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Emilio y Carlos, primera pareja gay que se casó en España: “Que la ultraderecha no nos toque la legislación porque se arma”

Los novios atienden a la prensa que siguió con expectación la primera boda gay de España.

Pilar Campo

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El asturiano Emilio Menéndez y el neoyorquino Carlos Baturin cumplirán el próximo 11 de julio su 18 aniversario de boda, aunque llevan juntos desde hace cinco décadas. La pareja protagonizó la primera ceremonia homosexual de España en 2005 y su matrimonio puso al país en la vanguardia mundial de los derechos LGTBI.

Emilio no teme que la irrupción de Vox en las instituciones y los pactos alcanzados con el PP impliquen un retroceso en los derechos sociales porque cree que se limitará a la puesta en escena de gestos simbólicos. “No me dan miedo. Si hay que salir a la calle, se sale. Somos más que ellos”, advierte. Y añade: “Que no nos toque la legislación, porque se arma”.

La pareja no era consciente de la expectación que su boda había concitado el 11 de julio de 2005. Pero ese día, cuando entraron en la sala del Ayuntamiento de Tres Cantos, en Madrid, donde les esperaba para oficiar la ceremonia civil el concejal de IU José Luis Martínez Cestao, había un centenar de medios de comunicación para captar una imagen que iba a dar la vuelta al mundo.

Ellos estaban ajenos a ese revuelo mediático y sólo querían formalizar su relación aprovechando que acababa de entrar en vigor la ley que daba vía libre al matrimonio homosexual, durante la etapa de gobierno del socialista José Luis Rodríguez Zapatero, y antes de que pudiera llevarse al Tribunal Constitucional y se pudiera tumbar.

Carlos, de 76 años, está ahora delicado de salud y por eso el interlocutor es Emilio que, a sus 69 años, echa la vista atrás para rememorar cómo fueron esos primeros años cuando abandonó su municipio natal de Pola de Allande, en Asturias, y se trasladó a Madrid, cómo los homosexuales tenían que ligar en sitios clandestinos porque aún estaba perseguido, cómo en aquellos años de la dictadura para unos padres era “un disgusto” tener un hijo que quería a otro hombre, cómo conoció a su marido, su boda y cómo hoy, 18 años después, la irrupción de la ultraderecha en las instituciones lleva a los colectivos a salir a la calle para defender derechos ya reconocidos.

Emilio tiene grabada en su memoria su imagen cuando con sólo 20 años conoció a Carlos, diez años mayor que él, en una cafetería que no era del ambiente gay y cómo transcurrió la conversación que les mantiene unidos, casi 50 años después.

“Durante la dictadura el mundo gay era un mundo completamente clandestino. Había muy pocos sitios donde los gais nos pudiéramos reunir y además había que ser muy discretos. La mayoría de los gais ligábamos en la calle o en sitios de lo más insospechados y había también cosas más sórdidas. En aquella época yo era muy jovencito e inexperto. A veces me daba cuenta que me miraban y si respondía con la mirada era como un poco el juego. En esas circunstancias el ser humano desarrolla sus instintos. Era mucho más divertido todo”, comenta.

En aquella época, Emilio y Carlos vivían en el barrio madrileño de Chamberí, pero no se conocían. Los dos coincidieron un día de febrero que hacía frío. Emilio llevaba toda la tarde estudiando, le dolía la cabeza y decidió salir a dar una vuelta y despejar. Entró en una cafetería y ahí estaba Carlos.

“Nos miramos con miradas muy expresivas. Carlos se me acercó y me saludó. Me dijo: 'oye, ¿no te conozco de algo?'. Fue todo como muy inocente”, explica. Ambos empezaron una relación y llegó el momento en que Emilio que vivía con sus padres tuvo que afrontar con ellos su decisión de irse de casa para vivir con otro hombre.

Yo llegaba a casa tarde, de madrugada. Mis padres me hacían preguntas y a decirme que les contara la verdad. Y se la conté. Fue un tremendo disgusto porque pensaban en la vida que me esperaba, por la forma de vida que era y con lo mal visto que estaba

“Tenía que explicarle a mi madre que quería irme de casa con otro tío y contarle el asunto -dice- pero llegó un momento en que yo llegaba a casa tarde, de madrugada. Mis padres me hacían preguntas y empezaron a decirme que les contara la verdad. Y se la conté. Para mis padres fue un tremendo disgusto porque pensaban en la vida que me esperaba, por la forma de vida que era y con lo mal visto que estaba”.

