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El veinteañero de Tarragona que dejó el mar para criar 800 ovejas en un pueblo aragonés de 100 habitantes

Marc Casanova con una de sus ovejas

María Bosque Senero

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Las ovejas pastan y se desplazan, con su caminar lento y pesado, por el monte. Son las siete de la tarde de un lunes todavía muy caluroso para ser septiembre. Marc Casanova López tiene 24 años y desde hace uno y medio es el pastor y señor de este rebaño de 800 ovejas que cuida de forma ecológica, y de otras 400 más que pastorea a parte “porque esas son las de mi madre y siempre han estado en convencional”, explica.

Hijo único, se crio en Sant Jaume d'Enveja; una pequeña localidad costera de la provincia de Tarragona ubicada en el centro del parque natural del Delta del Ebro; primero entre las vacas y después entre las ovejas de su madre, y siempre viendo a su padre en la mar, mariscando. “Empecé a cogerle el gusto a esto de cuidar de los animales y con veintiún años decidí buscar un ganado para mí”, apunta el pastor.

Buceando en internet con la ayuda de su padre, llegaron hasta una explotación que se vendía en la comarca de las Cinco Villas. En el anuncio, Enrique, un vecino de la zona de mediana edad, ofrecía sus 800 animales en ecológico, pastos y la parte correspondiente de los derechos de la PAC, además de una paridera. “Tuve otras opciones, pero cuando vi a estos animales, me enamoré, todo el ganado estaba estupendo; la lana brillante, carne en los lomos, se notaba que habían estado bien cuidados”. Y fueron estas ovejas las que hicieron que Marc abandonara la playa para venir al monte; justo el proceso inverso al que su paisano Serrat cantaba en su famosa canción de amor.

Al principio mis amigos flipaban porque yo vivía en la playa y me vine aquí, y además, a dedicarme a esto que es muy sacrificado y trabajas los 365 días del año

El nuevo ganadero hizo las maletas y emprendió un viaje de casi 400 kilómetros rumbo al secano. Pero como en toda historia de superación que se precie, el comienzo no fue un camino de rosas. Para empezar, encontrar casa en la localidad más cercana a la paridera donde estaban las ovejas, Alera, fue imposible. “Estuve los dos primeros meses viviendo en una caravana en el Camping de Bolaso, a unos 30 kilómetros del pueblo, y después, estuve dos meses más viviendo en el albergue Doshaches de Figarol, un pueblo de la linde con Navarra que estaba ya mucho más cerca del ganado”, cuenta Marc Casanova. Poco tiempo después, encontró al fin una casa de alquiler en Alera, el pueblo que no llega a un centenar de habitantes donde lleva un año viviendo. “La gente de los pueblos es reacia a meter en sus casas a gente que no conoce, aunque sea de alquiler. Cuando me fueron conociendo, enseguida tuve donde quedarme”, confiesa el pastor que, de paso, sonríe mientras añade que, “como buen niño mimado”, hasta que llegó al pueblo no había lavado una camisa, ni había hecho una comida en su vida, y que, sin embargo, ahora “plancho, lavo y hasta cocino, porque si no, no como” exclama. 

La gente del pueblo ya lo conoce y Casanova asegura que todos le han recibido con los brazos abiertos: “nunca había conocido gente mejor que esta, y si necesito algo, ahí están para ayudarme”. Sin embargo, se siguen sintiendo extrañados al ver a este joven catalán, a sus 24 años, al frente de un negocio “esclavo” como lo es la ganadería de ovino. “Yo entiendo que se extrañen, al principio mis amigos flipaban porque yo vivía en la playa y me vine aquí, y además, a dedicarme a esto que es muy sacrificado y trabajas los 365 días del año”, explica Marc, que reconoce que, para él, ser pastor es una forma de vida: “madrugar cada día para pasear con mis ovejas no siento que sea un trabajo, es más un hobby, y me relaja”, aclara.

