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Una exposición recuerda a internos y activistas contra la cárcel-CIE de Archidona: “Un capítulo de injusticia, indiferencia y abuso de poder”

El buen hombre, de Axel Miret | N.C.

Néstor Cenizo

Axel Miret y Mary Smith se enteraron de lo que estaba ocurriendo muy cerca de su pueblo, Villanueva del Trabuco (Málaga), porque alguien les pidió que ayudaran a unos argelinos a entenderse con los carceleros de sus primos y hermanos. Era finales de noviembre de 2017, y 572 inmigrantes que habían atravesado el Mediterráneo desde las costas de Argelia acababan de dar con sus huesos en la cárcel de Archidona. “Los familiares estaban preocupados porque no podían entrar a visitarlos”, recuerda hoy Miret.

Miret tiene 63 años, es artista, y ha reflejado lo que vio y sintió aquellos días en 30 cuadros de pequeño formato en blanco y negro, que se exponen hasta el 10 de diciembre en La Casa Invisible de Málaga, con el apoyo de la Asociación Pro Derechos Humanos de Andalucía (APDHA). Para él y para Smith, aquello fue el comienzo de una historia de solidaridad y activismo, pero también el descubrimiento de una realidad amarga a las puertas de su casa.

Miret es el observador, pero podría ser también el sujeto de sus cuadros. Él y Smith participaron pronto de las acciones de los activistas. Recogieron en su pueblo ropa de abrigo, que Cruz Roja acabó aceptando a regañadientes. También pasaron la Nochevieja de 2017 con otros cuatro activistas, haciendo guardia frente a la cárcel. La experiencia está reflejada en un cuadro perturbador: Mohamed Bouderbala, el migrante que murió en la cárcel, colgado de una cerradura, y fuegos artificiales al fondo.

De la angustia a la indiferencia

Miret refleja lo que ocurrió en una colección de cuadros que van de la angustia a la indiferencia de la burocracia. En su obra hay una influencia evidente de las pinturas negras de Goya. Sus cuadros combinan lo netamente simbólico con el realismo, y esto le sirve al autor para reflejar tanto la sombra de Franco como su admiración por los activistas.

Por ejemplo: media decena de hombres se encogen de frío en una habitación desnuda. No se ven sus piernas, porque parece que el agua les llega a las rodillas, pero no. Es el frío que en el patio de la cárcel de Archidona, a las ocho de la mañana en diciembre, muerde y devora las piernas. El Defensor del Pueblo denunció en su día las condiciones de encierro de los migrantes. Otro ejemplo: un rostro tras una llave rota. Es Mohamed Bouderbala, muerto en una celda de aislamiento el 29 de diciembre, y la llave es el misterio de su muerte. La investigación fue archivada definitivamente por el juzgado, después de que, tal y como informó este medio, se perdiera el papel en el que el fiscal pedía ampliar el plazo para investigar, y sin que se practicaran muchas de las pruebas propuestas por la familia.

“La pintura queda en la memoria”

La exposición sirve para recordar aquellos días, y también como homenaje a Mohamed Bouderbala, a los internos y a los activistas. “No queremos que se olvide”, dice Francisco José Guerrero, portavoz de APDHA en Málaga. “La gente que pasa por la exposición dice ”Ah, sí, es verdad… ¿y qué pasó con aquello?“.

Para Miret, la importancia del arte es dejar una huella. “La televisión se olvida rápido de las noticias, pero la pintura se queda en la memoria de la gente”. Dos años después, recuerdan con pena y rabia una experiencia que les marcó. Los familiares de los migrantes encerrados les contaron cómo un bebé murió en la travesía. O cómo sus hermanos e hijos estaban esposados, pese a que no habían cometido delito alguno, y aquello, en teoría, no era una cárcel sino un centro dispuesto de urgencia para acoger a migrantes en situación irregular.

“Para nosotros fue un shock, una experiencia intensa y dura”, recuerda Miret, que tenía necesidad de pintarla, y pasó por una depresión durante el proceso creativo.

“Prefiero pensar que la lucha sirve”

La inauguración de la muestra sirvió también de catarsis a algunos de quienes se opusieron a aquel experimento del Ministerio de Interior, que por entonces dirigía Juan Ignacio Zoido. Unas veces la protesta consistió en hacer barrera ante los autobuses. Otras, en rapear toda la noche ante la Policía o pinchar música argelina. Otras, simplemente en estar por si algo ocurría, con el único apoyo de una fogata medio oculta. Los internos iluminaban sus teléfonos cada noche para comunicarse con los activistas del exterior.

Rafael Doblas Fali Falipasó semanas de guardia permanente frente a la cárcel, a veces con la sola compañía de su perro Filomeno, otras con decenas de activistas. Doblas piensa que la labor de los activistas quizá sirvió para frustrar un plan. “Esto fue experimental. Creo que ellos pretendían en cada cárcel un CIE, y no tener que hacer CIEs, que son difícilmente vendibles. No sabemos qué hubiera pasado sin el movimiento que se formó, pero prefiero pensar que la lucha sirve”, opina.

Miret se plantea ahora entrevistar a vecinos del pueblo, porque tienen la sensación de que el tema se ha convertido en tabú. “Creo que cuando algo así ocurre, de alguna forma hay consecuencias invisibles. El equilibrio se rompe”, opina el artista.

“Fue un capítulo de injusticia, indiferencia y abuso de poder. A menudo las cosas tienen un efecto más intenso y profundo cuando ocurren cerca de donde vivimos. Nunca lo olvidaré. Al mismo tiempo fue una experiencia humana inolvidable encontrar a gente con corazón y principio humano”, concluye.

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