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El Ojo izquierdo nació en El País en 2010 y prolongó su vida durante diez años en la cadena SER, con vivienda propia en el Programa Hoy por Hoy, primero con Carles Francino, después con Pepa Bueno y finalmente con Àngels Barceló.

Ahora se instala con comodidad en elDiario.es, donde es de esperar que se mantenga incólume la aviesa mirada de su autor, José María Izquierdo.

¡Que alguien llame a los loqueros!

Vista general del hemiciclo

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Comenzamos el año con los políticos de todos los partidos –léanlo bien, de todos los partidos– en modo enloquecido. Orates, dementes, vesánicos, majaretas. Locos de la variante de atar, para así impedir que en un momentáneo agravamiento de sus dolencias se lancen unos contra otros al cuello o la cabeza con navajas o mazas con pinchos. Dirán ustedes que el Ojo exagera y que aún padece los desarreglos propios de las cuchipandas navideñas, humedecidas en su caso, como todos los lectores habituales saben, con algunos Macallan en vaso corto. Pues no. Vamos a mostrarles de manera sucinta cómo está el patio de la patria y ustedes mismos, justos y ecuánimes como sin duda son, confirmarán o negarán esas apreciaciones. 

Podemos resumir las circunstancias políticas que nos atañen con una mera referencia de lo que puede ocurrir en el Pleno del Congreso del miércoles, que esta vez se celebrará en el Senado porque su lugar habitual está en obras. Veamos: hay que debatir, por un lado, el decreto ómnibus aprobado por el Gobierno en diciembre, masa madre para el escudo social con el que pasar el 2024, que incluye desde medidas relacionadas con la bajada del IVA a algunos alimentos o a la energía, hasta la recepción de los fondos europeos, para la digitalización de la Justicia, por ejemplo, y otras cuestiones de conciliación del Ministerio de Trabajo. Vamos, las medidas llamadas anticrisis. Pero además se tratarán las dos enmiendas a la totalidad de la ley de Amnistía del PP y Vox. Ahí es nada.

Pues por ahora, Junts –el mayor beneficiario de la amnistía que la derecha rechaza de manera total y absoluta– mantiene que votará en contra de los decretos propuestos por el Gobierno, con lo que todo el andamiaje social para este año se vendría abajo. ¿Pero no apoyaron al Gobierno, se dirán ustedes? Pues sí, pero los chicos de Puigdemont somos como somos, hacemos lo que nos da la gana y al que no le guste, a lavarse al arroyo. ¿Pueden entonces perder todos los españoles los beneficios que representarían esos decretos, porque Junts encuentra en el texto unas motas de polvo que no le gustan? Pues sí. Eso puede ocurrir. Pero atención, que ya lo hemos dicho en más ocasiones: Puigdemont se equivoca si duda de que Sánchez frenará la amnistía cuando se le antoje o, por mejor decir, en el mismo momento en el que se harte de las bravuconadas y las amenazas. Cuidadito con las exageraciones y los faroles. Para el póker, en La Moncloa. Aunque a lo mejor, esa última propuesta de convertir los decretos en proyectos de ley habría que tenerla muy en cuenta como norma, porque no sería mala cosa que el Gobierno, de una vez por todas, entienda que no gobierna en solitario y que es bueno que las leyes pasen por el Parlamento para su discusión efectiva y no exclusivamente como una oficina para rubricar y firmar lo que decidan Sánchez, Montero y Bolaños. ¿No es todo cosa de locos?

Mientras, PP y Vox compiten para encontrar la manera más virulenta de echar de la escena política a los nacionalistas. La propuesta de Núñez Feijóo de disolver los partidos que promuevan declaraciones de independencia o un referéndum ilegal, mediante la introducción en el Código Penal de una serie de delitos dentro de una etérea “deslealtad constitucional” se acerca muy mucho a las propuestas anteriores de Vox en este sentido, aunque durante meses las haya rechazado. Es, sin tapujos y digan lo que digan unos y otros, el abrazo entre ambas formaciones para acabar con Junts, ERC, PNV o Bildu. La solución definitiva: vamos a acabar con los nacionalistas, que venga el verdugo. Se trata de un viejo sueño de la derecha más fanática, aquella que representa Jaime Mayor Oreja, por ejemplo, y que en la práctica llevaría a la ilegalidad a millones de españoles. ¿De verdad alguien en su sano juicio puede creer que esa patochada reaccionaria mejoraría la convivencia en nuestro país? 

Claro que sería ilegalizar ideologías, expliquen sus portavoces lo que les plazca. Cuidado que todos los tribunales, incluido el Constitucional, les han dicho que no se pueden prohibir ideales políticos, sea la independencia o la abolición de la monarquía. Les da igual, es un camino que no conduce a ningún sitio –lo saben de sobra– y que sólo sirve para subir peldaños en la agresión verbal al contrario y el pretendido desgaste del Gobierno. Ocurre, en definitiva, que la ciudadanía ve cómo se encogen cada vez más sus opciones de voto, dado que la derecha dizque democrática abraza sin tapujos los postulados de la ultraderecha de Vox, aquella que su líder, Santiago Abascal, proponía un 155 duro y permanente para solucionar la situación en Cataluña. Desengañémonos y juzguemos a los políticos por sus actos. En el devenir de Feijóo no se adivina ni un mínimo intento en la práctica de centrar el PP. Elige siempre marchar hacia el extremo, al maridaje con Vox. Y si en algún momento hizo un leve amago de actuar como un partido normal, democrático, reuniéndose con los representantes de Junts, por ejemplo, tiene que salir inmediatamente al ruedo para negar la evidencia, no vaya a ser que le regañen Ayuso o Abascal. Los que de verdad mandan.   