Al irse de la casa familiar comenzó una nueva vida. Emilio aprovechó que Carlos se iba a ir a vivir a Nueva York (EEUU) a hacer la reválida y se fue con él. A sus padres no les gustó la idea, pero lo aceptaron, aunque sólo residieron ahí un año porque el asturiano tenía pendiente la obligación de incorporarse al servicio militar en España.

“Tenía que decidir si me convertía en un prófugo porque yo no podía volver a España hasta que estuviera liberado de la obligación de la mili hasta cumplir los 45 años. Le dije a Carlos que yo no quería cerrar la puerta a mi país. Yo tenía 20 años y Carlos 30. La diferencia de edad añadía otra preocupación para mis padres”, admite.

Emilio reconoce que él no es cabezón, pero sí tenaz y cuando se le 'mete' una idea en la cabeza sigue con ella hasta el final y aunque escucha las recomendaciones y consejos que le ofrecen para que medite, él tiene claro lo que quiere y, además, mantiene que él se fía mucho de su intuición y no suele fallarle. “Si hay algo negativo o raro, lo capto y capté enseguida que podía fiarme de Carlos y podía confiarle mi vida”, corrobora.

Tras analizar los pros y contras, los dos decidieron volver a España y Emilio se incorporó al servicio militar, que realizó en San Roque en el Campo de Gibraltar, pero estando en la mili le descubrieron un soplo en el corazón con unos medios “muy primitivos” y le dieron como inútil temporal. Tras una suspensión provisional, volvió a incorporarse al servicio militar y una vez licenciado, la pareja volvió a residir en Estados Unidos, aunque en esta segunda ocasión recalaron en Boston donde tenía un trabajo Carlos.

“Esa misma semana encontré trabajo en la universidad y arreglé los papeles, obtuve la 'green card' y la residencia. En esa época conocimos a gente estupenda con la que se fraguó una gran amistad que aún conservamos”, señala Emilio.

La etapa americana fue una de las más felices de la pareja porque tenía su casa, podía hacer una vida normal y se consolidó la relación. Y cinco años después, de nuevo regresó a España y comprobó el cambio que se estaba produciendo en el país.

“Después de meditarlo mucho, vinimos a Madrid. Mi familia ya reaccionó mejor porque mis hermanas habían ido a visitarnos a América y a la vuelta comentaron a mis padres lo felices que éramos y ellos al ver que estábamos bien se tranquilizaron y todo ya se normalizó”, relata Emilio.

Una boda mediática con cien medios de comunicación

Emilio y Carlos decidieron dar el paso definitivo y casarse en 2005. Emilio aún tiene muy vivo el recuerdo del día de la boda. Los dos entraban ilusionados al salón de actos del Ayuntamiento de Tres Cantos (Madrid) donde se iba a celebrar su enlace matrimonial cuando les avisaron por teléfono de que un centenar de medios de comunicación les esperaban a las puertas del consistorio.

Me llamaron para decirme que había cien medios de comunicación. Me preguntaron qué hacían con los periodistas, si los íbamos a recibir, porque si no queríamos que accedieran al salón de actos del ayuntamiento tenían que pedir refuerzos a la Policía

“El día de la boda fue como una película antigua. Tengo flashes y muchos recuerdos. Vivimos mucho el momento. Había tanto reportero, tanta gente preguntándonos por tantas cosas, que no daba tiempo a pensar en lo que estaba pasando. Estábamos en el salón de actos del ayuntamiento, que era muy amplio, un verdadero anfiteatro y sobre las 12 me llamaron por teléfono para decirme que tenían a cien medios a la puerta. Me preguntaron qué hacían con los periodistas, si los íbamos a recibir porque decían que si no queríamos que accedieran al salón tenían que avisar para pedir refuerzos y que vinieran más policías”, explica.

Ellos contestaron que pasaran a la sala, pero que estuvieran “modositos” y que si querían hacían un posado y hablaban con ellos. Durante la ceremonia les hicieron muchas fotos, aunque Emilio aún a día de hoy se sigue sorprendiendo de que su boda suscitara tanto interés. Recuerda además que fueron unos días “muy bonitos, pero muy intensos” porque, una vez que la noticia se difundió, pasaron tres días hablando por teléfono dando detalles a tanta gente que les llamaba.

