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Sobre este blog

Arsenio Escolar es periodista y escritor. Con sus 'Crónicas lingüísticas del poder' –información, análisis y opinión de primera mano–, entrará semanalmente en elDiario.es en los detalles del poder político, económico, social... y de sus protagonistas. Con especial atención al lenguaje y al léxico de la política.

El partido del 28A se juega en 52 canchas diferentes

Foto de archivo del Congreso de los Diputados.

Arsenio Escolar

Las elecciones generales anunciadas hace unos días por el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, para el próximo 28 de abril se presentan como las más insólitas, peculiares, reñidas y cruciales de nuestras cuatro décadas de democracia.

Son muchas las razones por las que el 28A será una jornada electoral diferente a todas las que hasta ahora hemos vivido. La cercanía a otro proceso electoral: las europeas y municipales en toda España y las autonómicas en 13 de las 17 comunidades autónomas que se celebrarán solo cuatro semanas después, el también domingo 26 de mayo. El hecho de que buena parte de la campaña electoral oficial transcurra durante un periodo vacacional masivo, la Semana Santa, que este año cae muy pocos días antes, del 14 de abril (Domingo de Ramos) al 21 de abril (Domingo de Pascua). La circunstancia de que compiten cinco partidos de ámbito estatal con fundadas expectativas de cosechar todos ellos muchos votos y bastantes escaños. El clima de tenso enfrentamiento no sólo entre los diferentes partidos sino también en una parte de la opinión pública. La expectativa general, casi la certeza, de que los resultados del 28 de abril y de los pactos posteriores alumbrarán un nuevo periodo en nuestra historia colectiva como país.

El periodo que se abra en España será muy diferente según cuál de los dos bloques en que se ha polarizado en los últimos meses nuestra vida pública se haga finalmente con el poder tras el 28A.

El panorama será uno si el poder cae finalmente en los partidos de derechas -PP, Ciudadanos, Vox-, partidarios declarados de afrontar el problema catalán con la mano dura de aplicar sine die el artículo 155 de la Constitución, de recentralizar en parte la ahora territorializada organización del Estado, de liberalizar todo lo posible la economía, de recortar o matizar algunos derechos individuales, de adelgazar el Estado mediante recortes de los servicios públicos y de los sistemas de bienestar y bajar los impuestos, especialmente a las capas medias y altas.

Y el panorama será otro si se hace con el poder -y con una suma parlamentaria mayor y menos agrietada que la que salió de la moción de censura a Mariano Rajoy hace nueves meses- el bloque formado por el centroizquierda (PSOE), la izquierda (Unidos Podemos y algunas formaciones de ámbito no estatal) y la mayor parte de los partidos nacionalistas, partidarios la mayoría de ellos -con matices- de afrontar el problema catalán con más diálogo y negociación, de fomentar un mayor reparto de las diferentes competencias administrativas entre las tres actuales redes territoriales del Estado (la Administración Central, la autonómica y la municipal), de fomentar una economía más social y hacer políticas públicas que combatan la galopante desigualdad, de ampliar derechos individuales y de reforzar los servicios públicos mediante una política fiscal que recaude más de las grandes corporaciones y de las capas más favorecidas de la sociedad.

La polarización entre los dos bloques de partidos y el alejamiento y enfrentamiento entre ellos son tan evidentes que la opinión pública ya ha certificado la desaparición del centro político. Lo demuestra la pregunta de la escala ideológica, que incluyen desde hace años muchas de las encuestas que se hacen en España. Es muy reveladora la última del instituto público, el CIS: el Barómetro de enero. En la pregunta en que se les pide a los encuestados que se coloquen ellos en un arco en que el 1 representa la izquierda y el 10 la derecha, la media de los 2.989 encuestados se ubica en el 4,6. Cuando se les pide que coloquen a los diferentes partidos, a los estatales los sitúan así: IU en el 2,1, Podemos en el 2,2, PSOE en el 4,2, Ciudadanos en el 7,0, PP en el 8,0 y Vox en el 9,3. Es decir, tres partidos en la izquierda separados por 2,1 puntos, otros tres en la derecha separados por 2,3 puntos y un desierto en el centro donde en 2,4 puntos del arco no hay nadie.

