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El Prismático es el blog de opinión de elDiario.es/aragon. 

Las opiniones que aquí se expresan son las de quienes firman los artículos y no responden necesariamente a las de la redacción del diario.

House of women

Maru Díaz

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La semana pasada, a puertas de la votación de los afiliados del PP en sus primeras primarias, presencié una conversación que creo que merece ser analizada. Dos chicas estaban discutiendo en torno a si era mejor candidata Sáenz de Santamaría o Cospedal. Argumentos de lo más variopinto no les faltaban: que si Soraya había sido muy blanda con Cataluña, que si Cospedal formaba parte de lo viejo… la conversación estaba siendo como mínimo entretenida hasta que intervino un tercer interlocutor que interrumpió el debate para decir: “La guerra entre estas dos se va a cargar el partido. ¿No se dan cuenta de que están poniendo por encima su ego? Menos mal que ha salido Casado a mediar y nos deja la opción de no votar a ninguna de ellas”.

Tras esta afirmación la conversación continuó como si tal cosa, sin embargo, la sentencia en torno a la batalla de las dos candidatas había sido demoledora. Quizás nadie de los que presenciaron esta conversación de bar pensó en el trasfondo machista de la afirmación. Es cierto que estas dos mujeres han mostrado sus discrepancias en público y es también cierto que ambas han exhibido su deseo de liderar su formación, sin embargo, ¿alguien habría hablado en estos términos si ellas dos fueran dos hombres? Lo dudo.

He aquí el problema. Partamos de la base de que no comparto ni una sola de las ideas que estas dos políticas defienden, y del hecho de no conocerlas en persona por lo que escribo estas líneas desde la distancia y la objetividad que me da compartir con ellas solamente el género. Son mujeres, sí, y eso ha hecho que su carrera política, que su deseo de poder, esté siendo cuestionado. Y es que la batalla en la esfera de lo público siempre ha estado reservada en exclusividad para ellos. Desde los orígenes de la democracia, el ágora se define como un espacio reservado para la masculinidad, un espacio consagrado a la discusión política entre hombres, frente a la esfera de lo privado que por no darnos a nosotras no nos daba ni derecho a la ciudadanía. Ocupar el espacio de lo político para las mujeres siempre acarrea un cierto grado de transformismo, de asaltar una tribuna diseñada para excluirnos, la cual ensalzara la competitividad entre ellos y denosta nuestros deseos de reproducirla.

Ellos debaten como hombres, nosotras discutimos como verduleras; ellos son ambiciosos, nosotras somos trepas; ellos tienen aspiraciones políticas, nosotras ansias de poder; ellos son contundentes, nosotras intransigentes, prepotentes o arrogantes. Ellos son líderes seguros de sí mismos y nosotras eternas candidatas soberbias. Ellos llevan décadas compitiendo para liderar cientos de organizaciones, pero cuando son dos mujeres las que asumen ese rol, su mera presencia denigra la rivalidad a lo personal para forzar que la esfera de lo político ocupada por mujeres pierda toda su complejidad.

El sistema patriarcal lleva milenios negándonos el derecho a discrepar por las ideas. Las princesas de los cuentos no discuten por sus reinos, discuten por ver quién es la más bella, la que más limpia o la que consigue al mejor príncipe, discusiones que se encierran en el denigrado ámbito de lo privado para infravalorar nuestra capacidad para debatir, para ser alteridad también entre mujeres. El eterno Otro, nosotras, del que nos hablaba la filósofa Luce Irigaray, funciona precisamente porque no puede tener un otro, porque no puede ser sujeto de una discrepancia que rompería la falsa magia que nos objetualiza. Por este mecanismo heteronormativo nosotras perdemos el privilegio de disputar las palabras y nuestro castigo pasa por habitar lo político siempre bajo la mirada sancionadora de algún hombre que preferiría que el debate lo encarnaran cuerpos con otro género.

Esta lógica es la que subyacía en la aparentemente inocua afirmación del seguidor de Casado: no una preferencia por una posición política u otra, sino la denigración del mero hecho de que fueran dos mujeres las que se disputaran el liderazgo. No seré yo la que defienda las ideas de las candidatas del PP, pero considero fundamental reivindicar el derecho que tienen ellas, que tenemos todas nosotras, de habitar la disputa política en los mismos términos y con el mismo respeto que si lo hicieran nuestros compañeros.

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