nueva exposición anual de la Colección del Museo Ruso de Málaga: Guerra y paz en el arte ruso, un recorrido por 183 obras que sirven de hilo conductor para conocer la historia del país.

Del nacimiento del Estado ruso a la Segunda Guerra Mundial (para los rusos, la Gran Guerra Patria) hay un continuo de doce siglos de guerra con apenas respiros de paz, tan lamentablemente fructífero que da para constituir todo un género. La guerra no era un periodo excepcional, sino una parte natural en el discurrir de los siglos, capaz de determinar las costumbres sociales y la cultura más allá de su estricto marco temporal. Las conquistas de Asia Central y del Cáucaso, la guerra ruso-turca, la invasión napoleónica, las batallas navales contra Suecia o la Revolución de Octubre. La muestra que acoge la franquicia malagueña del Museo de San Petersburgo recoge buena parte de esas batallas: desde las guerras de escitas contra eslavos al sufrimiento y la resistencia del pueblo en el asedio nazi de Leningrado.

La exposición es una buena oportunidad para conocer la historia guerrera (y por tanto política) de Rusia, pero también para adentrarse en las miserias de todas las guerras. Hay una historia singular, pero también otra universal. “Cada pueblo tiene su historia, y la de cada país europeo lamentablemente tiene muchas guerras. Hay una oposición constante entre el estado de guerra, cuando la gente se ataca y sueña con la paz, y el estado de paz, cuando hay siempre una espera temerosa de la guerra”, explicó Vladimir Gusev, director del Museo de San Petersburgo al inaugurar la muestra.

Del gran formato de las batallas a la intimidad de la muerte

En la exposición, que ha incorporado obras maestras de Kazimir Malévich, Pável Filónov, Nikolái Kuznetsov, Alekséi Kivshenko o Polidor Babáiev, entre otros, hay lugar para el gran formato (hasta 70 grandes obras de este tipo, retratos de célebres y cruentas batallas), pero también para obras de recogimiento. Escenas como Entrada de Alejandro Nevski en Pskov después de la batalla de hielo, pero también retratos de los héroes de guerra, alguno de ellos impregnado de una extraña melancolía, como el de Davidov a cargo de Kiprenski. Fue el húsar Davidov uno de los vencedores de Austerlitz, y un símbolo del héroe romántico, tanto que el artista lo muestra aquí con una mirada ensimismada, perdida, que trasciende su cometido bélico.

La muestra se presta a las muestras de exaltación patriótica, como las conquistas de Iván el Terrible o las victorias navales en el Báltico del zar Pedro I, pero también recoge derrotas como la sufrida a manos de los mongoles, que llevó a Rusia a reconocer su condición de país avasallado y la autoridad del Khan, y al príncipe Mijail de Chernigov a morir decapitado.

La guerra son también los momentos de camaradería, la cocina del regimiento y la espera impaciente de las cartas desde casa. Pero si algo deja claro la muestra es que las guerras, las gane quien las gane, las pierde siempre la Humanidad. El éxodo apresurado y caótico de la población; la muerte y la destrucción después de la batalla; y la intimidad de la muerte de un soldado, cuyo cadáver yace abandonado, con la sola cercanía de un cuervo, en quién sabe qué paraje solitario. Son los cadáveres amontonados en primer plano los que protagonizan la representación de la victoria en Hipka-Sheinovo por Vereschaguin. “Me he propuesto ofrecer a la sociedad cuadros cargados de guerra auténtica. Sentir el hambre, el frío, el dolor, las heridas”, escribió el pintor, casi un corresponsal de guerra.

De la Gran Guerra Patria, como se conoce en Rusia a la Segunda Guerra Mundial, destaca la serie de obras de los artistas de Leningrado, asediado durante 900 días. Muchos están entre los 600.000 muertos que dejó el cerco, pero los que sobrevivieron no dejaron de pintar. El final es una obra colectiva que muestra los últimos días de Hitler, reflejado casi con trazos caricaturescos, en el búnker bajo la cancillería del Reich.

De las guerras del siglo XX se exponen algunas de las obras más conocidas de la muestra. Caballería roja, de Malévich, es un icono de la Revolución soviética: “Desde la capital de octubre cabalga la caballería roja a defender las fronteras soviéticas”. La guerra alemana, de Filónov, remite inevitablemente al posterior Guernica de Picasso. La muestra se cierra con Paz y Victoria, ambas obras Evgueni Lanceray: la paz y la victoria bajo la mirada omnipotente de Iosef Stalin.

Renovado hasta 2035

La exposición, que podrá visitarse hasta el 24 de abril de 2022, es la gran apuesta del Museo para recuperar el pulso tras un año y medio de pandemia. El Ayuntamiento de Málaga, que ha basado una parte relevante de su oferta turística de los últimos años en la oferta de museos con proyección internacional, acaba de firmar el acuerdo para que la Colección del Museo Ruso, que cuenta con unos fondos de medio millón de obras, permanezca en la ciudad al menos hasta 2035, diez años más de lo inicialmente previsto. Cada año costará 400.000 euros en concepto de canon. La Colección ha recibido algo más de 510.000 visitantes en los seis años que lleva en Málaga.

El Ayuntamiento también se ha asegurado la continuidad del Centro Pompidou hasta 2025, a cambio de 2,07 millones de euros anuales. La Colección del Museo de San Petersburgo y el Centro Pompidou llegaron a Málaga en 2015, con lo que permanecerán en la ciudad un mínimo de veinte y diez años, respectivamente.

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