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Ovejas en peligro de extinción trabajan a toda máquina como biosegadoras en un parque de Sevilla

Pepe Serrano, junto a dos de las ovejas y la cabra Pepa.

Antonio Morente

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Zapata es una biosegadora muy buena en lo suyo, una auténtica máquina que no deja nada a su alrededor. Dicho así parece que es una aniquiladora entroncada con Terminator, pero no es precisamente esa la sensación que da cuando se la mira de cerca. Si es que deja que te acerques, claro, porque Zapata es una oveja churra lebrijana o marismeña, una raza en peligro de extinción de la que quedarán menos de 400 ejemplares en toda España y de la que se resalta lo arisco de su carácter. Ahora tres de ellas trabajan en el parque de San Jerónimo de Sevilla como biosegadoras, que es una forma más impactante de decir que se dedican a pastar y tragarse la más mínima brizna de hierba que se pone a su alcance.

El pequeño rebaño, que completa la cabrita Pepa (el nombre le vino porque nació el Día de la Constitución), forma parte de un proyecto de Ecologistas en Acción para ayudar desde la propia Sevilla capital a la recuperación de una raza que viene a ser el equivalente ovino del lince. El problema es que no es fácil: son broncas, ariscas, desconfiadas, difíciles de manejar, apenas dan leche, no crecen mucho, dan poca lana… Es decir, que son poco productivas, lo que explica su declive. De hecho, su lana, al ser de hebras largas, se utilizaba para rellenar colchones, un sector que no es que tenga mucha demanda que digamos, no tiene ni futuro... ni presente.

Un proyecto ganadero en el parque

Así que todos los gestos son pocos para ayudar a que no desaparezcan. De la tarea se encarga básicamente la Diputación de Sevilla, que tiene en el monte de San Antonio, en Cazalla de la Sierra, el único gran rebaño que queda de estas ovejas. De ahí vienen las del parque de San Jerónimo, que Ecologistas en Acción cría en su Centro de Ecología Social (CES) Germinal, cerca del Huevo de Colón, donde tiene un programa ganadero que ha cumplido ya una década

Las churras lebrijanas se incorporaron hace tres años. De hecho, las que ahora sacan a pastar son sus descendientes y por eso pueden trotar por el parque. Aunque sus progenitores son ariscos, “estas pequeñas tienen sólo unos meses y hemos formado un rebañito amable con ellas”, explica Juan Cuesta de Ecologistas en Acción. “Las tenemos que sacar con una cuerda como un perrito porque son muy asustonas, a la mínima salen corriendo”, relata.

Ovejas duras hechas a la marisma

Pepe Serrano, uno de los voluntarios que se encarga de su paseo diario, cuenta que el principal problema son los perros, que se acercan con curiosidad para terror de las ovejas. “A alguna la hemos tenido que perseguir hasta la otra punta del parque”, y como no es plan, las amarran con una cuerda larga a un árbol para que tengan un buen perímetro de césped a su disposición.

El nombre les viene del tronco ovino del que proceden, el churro, y lo de lebrijana es porque era una raza especialmente adaptada a la geografía de este entorno del Bajo Guadalquivir. De ahí que también se las conozca como churras marismeñas. De hecho, el plan de ordenación de recursos naturales de Doñana las recoge como las únicas ovejas que pueden pastar en el parque “porque están adaptadas y son originarias de allí”, reseña Juan Cuesta.

A Pepe Serrano le acompaña en la tarea Adelina Baracco, estudiante italiana de Biología a la que le ofrecieron esta posibilidad para su Erasmus. “Por el coronavirus no nos dejan estar en trabajos que sean en sitios cerrados”, así que se plantó en Sevilla como también van a hacer otras dos estudiantes.

Repartidos ya tres lotes reproductores

El proyecto de Ecologistas en Acción va más allá de su pequeño rebaño, ya que persigue ceder ejemplares a ganaderías familiares que se comprometan con la conservación de esta raza. Desde que se pusieron en marcha ya han entregado tres lotes reproductores, en Almadén de la Plata y Pilas (Sevilla) y en Vejer de la Frontera (Cádiz). El programa lo llevan con retraso porque “durante el confinamiento nos robaron cuatro ovejas adultas”, lo que supuso un frenazo importante. En el parque de San Jerónimo hay ahora un macho y dos hembras para continuar con el programa de cría, lo que le confiere a este espacio verde la consideración de reserva ganadera.

Aunque no son muy competitivas frente a otras razas, Juan Cuesta destaca de ellas su rusticidad y adaptación al medio, las marismas del Guadalquivir. Allí estaban en libertad y se habían acostumbrado a la singularidad del terreno, con épocas de encharcamientos prolongados de sus zonas de pasto que alternaban con otras en las que el calor o las sequías sólo dejaban en el menú almajos resecos.

Biosegadoras en Acción

El proyecto de San Jerónimo ha sido bautizado como Biosegadoras en Acción, por aquello de que al pastar ayudan a reducir los desbroces mecánicos “que contaminan y molestan por los ruidos que originan”. De paso, “abonan de forma natural la pradera disminuyendo las necesidades de abonos químicos”, a lo que se une que la chiquillería se lo pasa en grande cuando se topa con las biosegadoras en plena faena. La jornada laboral de las pequeñas ovejas es de un mínimo de un par de horas por la mañana de lunes a viernes, aunque los fines de semana también pueden dar un paseo por la tarde.

La cabra Pepa pone la nota de color en el pequeño rebaño. “Para mí que se cree que es una oveja porque se han criado juntas”, apunta Pepe Serrano. De hecho, ella encabeza la marcha cuando salen del centro de Ecologistas en Acción, pero ahora resulta que Pepa nos ha salido gourmet y antes que el césped prefiere las carrehuelas que florecen junto al complejo deportivo de San Jerónimo. Así que la llevan para allá, pero entonces las ovejas se inquietan y empiezan a llamarla, un pequeño drama diario. Y así transcurre un día más en la oficina de las biosegadoras.

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