Todos los domingos, en el boletín ‘Política para supervivientes’, algunas de las historias de política nacional que han ocurrido en la semana con las dosis mínimas de autoplagio. Y otros asuntos más de importancia discutible.
Putas, mafia, Hitler y Charles Manson en los mensajes de la derecha
Como cada año por estas fechas, nos visita el anuncio de Campofrío lleno de buenos sentimientos y dosis notables de ñoñería. Está dedicado a la polarización con la intención de que la gente piense más en lo que les une que en los que les separa. Hay unos comentarios moderadamente graciosos y sale Ana Rosa Quintana diciendo “con lo que a mí me gusta la fruta”. Una consecuencia probable es que el Partido Popular saldrá diciendo que el embutido es sanchista y que la campaña ha tenido que salir de Moncloa o que es cosa de Broncano.
Como ya deberíamos saber a estas alturas, la polarización no es un fenómeno inevitable ni algo creado por las redes sociales o el consumo excesivo de cafeína. Es una estrategia deliberada en España y otros países que algunos partidos adoptan por las ventajas políticas que les ofrece. Es más propia de los partidos que están en la oposición, siempre centrados en denunciar lo mal que lo hace el Gobierno. No es de ahora. El PP aplicó ese tipo de marcaje a los gobiernos de Felipe González y Rodríguez Zapatero. Pero entonces nadie hablaba de polarización.
Isabel Díaz Ayuso ha ofrecido este mes una variante menos habitual de la estrategia polarizadora. Lanzó en un acto del partido un aviso a los suyos, o a los que habitan en zonas aledañas a las suyas, para que se pongan las pilas, se enfunden el uniforme y empuñen las armas. Se refería a uno de los campos de batalla más sangrientos, los de las tertulias de televisión y radio: “El tibio incomodado, que tanto abunda en las tertulias, puede seguir mirando para otro lado mientras confunde moderación con cobardía, que es lo que está pasando. Así que aquí les digo otra cosa, los esguinces de cuello para los tibios. Los que caminamos de frente, no tenemos esos dolores”.
Reconoceréis a los cobardes por su dolor de cuello, dice la novia de Alberto Burnet. Suena a mensaje bíblico anterior a la amenaza contra los primogénitos.
Los fanáticos odian sin medida a los tibios, porque les dejan en mal lugar. Casi respetan más a los fanáticos del otro lado, excepto cuando estos abren la boca. Hace varias eras geológicas, se decía que el estilo desquiciado de Ayuso casaba mal con el discurso más tranquilo de Núñez Feijóo. Eso se acabó hace tiempo. En las últimas semanas, el líder del PP y sus diputados no hacen más que hablar de putas en el Congreso.
El objetivo no es ya que Sánchez dimita o que convoque elecciones, sino meterlo en la cárcel. Si no es posible, relacionarlo cada semana con la prostitución. Y no es que sea algo que Feijóo encargue a sus mastines más fieros. Él se tira al barro tantas veces como sea necesario. “El feminismo lo debió de aprender usted en los prostíbulos”, dijo este miércoles en el Congreso. Y luego te dicen que hay que respetar las instituciones.
Es más fácil comportarse como un salvaje cuando también sostienes que la patria está en peligro. O la democracia. O que los del Gobierno son peores que el cártel de Medellín. Los tibios se han puesto a ello, no sea que Ayuso se vuelva a impacientar. Rubén Amón escribió el lunes en El Confidencial que “el sanchismo degenera en una secta fanática”. A efectos ilustrativos, sacó a colación los ejemplos de Jim Jones, David Koresh y Charles Manson.
El primero fue el responsable en 1978 de uno de los mayores suicidios rituales de la historia. Novecientas personas se quitaron la vida o fueron asesinadas en unas horas. Pues eso, como el PSOE. En el próximo Comité Federal, seguro que reparten arsénico con el café. Y con lo de Manson, ya están avisadas las actrices a las que se les ocurra aceptar una invitación a Moncloa. Pueden no salir vivas.
Lo de las sectas está un poco rebuscado. Lo de la mafia es ya casi un cliché. Un columnista del ABC escribió el jueves que “el sanchismo presenta sorprendentes similitudes con cualquier organización mafiosa”. Y comentó que “ni Roberto Saviano ni Leonardo Sciascia ni el mismísimo Mario Puzo” podrían haber tejido tramas mafiosas como las del PSOE. Sólo faltan los 4.500 asesinatos que se produjeron en los años 80 y 90 en Italia. Poca cosa.
