'La manada' vuelve a su barrio: así reciben los vecinos a los condenados

Estación del Metro de Sevilla en el barrio de Amate. |

Juan Miguel Baquero

Sevilla —

Próxima estación: Amate. El metro queda detenido. La boca del tren se abre a una suerte de epicentro obrero de Sevilla azotado por el paro y la exclusión. Es el barrio de ‘la manada’. Las calles donde crecieron cinco hombres condenados a 9 años de prisión por abuso sexual grupal a una chica y a quienes la Audiencia de Navarra deja en libertad provisional bajo fianza.

El trasiego mañanero rompe su cadencia habitual con las últimas noticias. Con 6.000 euros por barba ‘la manada’ estará fuera de prisión. Hasta que la sentencia sea firme. El distrito Este de la ciudad siente el debate muy cercano: la ola de protestas contra la “justicia patriarcal”, la lucha feminista y el “sosiego” de la víctima, el recurso de la Fiscalía, la crítica política y el Gobierno sopesando defender a las mujeres en casos de violencia sexual. O las “reformas mentales” que alude la ministra de Justicia, Dolores Delgado.

La reacción de la gente a las preguntas de un reportero es impetuosa, clara. Indignada. Al menos en esta muestra callejera, y aleatoria, que pulsa al azar el sentir del barrio al que en pocas horas, previsiblemente, regresarán los miembros de ‘la manada’ tras salir de la cárcel.

“Si es que alguno no se fuga”

En las portadas de los periódicos comparten protagonismo la debacle de Argentina en el Mundial de Rusia y el caso de ‘la manada’. En una cafetería desayunan varios parroquianos habituales. Se conocen. Prefieren debatir de fútbol. Hasta que se abre el melón de la polémica.

“Es una canallada que los saquen, con o sin fianza. Y aquí está todo el barrio en contra, por lo menos la mayoría, eso es lo que más se comenta, que no puede ser que con lo que han hecho salgan sin más”, irrumpe el camarero desde detrás de la barra. “Eso es horrible, que cinco tíos violen a una mujer, que hagan eso para divertirse… y por aquí más allá de la familia no te vas a encontrar a muchos que den la cara por ellos”, tercia un jubilado.

“Pero ahí hay cabos sueltos”, dice el contertulio con el que un par de minutos antes comentaban el fracaso de Messi y el exentrenador del Sevilla, Sampaoli. “Si no, ¿por qué los sacan a la calle? Algo no cuadra. ¿Tú has oído la declaración de la gachí?”, continúa. “Si no tiene heridas ni nada... y antes estuvo con los cinco en una pensión”, remata.

Una mujer suelta el café, enfoca al periodista negando con la cabeza y luego lanza una mirada de desaire al defensor de ‘la manada’. Además, retoma el sujeto, “de los que lo han sacado una es mujer, ¿o es que están ‘acarajotaos’ los jueces?”. El jubilado rompe un silencio de segundos. “Lo que deberían estos casos es estar más claros en la ley y no sujetos a interpretación, porque lo que han hecho es una canallada y ahora se van a meter en sus casas, si es que alguno no se fuga”.

“¿Y el respeto a la víctima?”

Fuera del bar sigue la vida. Jóvenes ociosos se cruzan con ancianas que arrastran carros de la compra. También hay varios puestos clandestinos ocupando algunas esquinas. Un hombre vende camisetas, una mujer sandías, un matrimonio melocotones y ciruelas y otro un poco más allá, “los mejores” caracoles y cabrillas.

Una chica joven atiende con recelo a la persona que se acerca a hacer “una pregunta”. Camina sola. Entorna los ojos y descuelga unos auriculares. Desconfía. La prevención cae al saber el asunto. Y enlaza con determinación: “Ya no es que salgan a la calle, es que la condena debería ser más dura. ¿Qué es esto de que una violación salga tan barata? ¿Y dónde está el respeto a la víctima?”, apunta.