La mayoría de las encuestas que se publican estos días indican que los dos bloques están muy parejos, con una ligera ventaja en votos del de derechas. Dicen también que el voto está muy volátil -hay muchos electores que cambian de intención de voto por determinados estímulos de información-; que muchísimos votos se decidirán durante la campaña, especialmente al final, y que nuestro peculiar sistema electoral hace impredecible el resultado en votos y sobre todo en escaños.

El 28 de abril no se celebrarán unas elecciones generales, sino 52. Tantas como circunscripciones. Y las 52 circunscripciones -las 50 provincias más Ceuta y Melila- son muy diferentes. En las últimas elecciones generales, en junio de 2016, contábamos con estos rangos de circunscripciones:

Dos grandes: Madrid (36 escaños) y Barcelona (31). Once medianas: Valencia (16), Alicante y Sevilla (12 cada una), Málaga (11), Murcia (10), Cádiz (9) y Asturias, Baleares, La Coruña, Las Palmas y Vizcaya (8).

Ya más pequeñas, cuatro provincias con 7 escaños cada una (Granada, Pontevedra, Santa Cruz de Tenerife y Zaragoza), siete con 6 escaños (Almería, Badajoz, Córdoba, Gerona, Guipúzcoa, Tarragona y Toledo) y siete con 5 (Cantabria, Castellón, Ciudad Real, Huelva, Jaén, Navarra y Valladolid).

Y muy pequeñas o minúsculas, diez con 4 escaños (Álava, Albacete, Burgos, Cáceres, León, Lérida, Lugo, Orense, La Rioja y Salamanca), ocho con 3 (Ávila, Cuenca, Guadalajara, Huesca, Palencia, Segovia, Teruel y Zamora), una con 2 escaños (Soria) y dos con solo 1 escaño (Ceuta y Melilla).

Los escaños que les corresponde a cada provincia se calcula en cada cita electoral, por la población que cada una tenga, pero siempre suman los 350 asientos que tiene el Congreso de los Diputados. El mapa para el 28A lo tendremos en breve. Puede haber alguna variación, pero será mínima.

Por meras matemáticas, en 21 provincias (las que otorgan 4 o menos escaños) el que sea el quinto partido más votado no logrará escaño. En otras 7 provincias, las de 5 escaños, el quinto partido solo entrará en el reparto de escaños si logra al menos la mitad más uno de votos populares de los que logre el partido más votado. Los partidos hegemónicos de cada uno de los dos bloques -PSOE en el de la izquierda, PP hasta ahora en el de la derecha- apelarán, especialmente en esas 28 circunscripciones, al voto útil, a no votar a ninguna de las formaciones en teoría más pequeñas (Unidos Podemos, Ciudadanos y Vox) por el riesgo de que sean sufragios improductivos, que no generen escaños. ¿Les funcionará? En algunos sitios sí, y en otro no. Pero lo cierto es que en esas circunscripciones donde los escaños generados representan de modo menos proporcional los votos populares se juegan nada menos 103 escaños. Algunos de ellos se pueden decidir por unos pocos centenares de votos e inclinar la balanza final a uno u otro lado, a la derecha o a la izquierda.

Si al puzzle le metemos la variante de que en unas cuantas circunscripciones (las tres vascas, las cuatro catalanas, las tres valencianas, las cuatro gallegas, las dos canarias, la navarra...) habrá partidos nacionalistas fuertes en liza que encareceran aún más los escaños, la conclusión es evidente: el resultado en escaños y en posibilidades de Gobierno tras el 28A es una incógnita completa. Hay partido. O mejor dicho, hay 52 partidos en juego.

Sobre este blog

Arsenio Escolar es periodista y escritor. Con sus 'Crónicas lingüísticas del poder' –información, análisis y opinión de primera mano–, entrará semanalmente en elDiario.es en los detalles del poder político, económico, social... y de sus protagonistas. Con especial atención al lenguaje y al léxico de la política.

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