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María Zúñiga: “El espacio en que vivimos condiciona la calidad de vida y la salud”

María Zúñiga, geógrafa de la Universidad de Zaragoza.

Ana Sánchez Borroy

Zaragoza —

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Un grupo de geógrafos de la Universidad de Zaragoza lleva unas semanas colaborando con médicos de atención primaria y hospitalaria, ingenieros e informáticos para analizar la incidencia del coronavirus en la capital aragonesa portal a portal. También, para estudiar la concentración de ciudadanos durante las horas de paseos por tramos horarios. De estos trabajos, están surgiendo colaboraciones con el Ayuntamiento de Zaragoza, Gobierno de Aragón, Instituto Universitario de Ciencias Ambientales, Instituto de Investigación Sanitaria, Salud Pública... La geógrafa María Zúñiga (Zaragoza, 1981) pertenece al departamento de Geografía y Ordenación del Territorio de la Universidad de Zaragoza.

Han realizado un estudio que intenta responder a una de las preguntas que más nos hemos hecho todos últimamente: ¿por qué hay tanta gente en la calle cuando salgo a pasear? ¿Por qué ocurre?

Por primera vez desde hace mucho tiempo, estamos muy condicionados por dónde vivimos. Antes el movimiento en la ciudad era muy fluido; nos movíamos de un lado a otro con mucha facilidad, tuviéramos la edad que tuviéramos. Sin embargo, ahora, con restricciones muy importantes, nos movemos alrededor de nuestra propia casa. Por eso, la distribución de la población está condicionando mucho la cantidad de gente que nos encontramos en la calle. Además, influye mucho en la calidad de las zonas: calidad de edificación, del urbanismo, si es más abierto o cerrado... nos está condicionando mucho más que en otros momentos en que no lo notábamos tanto.

Entonces, ¿lo de por qué nos encontramos a más o menos gente en nuestros paseos depende de dónde vivimos?

Sí, depende de dónde vivimos, que es algo que no nos pasaba antes. Si no queríamos pasear justo alrededor de nuestra vivienda, podíamos hacerlo. También paseábamos alrededor de nuestro trabajo, del colegio de los niños, de centros comerciales, de otras zonas más funcionales... Ahora nos estamos moviendo sólo alrededor de nuestra residencia y eso condiciona mucho.

¿Hay barrios de Zaragoza donde habrá mucha gente en determinados horarios y las calles estarán más vacíos en otras horas, mientras que en otros barrios ocurre lo contrario?

Claro, por ejemplo, Valdespartera es un barrio donde en las horas de niños hay mucha gente en las calles. El horario para niños es más amplio y, allí, además, la calidad es muy buena, porque los edificios están muy separados entre sí, tienen muchas zonas abiertas, son espacios muy agradables para pasear. Sin embargo, en los barrios tradicionales de Zaragoza como Delicias, San José o Las Fuentes, con una edificación mucho más concentrada, calles mucho más estrechas y con un porcentaje de población mayor de 60 años importante, las horas para pasear de los adultos son más reducidas, con lo que cuando esos vecinos pasean se van a encontrar a mucha más gente en la calle y con más dificultad para mantener la distancia de seguridad.

¿Esto ocurre especialmente en Zaragoza o suele repetirse en otras ciudades?

En Zaragoza, desde luego, se produce: en los barrios nuevos hay mucha más población joven, sobre todo de niños, mientras en el centro y en los barrios tradicionales se concentra la población más envejecida. Pero son procesos comunes a todas las ciudades; las ciudades son sistemas vivos, pero funcionan de manera muy similar. La ciudad suele expulsar del centro a la población más joven a través del precio de la vivienda y, entonces, se rejuvenecen las orlas exteriores.

Entonces, ¿la limitación por horarios en ciudades donde los barrios son tan diferentes demográficamente puede ser un error?

Siempre es bueno intentar acertar con la escala en la que gestionamos las cosas, ajustándonos a los datos que tenemos. Es decir, si sabemos que las zonas son muy diferentes en sus estructuras de edades podríamos incluso llegar a hacer medidas diferentes para cada zona. Es lo que ocurre también en el proceso de desescalada en todo el país, que está siendo en cierta medida café para todos porque se hace en escalas muy grandes, por provincias. Si ajustáramos más, podría ser algo más cómodo para las personas.

¿La restricción de pasear sólo un kilómetro alrededor de nuestras casas le parece conveniente?

En realidad, ahora todo tiene que estar supeditado a la seguridad sanitaria. Por eso, esa limitación es razonable. Lo que pasa es que se podría ajustar teniendo en cuenta algún otro parámetro más. Hay entender que la utilización del espacio público es más intensa en algunos sitios que en otros en determinados horarios. Quizá no pasaría nada porque la franja horaria de los adultos en el barrio de San José o en el de Las Fuentes fuera un poco más amplia, que empezara a las seis. Realmente en esas zonas no hay tantos niños.