“Yo tengo la misma edad que tenía esa chica cuando la violaron”. Continúa. “Parece que para que nos hagan caso tenemos que morir. O no nos creen. Entiendo que ella no ofreciera resistencia y que quisiera que acabara todo lo antes posible. A mí no me ha pasado nada parecido pero sí cosas más habituales como el acoso callejero y que por la noche siempre vamos con miedo y nos avisamos entre nosotras para saber que hemos llegado bien”.

Claro que va a ir a la manifestación “feminista”, subraya. “Es que de eso hay dos versiones”, conversa una pareja que pasa cerca. El siguiente testimonio es de una mujer que, por edad, puede ser madre de la joven anterior. Tiene claro que los cinco condenados por un delito de abuso sexual con prevalimiento “no deberían estar en la calle para dar ejemplo a la sociedad”.

“Van a reincidir, acuérdate de lo que te digo”

“No estoy de acuerdo con la condena tampoco, pero si recurren y la ley es así entonces lo que hay que hacer es cambiarla”, insiste. “Y por supuesto que voy a ir a manifestarme, si no presionamos y seguimos sentadas no cambiamos nada”. Por suerte, precisa, “la gente está cada vez más sensibilizada”.

Una septuagenaria pasea del brazo de su hija, de unos cincuenta años. “Ya estarán escarmentados”, dice la anciana. “Son personas buenas. No los conozco [a los miembros de ‘la manada’] pero tengo buenas referencias y sus familias son excelentes. Creo que se les fue de las manos. Los que los conocen lo primero que pensaron es que era imposible que hicieran algo así”, refiere. Tercia la hija. “En el barrio hay opiniones encontradas” pero a la mayoría “nos parece muy extraño que los dejen salir con las pruebas que hay y teniendo además el tema de Pozoblanco pendiente”, alude.

En la siguiente esquina hay otra mujer mayor, una más, que tira con dificultad de un carro de la compra. “Es una burrada”, suelta sin compasión. Mira un poco a los lados, pero alza la voz. “Es inexplicable, esos tíos tienen que estar en la cárcel porque van a reincidir y si no acuérdate de lo que te digo”. No entiende gente encarcelada “por cualquier cosa” y que pongan en libertad a ‘la manada’. “La justicia en España es un cachondeo”, sentencia.

Un joven, con edad similar a los condenados, aparca el coche en doble fila. Tiene los brazos tatuados. Cojea un poco. “Me da mucha repulsa todo eso”, arranca. “No es que esté siguiendo el caso al milímetro pero no entiendo nada de lo que está pasando”. Que no exista violación, según un tribunal, y que los dejen salir de prisión. “Lo que sí entiendo bien es que la justicia en este país está perdiendo los referentes de lo que está bien y está mal y con eso creo que te lo digo todo”, manifiesta. Un autobús de línea toca el claxon. “Es mi coche”, dice.

En otra manzana hay dos limpiadoras. Jóvenes. “Pon mi nombre, mi foto y lo que quieras”, dice una de ellas. “¿Qué pienso? Es vergonzoso. Y conozco a uno de ellos, de toda la vida. Por eso me alegro que hayan salido las fotos de ellos, porque van a estar marcados toda la vida. Lo mismo que han hecho con la niña”.

“Aquí la mayoría está en contra, aunque hay gente que les cree”, apunta la compañera. “No es la primera vez que violan a una mujer en manada y salen a la calle, al final nos sentimos desprotegidas y parece que no podemos salir solas a ningún sitio. Todo esto es una agresión a las mujeres”.

Un par de hombres se acerca a la escena. “Prisión permanente les metía yo”, dice uno. Pasada la cincuentena, delgado, fuma de forma compulsiva. “A pico y pala toda la vida, como hacía Franco”, escupe. “El problema es que no hay violencia física y por ahí se están librando, pero eso fue una violación”, mantiene. “Yo los conozco. Y a las familias. Dos viven detrás de esas casitas, al final de esta calle. Por eso sé cómo está todo. Aquí van a tener difícil estar, van a salir poco”.

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