José Antonio Zarzalejos acaba de publicar un libro sobre los males del sanchismo en el que llama la atención que diga que el daño creado es “irreversible” y que “en algunos aspectos la Constitución está herida de muerte”. Es revelador que crea que el que llegue después a Moncloa cuando Sánchez sea derrotado en las urnas –que se supone que será Feijóo– adoptará la misma actitud. Si eso es cierto, el responsable será el que venga.
Como ejemplo de la autodestrucción de un sistema democrático con el que se pueden apreciar similitudes, va por todo lo alto y menciona la Alemania de los años 30: “El paralelismo no es con Maduro, sino con la República de Weimar”. Ya sólo faltaba Hitler como resultado de la degradación del sanchismo. Ese es un listón retórico que ya no se puede superar.
Pero no pensemos que Zarzalejos se ha tirado al monte y está pegando tiros en la Sierra Maestra de la derecha. “Yo no soy antisanchista. Serlo implica un grado de visceralidad que un periodista no debe permitirse”, ha dicho. Pues vale, pues me deja más tranquilo.
Por ser justos, hay que apuntar que se pueden encontrar también análisis y opiniones en la prensa de derecha que advierten de que esos avisos de que la democracia está muriendo, pero que Sánchez está a punto de caer sólo generan frustración y agotamiento. Se publicaron tras las elecciones de 2023 y han aparecido después de forma esporádica. Pero en general son una minoría. Deben de ser esos “tibios” a los que Ayuso mira con odio.
Pronóstico en el PSOE: lluvias torrenciales
Los últimos días de la semana han sido terribles para el PSOE. Las detenciones de Antxon Alonso, dueño de Servinabar 2000, Vicente Fernández, expresidente de la SEPI, y la inefable Leire Díez, con registros policiales en varias provincias. Un informe de la UCO sobre la trama de hidrocarburos con acusaciones dirigidas a Ábalos de las que dan para cien titulares. Y luego lo que es mucho más desmoralizador para militantes y votantes socialistas. Más acusaciones de acoso sexual contra dirigentes del partido cuando aún está presente la penosa actuación de Ferraz en relación a Francisco Salazar.
El viernes, la secretaria de Organización, Rebeca Torró, dio la cara por primera vez en una rueda de prensa. Este diario informó de las conclusiones de la comisión que investigó las denuncias contra Salazar. Afirman que eran “procedentes” y “verosímiles”, pero que no pueden ir más lejos, porque no tienen los medios para hacerlo. Sobre la razón por la que pasaron cinco meses sin que se hiciera nada, la explicación no resultó nada convincente: todo se retrasó por los numerosos viajes de Salazar al extranjero. Eso no impidió que se reuniera con la ministra Pilar Alegría hace algo más de un mes en Madrid. Mientras tanto, no hicieron ningún intento por contactar con las denunciantes.
El partido se encuentra en estado de shock. Sin saber si habrá más denuncias. Sin saber qué saldrá de las investigaciones a Ábalos y Cerdán. Sin mayoría en el Congreso para aprobar nada relevante. Con pésimas expectativas en las elecciones de Extremadura. Con no muchas esperanzas para las elecciones de Aragón, que se adelantarán a febrero.
En estas condiciones, es legítimo preguntarse si merece la pena resistir a la espera de que ocurra algún hecho inesperado que cambie la situación. Por mucho que Feijóo pueda volver a dispararse en el pie, una actividad para la que cuenta con acreditada destreza, lo más probable es que eso sólo beneficie a Vox. El problema real del PSOE es la desmovilización de sus votantes, que resulta evidente en varias encuestas, como explica Belén Barreiro.
Que los dirigentes de un partido estén deprimidos es una mala noticia para sus aspiraciones en las urnas. Si lo están los votantes, tus opciones se reducen prácticamente a cero.
El argumento de que todo sería peor si gobernaran el PP y Vox empieza a perder eficacia a fuerza de repetirlo. No es que sea falso, pero resistir por resistir sin ninguna idea nueva que te saque del agujero sólo hace que el peor desenlace se acerque. Isaac Rosa recuerda la escena de 'El jovencito Frankenstein' en el cementerio, “cuando el doctor se queja de lo asqueroso que es desenterrar un ataúd, y entonces Igor le dice: 'Podría ser peor. Podría llover'. Y en efecto, se pone a llover”.
Ahora mismo, está diluviando sobre los socialistas.