Es lícito, además, echar otra cuenta. Tenemos todos la obligación de imaginar qué sería de este país si gobernaran PP y Vox. Ya lo vamos viendo si nos acercamos a las desgracias que ocurren en las autonomías donde gobiernan. Pero usemos la lógica y piensen que si llegan a la Moncloa estos señores querrán aplicar esa ilegalización –o disolución, como prefieran– de aquellos nacionalistas que no les agradan. Ya sé que es prácticamente imposible, pero obvien por un momento, por favor, con el fin de avanzar en el razonamiento anterior, las políticas económicas, sociales o culturales que aplicarían. Quédense, para visualizar un solo desastre, cómo sería la convivencia en Cataluña o el País Vasco con sus medidas de hacha y madero. Mano dura y palo al que levante la voz. Una demencia, un viaje sin sentido a ninguna parte, en el que Núñez Feijóo cada vez tiene más difícil comprar un billete de vuelta. Poco nos gusta la amnistía, podrán decir ustedes, pero ya me contarán qué piensan de la alternativa que proponen PP y Vox.

Tomemos también, sin grandes alharacas, el pulso a la izquierda del PSOE, esto es a Sumar, pieza clave en el Gobierno. ¿Qué les ha parecido el vodevil de Galicia, primero ir juntos con Podemos, golpe de mano de Iglesias para acabar en la ruptura y, muy posiblemente, fuera de toda posibilidad de conseguir escaño? Tanto hemos repetido el Frente de Judea que hasta a nosotros nos harta la broma. Pero es terrible esta situación, que a lo largo de los años se mantiene incandescente: la desunión de la izquierda. Es todo tan minúsculo, tan atomizado, tan personalista, que no es de extrañar que el resultado de tanta basura sea el desencanto de las buenas gentes de izquierda, zarandeadas y engañadas. Y llega, además, la amenaza de Podemos, desde el mismísimo cuarto de estar donde se reúne su reducidísima cúpula, de votar en contra de la reforma del subsidio de paro. Kikiriki, aquí estamos nosotros. Más orates para la colección. 

Y si gustan por dónde van los tiros de otros desquiciados que hay por ahí, vean y observen cómo se jalea y aplaude, tras los amagos de La Tercera España y otras curiosidades de feria, a una miniatura llamada Izquierda Española, un partido, dicen, de los socialistas de verdad que vienen a acabar con esta gentuza que manda Pedro Sánchez. Lo mejor de UPyD o Ciudadanos, más algunos expulsados del PSOE pretenden que ahora sí, ha llegado el momento de acabar con tanta impostura, que ellos representan la raíz verdadera, el tronco recio, la cabeza serena que nos traerá ríos de leche y miel y expulsará del templo a los malhadados sanchistas. Y si por fin se suma Nicolás Redondo Terreros, el summum, el desiderátum. ¡Temblad, socialistas traidores!

Así que entre medias de tanto orate anda el PSOE, cuello para acá, cuello para allá, como en un partido de tenis. Larga, muy larga va a ser la legislatura si al primer envite hay que sortear mil y una trampas como en los templos de Indiana Jones. Tampoco se crean que en Ferraz o La Moncloa andan mucho mejor de la olla que el resto, sobre todo porque siguen empeñados en que hay que seguirles hasta el infierno sin que se dignen darnos la menor explicación de por qué esto y por qué aquello. Se equivocan, porque a la vista de todo lo anterior, van a necesitar, y mucho, de su voto resistente, ese que ha aguantado carros y carretas –incluida la amnistía o Pamplona– sin dejar de depositar su voto a favor en múltiples urnas. Pero no jueguen con fuego. Necesitan la complicidad de los suyos. Y para ello es necesario que se compartan ideas y objetivos. Salgan, cuenten las cosas y expliquen por qué las hacen. Por eso hablábamos antes de las propiedades benéficas de los proyectos de ley.

Adenda. No se nos olvida Gaza, no. Y complacidos estamos de que este mismo fin de semana el Gobierno, por boca de su ministra de Defensa, haya vuelto a clamar por un alto el fuego inmediato. Y ya en el exterior, no dejen de comprobar el desquiciamiento y el caos al que está llevando el loco Milei a Argentina, horrorizados sus ciudadanos ante un día a día cada vez más atroz. Al Ojo le gusta recordar que a este buen señor le apoyó Núñez Feijóo a través de la firma de un español de bien e insigne representante del PP como es el expresidente Mariano Rajoy. En FAES y aledaños gustan sus propuestas de motosierra con los derechos sociales y laborales. Uno de los nuestros. Gran tipo, este Milei. 

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