¿Qué otros parámetros serían interesantes para esos ajustes que comenta?

La densidad de población sería fundamental: fijarnos en cuánta gente vive en cada sitio. Por ejemplo, Romareda tiene mucha concentración de gente, pero el espacio es abierto. Es decir, aunque los edificios son altos, las calles son amplias. Por eso, también se puede considerar si el tipo de urbanismo es más abierto o cerrado. Y, sobre todo, la estructura de edad: ver qué tipo de barrios son más o menos jóvenes.

También han hecho un estudio sobre la incidencia del virus en Zaragoza. ¿Hay también zonas con más o menos riesgo de contagio según la mayor o menor concentración de personas afectadas por COVID 19?

Sí, ahí intentamos trabajar con tres variables diferentes. La primera es la propia incidencia del virus: si hay más o menos casos, más o menos tasa de incidencia. La segunda variable era la facilidad de propagación que tiene el virus: si hay más gente, si viven más cerca entre ellos, si en los hogares hay más gente viviendo junta en menos cuadrados… La tercera variable es la vulnerabilidad; hay perfiles demográficos y de barrios más vulnerables porque la población está más envejecida o tiene más morbilidades asociadas, por ejemplo, por diabetes o alguna otra enfermedad que provoque que contraer la COVID 19 sea más peligroso. Esa combinación de incidencia, propagación y vulnerabilidad nos ofrece indicadores.

Con esa combinación, ¿cuáles son los barrios más y menos problemáticos?

Ahora, los peor situados serían Bombarba, San Pablo y Rebolería, que son barrios con población más o menos envejecida y que tienen las tasas más altas de incidencia del virus dentro de la ciudad. ACTUR también tiene una tasa alta, pero cuenta con un tipo de urbanización más abierto. Sin embargo, el centro tiene tasas de contagios muy bajas.

Su trabajo se centra en Zaragoza, pero se ha hablado mucho en Aragón de distintos ritmos de desescalada por comarcas o por áreas sanitarias. De hecho, hay diferentes ritmos por provincias en España… ¿qué opción le parece más interesante?

Cada una tiene sus ventajas y sus inconvenientes. Lo importante es ajustar al máximo posible la problemática a la escala que nos vaya a permitir gestionar de manera más eficiente. La provincia nos parece que es un área demasiado grande, es demasiado diversa. En Zaragoza, por ejemplo, combina una gran ciudad con el cuarto espacio, que no tendría problema para desescalar más rápido que la capital. Las zonas básicas de salud son demasiado chiquititas, pero es verdad que son una unidad de gestión de la administración sanitaria, con lo que tendría sentido utilizarla para la desescalada. En Zaragoza, hay 33 zonas básicas de salud; hay diversidad. En el resto de Aragón, son 125. También podría ser por sectores o incluso por comarcas. Podría ser un buen momento para utilizar la comarca como escala funcional para probar la desescalada porque sería una escala intermedia.

¿Se han realizado estudios similares a estos en el conjunto del país?

Tan detallados, no. Nosotros estamos trabajando con el Ayuntamiento de Zaragoza y con el Gobierno de Aragón y el tipo de datos que estamos utilizando es de alta resolución espacial. Es decir, son datos por portal, por manzana, por edificio... que permiten ajustar mucho. Es una operación estadística con datos del padrón; todos los ayuntamientos disponen de ellos a través del Instituto Nacional de Estadística, pero hay que trabajarlos para encajarlos con la situación actual. Sin duda sería útil trasladar estos estudios a otras zonas; deberíamos hacerlo siempre, de hecho. Geolocalizar los datos de cómo es la gente es fundamental para todos los procesos de gestión urbana y territorial. Es la primera pieza que habría que tener en cuenta.

¿Qué más estudios podrían realizarse en esta línea, relacionando información sociosanitaria con el espacio?

Últimamente, la geografía se está teniendo mucho en cuenta con la distribución de los casos en mapas, pero lo cierto es que la geografía de la salud es ya una ciencia antigua. Nosotros llevamos trabajando en geografía y salud desde 2012, entendiendo que el espacio en el que vive cada persona condiciona su calidad de vida y su salud. Ahora, sólo hemos incorporado una variable más, una enfermedad más, a la lista de las que estábamos tratando, como asma, EPOC o depresión. Hay muchas enfermedades condicionadas por el entorno. Nos interesa especialmente la vulnerabilidad social: estudiar las combinaciones de variables como, por ejemplo, ser capaces de saber cuántos hogares hay con más de cinco personas en menos de 90 metros cuadrados. Estos estudios deberían ser la base de casi cualquier política: desde la escolarización, hasta el diseño de los espacios urbanos, dónde poner las zonas verdes... es la base de la planificación urbanística y territorial.

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