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La Trufa, el único jardín micológico de Europa

Visita organizada al Jardín Micológico 'La Trufa'. (Foto. Micoesfera)

Carmen Reina

En esta época otoñal donde los experimentados aficionados se adentran en el monte en busca de setas y los noveles en la disciplina se quieren iniciar en ella, Zagrilla Baja -una aldea de Priego de Córdoba- les ofrece conocer todo lo que envuelve a este particular reino de seres vivos. Allí se encuentra La Trufa, el único jardín micológico de Europa, donde la vida misma de todo tipo de setas y hongos propios de Andalucía se ofrece al visitante,  además de un área de formación y actividades que buscan adentrarse en el conocimiento exacto de las especies, en su recogida, en su interesante historia y en las funciones que cumplen en la naturaleza y fuera de ella.

Su ubicación se explica por los climas y los suelos andaluces, capaces de desarrollar distintos ecosistemas y ambientes, donde existen unas 3.500 variedades de setas y hongos, diecisiete de las cuales se encuentran en peligro y protegidas en este centro cordobés por su rareza, que le hacen contar con pocos ejemplares.

La Trufa –el centro bautizado con el nombre de una de las especies más valoradas de hongos que se dan en la zona- cuenta con un terreno de monte de aproximadamente una hectárea en la Subbética cordobesa. En él, ocho zonas recrean con su flora los distintos tipos de bosque que se encuentran en Andalucía, donde asociadas a él crecen las variedades de setas y hongos de cada ecosistema. El visitante puede recorrer un itinerario al aire libre en pleno monte con ocho tipos de formaciones vegetales donde pasear en un mismo lugar por un encinar-quejigar, pinsapar, un pastizal, un pinar, un alcornocal, un castañar, una zona de ribera o el monte con matorral y jaras propio de esta zona de la Subbética.

Carteles informativos y un guía del propio jardín botánico explican cómo bajo esos árboles, con los arbustos y plantas propias de cada tipo de monte, nacen también las setas y hongos de esta particular reserva natural. Allí, el rosario de nombres que dan cuenta de las setas existentes no tiene fin: la seta de álamo, la negrilla, la colmenilla, la amanita pantera, la barbuda, el níscalo, el pie azul, la seta de cardo, la senderuela… Y de cada una de ellas se enseña su apariencia para reconocerla en el monte, sus características y su adecuación o no a la alimentación humana.

En el camino, el visitante se encuentra con arroyuelos y cascadas de agua que componen el paisaje de este jardín, donde cuando es necesario también se echa mano del riego artificial. Porque, esta particular reserva, requiere de unos cuidados especiales, de una jardinería lo suficientemente delicada que no suponga ningún impacto contra las setas y los hongos. Sin mover la tierra, sin cavar, realizando a mano todas las tareas, los profesionales del centro conservan cada metro cuadrado del jardín como si del monte más natural se tratase.

Porque en la naturaleza es donde setas y hongos cumplen sus principales funciones. Y de eso, en La Trufa, se conoce todo. Su capacidad de alimentarse mediante la absorción de sustancias de su alrededor hace que estos seres vivos se empleen en la descontaminación de terrenos, de aguas o en la lucha contra plagas. Su vida asociada a las plantas –tanto en superficie como en las raíces- permite la simbiosis perfecta entre especies y su desarrollo en los distintos tipos de bosque.

Su valor fuera de la naturaleza también se enseña en La Trufa. Setas y hongos han protagonizado episodios a lo largo de toda la historia, desde su uso como yesca para encender el fuego en la Edad de Bronce, al protagonismo de la cocina de los césares en la Grecia antigua; de su adoración como auténticos dioses en la cultura maya, a su relación con los aquelarres y los corros de brujas allá donde crecían en círculo en la Edad Media. Y en todas las épocas, han sido valoradas por sus propiedades medicinales -desde las más antiguas a hitos como su papel en el descubrimiento de la penicilina-  y por su uso en la gastronomía, donde además de ser un producto por sí mismo, se emplean en la elaboración de otros como quesos y panes.

Todo un mundo de conocimiento que en los últimos años se ha desarrollado alrededor de las setas y que La Trufa también promueve como un nicho propio del mercado turístico: el denominado micoturismo. Porque además de visitar el Jardín Micológico y aprender a distinguir las especies tóxicas de las comestibles, el aficionado a esta disciplina también puede realizar rutas para cogerlas en el campo con las actividades de formación del centro. Unas actividades que, junto a las visitas guiadas al centro, desarrollan todo lo que mueva el interés del amante de las setas: desde un curso de fotografía de hongos en plena naturaleza a una ruta de identificación de las especies más variopintas.

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