Al día siguiente, cuando salieron a la calle, vieron su imagen en todas las portadas de los periódicos y su primera idea fue “refugiarse” de nuevo en casa, aunque ellos más tarde volvieron a salir para protagonizar un reportaje especial de televisión donde entrevistaban a sus vecinos que lo vivían con naturalidad, ya que hasta llegar a la boda ya llevaban 30 años juntos.

El matrimonio reside actualmente en el barrio madrileño de Chamberí. Este fin de semana, no salieron a la calle a celebrar la fiesta del Orgullo gay por el estado de salud de Carlos, aunque el próximo 11 de julio conmemorará su aniversario con una celebración con amigos y familiares en su domicilio.

Emilio está convencido de que la irrupción de Vox en las instituciones no supondrá un retroceso en los derechos reconocidos al colectivo LGTBI y advierte de que es mayoritaria la sociedad civil que lucha por que no se dé un paso atrás.

Con la irrupción de Vox en las instituciones van a seguir las mismas cosas y las van a llamar como ellos quieran. Pero fuera de los simbolismos no creo que ni el PP, ni Vox, ni los dos juntos, se atrevan a tocar nada de ningún derecho de los que hay

“A mi no me dan miedo. Si hay que salir a la calle, se sale. Ellos no van a hacer más que cosas simbólicas. No van a tocar nada, ninguna legislación ni nada. Van a seguir las mismas cosas y las van a llamar como ellos quieran. Pero fuera de los simbolismos no creo que nadie, ni el PP ni Vox ni los dos juntos se atrevan a tocar nada de ningún derecho de los que hay”, sostiene.

“Lo único que pasa es que ellos cambian los nombres y en lugar de llamar violencia machista la llaman violencia intrafamiliar, pero son cosas de esas. Saben que la sociedad no comulga con ellos. Habrá mucha gente que les vote, pero pasos atrás no se dan. No se puede y si se dan se lucha. Eso está clarísimo. Y somos muchos más que ellos”.

Emilio tiene claro que la involución no se va a conseguir. Dice que la ultraderecha seguirá escenificando su disconformidad con gestos.

“Que ellos no quieran poner las banderas arco iris en los balcones del ayuntamiento, pues que no las pongan. Nosotros vamos a seguir teniendo el Orgullo igual y vamos a seguir saliendo a la calle igual y que no nos toquen la legislación porque se arma”.

Emilio está convencido de que habría una reacción inmediata en la calle, en el caso de que la ultraderecha intentara derogar medidas que supusieron un avance en la lucha por la normalización del colectivo LGTBI no sólo por parte de asociaciones vinculadas a este movimiento, sino por la sociedad civil en general.

Emilio reconoce que ellos han corrido mucho delante de la policía en épocas pasadas, cuando le podía costar la cárcel, por eso si tuviera que volver a hacerlo, aunque ya que no podría correr como entonces por razones obvias de la edad, sí lo volvería a repetir por defender el mantenimiento de los derechos ya reconocidos.

Ellos, que sabían lo que era exponerse a acabar presos en una cárcel por defender su orientación sexual durante la dictadura, porque asegura que “la ley estaba ahí”, también son conscientes de que una vez finalizada la dictadura, durante lo que denominaban la “dictablanda”, a veces se hacía “la vista gorda” de muchas formas.

“En primer lugar, porque España estaba empezando a explotar el turismo, en los años 60 y 70 del siglo pasado y no quería dar una imagen de que metían a la gente como en campos de concentración, pero la ley estaba ahí y de hecho los expedientes contra los homosexuales se destruyeron alrededor de 1979”, afirma.

Suicidios por acoso e intolerancia religiosa

Ahora, en pleno siglo XXI, que sigan registrándose casos de suicidios de jóvenes que han sufrido acoso por su orientación sexual es, para él, “una pena muy grande porque no sé hasta qué punto la sociedad somos culpables -resalta- y lo que es cierto es que falta mucha educación y destruir estereotipos”.

Emilio se muestra partidario del diálogo y le gustaría que cualquier persona que esté en contra de la homosexualidad porque considere que es “algo maligno” por lo menos le explique a qué se debe su posicionamiento y se lo argumente.