Un hobby o una profesión vocacional que no pasa por su mejor momento, ni en Aragón ni en el resto de España. Los precios del lechal y del ternasco están “entorno a un 30% por debajo de lo que deberían para que el negocio fuera rentable, teniendo en cuenta que los piensos y el resto de gastos que supone para el ganadero en el día a día han subido de forma desorbitada”, explica el pastor. Para compensar los altos precios de la cebada o el alfalce, Marc saca más a su rebaño a pastar “es una forma de compensar el alimento y los costes sin que afecte al bienestar ni a la calidad de la alimentación de mis animales, pero si no lo hago así, saco cuentas y no podría mantenerme”, confiesa. Sacar más a los animales a pastar supone también más trabajo, aunque Marc cuenta con la ayuda “importantísima” del pastor eléctrico, gracias al que “mientras las ovejas están sueltas pero cercadas, puedo ir haciendo otras tareas necesarias como alimentar a los corderos, atender partos o limpiar las naves”, comenta. La falta de relevo generacional es la peor de las enfermedades que sufre la ganadería extensiva. En esta zona, “desde que llegué hace poco menos de dos años, ya son tres las explotaciones de ovino que han desaparecido, nadie ha querido hacerse cargo de ellas”, advierte Marc. Los bienes a precios altos y la venta del producto a precios bajos, es la fórmula que está “dando al traste con las explotaciones de ovejas y de otros animales en toda España”, explica el joven. 

Ganadero de vocación

Este ganadero de vocación, que con 22 años se marchó de las orillas del Delta a las faldas de los Pirineos aragoneses con 800 ovejas y muchos sueños, confiesa que le gustaría quedarse en la zona “para siempre” cuidando de su ganado en ecológico y de las otras 400 cabezas del ganado de su madre que se ha traído desde Cataluña hasta Alera para seguir pastoreándolas en convencional “aunque esto supone que tengo que sacar el ganado en dos tantas distintas y recorrer pastos diferentes, porque las que están en ecológico no pueden alimentarse en pastos que no estén declarados como tal ni a la inversa”, explica. Uno de los alicientes del joven es “saber que el animal que crio tiene una calidad excelente, porque cuando probé mi cordero, aluciné” añade. “La calidad de los pastos de la zona hace que la carne del animal sea mucho más sabrosa, por eso elegí esta zona”, aclara el joven, que reconoce que no se arrepiente de haber tomado la decisión de venir hasta este pueblo cincovillés. “Cuando llegué aquí solo, mi madre me llamaba por teléfono y lloraba todos los días, al final me colgaba casi sin hablar”, confiesa Marc. Desde hace unos meses sus padres; Mª Victoria, ganadera de 50 años, y Salvador, mariscador de 55, están también en el pueblo. Son cuatro manos más para trabajar y esto ayuda a hacer rotaciones en las labores de pastoreo para que todos tengan algún día de fiesta. Un tiempo libre que Marc dedica a jugar al fútbol en el equipo del pueblo: “en Alera estamos tres o cuatro jóvenes, el resto vienen de Figarol y de otros pueblos del entorno de Sádaba”. 

Marc Casanova López es un ejemplo de relevo generacional sin barreras territoriales. Vivía en Tarragona, adoraba ser pastor y cuidar de las ovejas, y encontró en la comarca de las Cinco Villas “la mejor tierra para pastorear de las que había visto”. La mayor dificultad en un sector tan vocacional como el sector ganadero, explica “es partir de cero”, si no tienes experiencia previa es “muy difícil que decidas ser pastor o pastora”. añade. A esto, según los últimos estudios y la opinión de los sindicatos agrarios, se suma la dificultad de afrontar “la millonaria inversión que supone comprar animales, instalaciones y tierras para pastar y también para trabajar” que puede superar los 350.000 euros para una explotación de 700 animales. El sector ganadero en Aragón se encuentra ahora a la expectativa de conocer cómo les afectarán en la realidad y no sobre papel, los cambios que trae consigo la nueva Política Agraria Común que entrará en vigor a principios de 2023. Hasta que llegue ese momento, pastores y pastoras como Marc que denuncian “lo difícil que nos resulta ser escuchados por las administraciones” invierten sus “fuerzas y día a día en hacer todo lo posible por sobrevivir, siendo pastor y cuidando de mis animales”.

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