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“Lenguaje inclusivo no es hablar de 'aragoneses y aragonesas'”

Elena Bandrés

Ana Sánchez Borroy

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Elena Bandrés (Pamplona, 1966) es Licenciada y Doctora en Ciencias de la Información por la Universidad de Navarra y Máster en Relaciones de Género por la Universidad de Zaragoza, en donde ejerce de profesora en el Grado de Periodismo, Comunicación Audiovisual y Publicidad. Hace unos días, impartía en Etopia, en Zaragoza, una charla bajo el título: “Lenguaje inclusivo: un método para comunicar mejor”.

¿Todavía es necesario explicar bien qué es el lenguaje inclusivo?

Efectivamente. Estoy convencida de que mucha gente, que hace ruido en contra del lenguaje inclusivo, no sabe lo que es. Todo se ha enrevesado. Están intentando desprestigiar este lenguaje inclusivo, por ejemplo, con críticas a los desdoblamientos de adjetivos y nombres -como “aragoneses y aragonesas” o “ciudadanos y ciudadanas”-, cuando eso no es lenguaje inclusivo. El lenguaje inclusivo utiliza el vocabulario neutro o el que hace evidente el masculino y el femenino. Sobre todo, se trata de evitar el uso el masculino como género universal. Cuando sólo había hombres en algunas actividades, era lógico que sólo existieran términos en masculino para definirlas. Pero, en el momento en el que aparecen las mujeres en esas situaciones, tenemos que reflejarlo. El lenguaje es muy sabio, es un gran árbol con multitud de hojas para elegir. Tenemos muchas palabras para describir todo tipo de situaciones en las que también aparece la mujer. ¿Qué problema hay en nombrar cada cosa, cada persona, cada situación con el término exacto?

¿Por qué algo que parece tan sencillo provoca tanto debate?

El ambiente se ha tensado muchísimo, a raíz, fundamentalmente, de las críticas de varios miembros de la Real Academia desde 2012, y también en 2018, con las revisiones de las guías que habían empezado a proliferar sobre lenguaje inclusivo. También, después, con el intento por parte del gobierno español de estudiar si el lenguaje perjudicaba a las mujeres en la redacción de la Constitución Española. Y con la incorporación de la “x”, de otras grafías o de la opción de utilizar el término “todes” para incluir no sólo los dos géneros sino también el no binario, todavía mucho más. No hay que olvidar qué es el lenguaje inclusivo en realidad: utilizar un lenguaje para comunicar mejor, haciendo evidente el masculino y el femenino. Nada más. No es lenguaje inclusivo hablar diciendo “sospechosos y sospechosas”, “condenados y condenadas”, “cristianos y cristianas”, “conversos y conversas”... Cuando se utiliza este lenguaje en diferentes libros de textos hay que preguntarse quién ha escrito eso y quién lo ha supervisado, porque eso no es lenguaje inclusivo.

¿Se puede conseguir, entonces, que el lenguaje sea inclusivo sin recurrir a estos desdoblamientos ni a esa “e” de “todes”?

Claro. Lo fundamental es que las mujeres llevamos mucho tiempo intentando que se nos visibilice. En un artículo de 1924, Carmen de Burgos, la primera mujer periodista que cubrió una guerra, la de Melilla, ya hablaba del uso de las palabras “concejal” o “concejala”. Que hoy en día estemos todavía así es increíble. ¿Cuándo no se podía utilizar la palabra “presidenta”? Cuando no había presidentas. Ahora que las hay, no pasa absolutamente nada por hablar de “presidentas” en lugar de “presidentes” para referirnos a esas mujeres. Es curioso que cuando no había abogadas, sin embargo, sí existía la palabra “abogada”, porque cuando se rezaba el Ave María, se decía “abogada nuestra”. El problema es que Joan Busquets empieza a decir en 2007 en un artículo que afirmar que el uso del masculino genérico procede de la dominación de los hombres a lo largo de la historia y que provoca y perpetúa una discriminación de sexo carecía de base científica. Tenemos que fijarnos en que cuando Antonio de Nebrija publica su Gramática castellana en 1492, ¿había muchas mujeres recibiendo sus clases? O cuando el rey de la Corona Aragonesa convocaba las Cortes, ¿había muchas mujeres en los estamentos que sustentaban la sociedad de aquel momento? En la redacción de la primera Constitución de las cortes de Cádiz, ¿había muchas mujeres diputadas? No. Por tanto, si no había mujeres, ¿cómo iba a utilizar Nebrija esos términos en femenino? No soy lingüista, pero el lenguaje pertenece a quien lo habla y describe lo que ve. Además, en el periodismo, hay que comunicar con absoluta objetividad y rigor lo que estamos describiendo. Por tanto, utilícense las palabras que describen lo que vemos. Lo que es ridículo es llamar a la presidenta del congreso de los diputados “señora presidente”. Ahora, ya está asumido el término “presidenta”, ya hay mujeres presidentas. ¿Cuándo no se podía utilizar la palabra “wifi”? Cuando no existían las wifis. 