“Las leyes no son obligatorias. Si no te quieres casar, no te cases. Si no quieres abortar, nadie te obliga. Pero lo que no puedes hacer es que tus convicciones y tus ideas imponérselas a nadie. Tienes que consentir que los demás aporten, porque no es asunto tuyo. La intolerancia religiosa hay que extinguirla. El respeto es lo que nos hace a todos vivir con tranquilidad y en paz”, razona.

Opina lo mismo sobre aquellas personas que entienden que la homosexualidad debe tratarse como una enfermedad: “A esas personas que piensan que es una enfermedad les diría que me demuestren que a los cerebros de los gais les falta algo como al de los psicópatas que les falta la neurona de empatía o como el cerebro de un psicótico que tiene cortocircuitos. Que me lo demuestren. Mientras tanto es una opción de vida porque yo me considero una persona completamente normal”, rebate.

Emilio siempre ha llevado una vida normal, en un ambiente laboral donde ha sido valorado como profesional, paga sus impuestos y no ha cometido “ninguna tropelía”, describe.

No he hecho ningún cursillo para ser como soy, ni me ha picado ningún bicho que me haya contagiado ninguna enfermedad. Es una cosa genética. Mis recuerdos de pequeño son asociados con lo típico de un niño homosexual con tendencia hacia las cosas femeninas

“Lo único que me diferencia de algunas personas es que en vez de vivir con una mujer, vivo con un hombre porque me gusta más follar con un tío que con una tía. Y ¿Por qué?. No lo sé. Lo que sí sé es que yo no he hecho ningún cursillo para ser como soy, ni me ha picado ningún bicho que me haya contagiado ninguna enfermedad. Yo nací así”.

A su homosexualidad le puso nombre el día en que leyó un libro que le abrió los ojos a la denominación de su sentimiento hacia un hombre. “Todos mis recuerdos de pequeño son asociados con lo típico de un niño homosexual con tendencia hacia las cosas femeninas. A mí me fascinaban las muñecas, siempre estaba en la cocina con mi madre, me empeñé en aprender a coser. En esa época los niños jugaban a la guerra y yo siempre estaba con las niñas. Es una cosa genética”.

No obstante, a Emilio le chirría ver que se sigue, a estas alturas, con una polémica que él califica como “trasnochada”, sobre todo cuando está tan demostrado que “hasta en la naturaleza existe”. Recuerda que una vez una amiga le dijo que tenía que darse cuenta que lo que le pasaba no era normal, un concepto contra el que se sigue rebelando.

“¿Pero, vamos a ver, ¿de dónde he salido yo?, ¿de un laboratorio o es que soy un fenómeno de la naturaleza que soy la única persona en el mundo que es así?. Hay un tanto por ciento, que en algunas poblaciones llega hasta el 10 por ciento, de homosexualidad. Es una característica más del ser humano”, asevera.

Es un caso similar al de la transexualidad. Según explica Emilio, toda la vida ha habido personas transexuales pero es ahora cuando se habla de este tema, se elaboran leyes y se organizan como colectivo mientras que antes era igual que con los homosexuales, dice, que “también era considerado como una desgracia muy grande o un secreto muy bien guardado, pero ¿por qué tiene que ser un secreto?. Es como ser rubio o tener los ojos azules”.

Emilio recuerda que cuando él era pequeño había un tabú muy grande con la menstruación y su madre y sus hermanas cuando tenían la regla escondían los paños que se lavaban -en aquella época no eran compresas- para evitar que él se enterara de qué se trataba y ahora todo evoluciona y hay hasta anuncios en la tele. Por eso confía en que con la homosexualidad ocurra lo mismo y llegue el momento en que no se necesite hablar de ello.

“Lo que ocurre es que hay una falacia muy a la derecha que es que somos privilegiados porque tenemos leyes que nos favorecen -continúa- pero en primer lugar no hay una ley que sea discriminatoriamente positiva que obligue a que tengas que tener un transexual. Hay leyes que dicen que por el hecho de ser transexual no lo puedes discriminar”.

Emilio reconoce que, a su edad, todavía tiene capacidad de asombro ante “la ignorancia y estupidez de la gente” como ocurre cuando se discrimina a los transexuales en materia laboral sólo por el hecho de su orientación sexual: “Si yo quiero contratar a una secretaria, por ejemplo, ¡a mí qué coño me importa lo que lleva entre las piernas!. Lo importante será que haga bien su trabajo”, ilustra.

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