Pregunta. ¿Le ha sorprendido lo del espionaje de Estados Unidos?
Respuesta. Lo que me sorprende es que se hayan limitado a mirar dentro de correo electrónico y a escuchar las llamadas de móvil, y hayan dejado fuera del radar algo tan importante como la papelera de reciclaje.
P. Ya. Usted ha dicho en algún artículo el que espionaje en internet es equiparable al pirateo de libros. ¿De verdad lo cree?artículo
R. Uno de los argumentos más utilizados por los enemigos de la propiedad intelectual es que los avances técnicos han dejado obsoleta la vieja manera de retribuir a los autores: el 10% del PVP de cada ejemplar vendido. Dado que la técnica permite copiar y distribuir sin límite cualquier archivo, los escritores deberían buscarse otro modo de cobrar por su trabajo, eso dicen. Proteger con leyes este modelo es inútil, añaden. Siempre habrá un modo de descargarse libros gratis. Hasta aquí, resumido, uno de los argumentos estrella de los enemigos de la propiedad intelectual. Pues bien, lo que hago en el artículo al que usted se refiere es aplicar este silogismo al espionaje, a ver qué pasa. Y este es el resultado: si la facilidad para descargarse libros gratis nos obliga, como sostienen los piratas, a modificar nuestra idea de propiedad intelectual, entonces la facilidad demostrada por Estados Unidos para espiar nuestros correos electrónicos debería obligarnos a modificar nuestra idea de privacidad.
P. Pero no es lo mismo. Cuando usted publica una novela, la publica, es decir, se la entrega al público renunciando en cierto modo a su control. Por el contrario, yo nunca he tenido intención de publicar mis correos electrónicos ni de airear mis conversaciones por el móvil. ¿No le parece un matiz significativo?publica
R. Yo tampoco aireo mis novelas ni se las entrego al público; yo las muestro bajo una serie de condiciones. Si esas condiciones no se cumplen, no me interesa mostrarlas. ¿Es eso perder el control sobre ellas? Mas bien todo lo contrario.
P. Pero yo no quiero mostrar mi correo electrónico. Ni siquiera bajo una serie de condiciones.
R. Usted puede hacer con su correo electrónico lo que le dé la gana: encriptarlo, venderlo (si hay alguien que se lo quiera comprar) borrarlo o hacer un envío masivo. La utilidad que usted quiera darle a sus datos privados no afecta a la naturaleza de los mismos. Su privacidad, la muestre o no la muestre, es suya, es de su exclusiva propiedad. Supongo que en eso estará de acuerdo conmigo.
P. O sea que, según usted, se tiene privacidad de igual manera que se tiene una casa o un coche. se tiene privacidadse tiene una casa
R. Creo que el derecho a la privacidad es una modalidad del derecho a la propiedad privada, sí. Uno es dueño de sus datos de la misma manera que es dueño de su cuerpo o de su trabajo. O, por qué no, de su casa. Pregúntele a los autores de memorias escandalosas o a los actores porno. Pregúnteles si se sienten dueños de su privacidad, de su intimidad. Ya sabemos que a usted no le interesa mostrar la suya, pero a ellos sí. Pregúnteles cuánto les pagan por ella. Lo que me divierte y me conmueve de todo este asunto del espionaje es el celo con que los enemigos de mi propiedad intelectual defienden la propiedad de sus datos.
Pregunta: ¿Por qué autoentrevistas?
Respuesta: Porque al fin y al cabo todas las columnas de opinión son respuestas a unas preguntas que se han borrado.
P: Hable por usted, no por los demás.
R: Bueno, no sé si todas. Las mías sí. Cuando tengo que escribir una columna me hago preguntas, las contesto y luego borro la parte del entrevistador.
P: Y aquí ha decidido dejarla.
R: Sí, para darle voz a mi otro yo.
P: ¿Y no es un poco esquizofrénico eso de hacerse preguntas, contestarlas y llevarse la contraria?
R: Un poco, pero es la única manera que tengo de saber lo que pienso sobre las cosas. Y además no siempre estoy de acuerdo con mis opiniones.