La lista de artículos escritos por lingüistas contrarios al lenguaje inclusivo es larguísima... 

Sí, otro ejemplo es cuando el académico Ignacio Bosque en 2012 en el informe El sexismo lingüístico y la visibilidad de la mujer analizó las guías que empezaron a proliferar de lenguaje inclusivo y decía que utilizaban palabras que eran ajenas a la práctica de los hablantes. La UNESCO desde 1987 recomienda evitar el uso del masculino como genérico para incluir también al género femenino. Un año después, en 1988, el Ministerio de Educación y Ciencia del gobierno español ya escribe unas recomendaciones para el uso no sexista del lenguaje. En 1995, se crea una comisión en el Instituto de la Mujer que publica una guía negando el uso del genérico masculino; por cierto, es la segunda guía más extensa y está escrita por filólogas -los académicos se quejaban de que las guías que proliferaban no estaban escritas por filólogas, pero sí había filólogas en esta, como Carmen Alario, Mercedes Bengoechea y Eulalia Lledó, junto a la historiadora Ana Vargas. Aragón también fue pionera con una guía redactada por una profesora asociada de la Universidad de Zaragoza, en 1985, que publicó el IAM y la Asociación de la Prensa. No entiendo cuál es el problema para ese ataque furibundo hacia el lenguaje inclusivo, diciendo que es totalmente innecesario. Viene de quienes siguen defendiendo unas normas que están absolutamente periclitadas; estamos demostrando en el uso y en la vida diaria que ya no existen. Otra cuestión es a la hora de escribir la descripción del doble género: la RAE considera que es una aberración escribir “todos y todas”, pero ¿qué problema hay? ¿Cuánto tiempo estamos gastando? ¿Cuántos espacio estamos utilizando en la prensa para utilizar “todas y todos”? También les parece aberrante el “todxs”, “todes” o “tod@s”. “Todxs” y “tod@s” no son palabras para ser leídas, es un símbolo para ser interpretado. Cuando lees, simplemente el cerebro está pensando en que es necesario interpretar “todas y todos”. Y con el “todes” permitimos que cada persona se identifique como quiera. Lo que yo quiero es que se identifique el género femenino, porque ahora mismo está absolutamente invisibilizado. Si al final las personas consideran que formas como “todxs” o “todos, todas y todes” son adecuadas, la RAE sólo tiene que ser notaria de la lengua y constatar esos usos. Siempre me ha dejado patidifusa que se aceptase la palabra “zasca”, una palabra que se inventó un periodista y que ya ni se utiliza. La lengua es un ser vivo. ¿Qué palabras deberían estar en el diccionario? Las que todo el mundo aceptemos como vehículo de comunicación.

Con las palabras que no tienen femenino, ¿sería partidaria de crearlo, aunque no exista?

Depende. Tenemos varios epicenos, palabras con un solo género gramatical. La lengua es muy rica. La RAE también dijo que para las palabras en las que la gran mayoría de personas del grupo al que se refieren fueran mujeres, por ejemplo, en una profesión, se podría utilizar el término en femenino. Es el caso de las azafatas, pero ¿qué han hecho los azafatos, a los que no les gustaba esa palabra para definirse? Inventarse otro término, que es “auxiliar de vuelo”. También hay matronos. ¿Qué se consigue con esto? Exclusivamente, ir al grano, comunicar de la manera más rápida y objetiva posible. Toda la vida las mujeres se han dedicada a la enfermería, con lo que se hablaba de “enfermeras”. Ahora ya hay “enfermeros” y eso no supone ningún problema. El problema es cuando de forma genérica se utiliza “enfermeros”, siendo que la inmensa mayoría de esos profesionales son mujeres. Chirría hablar de “enfermeros” en un colectivo tan feminizado. La única herramienta que hay que tener en la cabeza para utilizar el lenguaje inclusivo es pensar en las mujeres, visibilizarlas en el lenguaje.

¿Utilizando el término “enfermeras” para todos los profesionales sanitarios de esta categoría no corremos el riesgo de perpetuar estereotipos, de reforzar la idea de que todo el personal de enfermería son mujeres? Pregunto porque también hay más médicas que médicos y, en ese caso, no solemos hablar de “médicas” para referirnos a todo el colectivo...

Se suele decir “médicos”, pero hasta que se deje de decir. Desde luego, como periodista, apostaría por hablar de “enfermeras y enfermeros”, por ese orden. De todas formas, podemos cambiar el titular, se puede hacer de muchas maneras. La cuestión es pensar en las mujeres y que en las profesiones que han sido históricamente desempeñadas por las mujeres también tenemos que incorporar el género masculino. Hay que describir lo que estás viendo. El lenguaje está a nuestro servicio, lo tenemos que crear en función de nuestras necesidades. ¿Dónde está la economía del lenguaje? En comunicar bien, de una manera rápida, rigurosa, donde con un apunte ya estemos dando la pincelada exacta de lo que queremos transmitir. Me hace mucha gracia que el señor Pérez Reverte, escritor y periodista... Su opinión con respecto al lenguaje inclusivo ya ha empezado a cambiar. Él criticaba el uso del desdoblamiento de géneros sin ton ni son -aunque ya he apuntado que eso no es lenguaje inclusivo- y defendía las normas del lenguaje. Sin embargo, él mismo ha declarado que, a pesar de que la RAE haya suprimido el acento en el adverbio “solo”, él se opone a esa norma y va a seguir acentuándolo, porque hay situaciones en las que conviene ponerlo. Por tanto, él va contra algunas normas que ha dictado la RAE. Le alabo el gusto, pero con el lenguaje inclusivo podemos hacer exactamente lo mismo. Hay que olvidarse de toda la crítica ideológica, política, partidista que acarrea esto. En la Asociación de Periodistas por la Igualdad estamos luchando en todos los frentes para hacer que el lenguaje inclusivo se entienda como lo que es: un lenguaje que identifica a los dos sexos. Por ejemplo, hemos intentado convertir toda la página web del Gobierno de Aragón para que utilice términos inclusivos, donde no haya una discriminación por sexo. 

Con respecto a las normas de la RAE, ¿no le parece que es muy frecuente caer en el error opuesto: evitar palabras que sí reconoce la RAE? Por ejemplo, “concejala”, “fiscala”, incluso “médica”...

Sí, también ocurre con “jueza”, que es un término reconocido por la RAE hace muchísimos años ya. Esto no sólo ocurre en España. En Italia, la presidenta del Senado se sigue llamando a sí misma “presidente”, porque ella considera que ser “presidenta” le haría ser inferior. Todo está íntimamente relacionado con el papel de la mujer en la sociedad. La palabra “médico” puede llegar a tener más prestigio que la palabra “médica” porque las mujeres se han ido incorporando a la medicina desde hace relativamente poco tiempo en términos históricos. La cuestión es el prestigio que acarrean las palabras. No hay que tener ningún miedo a usar la palabra “médica”; es la mujer que ejerce la medicina, deberíamos naturalizarlo. La filóloga y lexicógrafa Paz Battaner ya dijo cuando un término se naturaliza y se normaliza va al diccionario. Es muy sencillo.

¿Por qué cree que se produce esta oposición a utilizar un lenguaje más inclusivo?

Las causas de esta intransigencia serían exactamente las mismas que se dan para que las mujeres ocupemos los primeros puestos en todo. Las mujeres seguimos siendo en muchas ocasiones ciudadanas de segunda. No estamos al mismo nivel. Hay una desigualdad estructural, la sociedad nos guarda un papel diferente para nosotras. Hay una visualización diferente de qué representa el hombre y qué autoridad tiene frente a la mujer. La historia la siguen contando los hombres; siguen siendo los dueños de la historia. No hay que tener miedo a este cambio social, habrá mucha más equidad.

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