Podría ser peor (podría llover)
El gobierno de coalición no puede aprobar presupuestos, no consigue sacar adelante sus principales proyectos, no tiene mayoría parlamentaria, no da respuesta a la crisis de vivienda ni al aumento del coste de la vida, se suceden las detenciones y registros relacionados por casos de corrupción cercanos al gobierno, el PSOE ha visto entrar en prisión a dos ex secretarios de organización y ahora también le estallan denuncias internas de acoso sexual, pero podría ser peor: podrían gobernar la derecha y la ultraderecha. Ah, bueno.
El “podría ser peor” ha sido el lema de esta legislatura desde su arranque. Las dificultades iniciales para armar una mayoría, las negociaciones con Junts, la amnistía como pago, ya se justificaban hace dos años con el “podría ser peor”: mejor un gobierno progresista en precario que volver a las urnas y que acabasen gobernando PP y Vox. Ah, bueno. A partir de ahí, cada revés y decepción para el votante progresista ha sido encajado con el mismo lema: “podría ser peor”. La legislatura se iba poniendo más y más cuesta arriba, pero había que aguantar porque “podría ser peor”, podría gobernarnos Feijóo con Abascal de vicepresidente. Ah, bueno.
Lo que pasa es que el primer párrafo de este artículo ha engordado tanto, que el “podría ser peor” se pierde en la enumeración, acaba pareciendo poca cosa, insuficiente para sujetar todo lo anterior. Y no es porque la oposición proclame que “el Gobierno está explotando por los aires”, “se cae a trozos”, “se desmorona”, y brinde eufórica por “la agonía del Gobierno”, “el inicio del fin del sanchismo”, “final de ciclo”… Esas frases son de ayer pero también de hace tres meses y de hace un año.
¿Cuánto más va a funcionar el “podría ser peor”? Después de otra semana terrible, hoy suena tan amargo como la canción del mismo título de La casa azul: “podría ser peor / nuestra frase favorita de despertador / el recurso eterno socorrido y sanador”, “podría ser peor / nuestro mantra favorito, nuestra religión / la premisa incontestable, el quid de nuestro amor”. Es una canción que habla del desgaste terminal de una pareja, pero sirve igual para cantar el desánimo político: “va a costar / hacer ver que no hay dolor, que todo sigue igual / esconder los desperfectos y disimular”, “y la verdad / es que ya no me apetece recapacitar / ni poner en marcha nada ni recuperar / algo de emoción”…
Me perdonaréis el tono deprimente, habría preferido citar hoy a Robe en su muerte, pero el ambiente político suena más a canción bajonera. No parece que el gobierno, empeñadas todas sus fuerzas en resistir y perdido el control de la agenda, esté por la labor de “poner en marcha nada ni recuperar algo de emoción”, retomar la iniciativa política o impulsar la agenda social (empezando por la vivienda) y que sean otros partidos los que se retraten en el parlamento. De tanto aguantar por aguantar, sin más programa político que el “podría ser peor”, la continuidad del gobierno aleja la llegada al poder de la derecha y la ultraderecha tanto como la acerca, si al final el gobierno y sus socios llegan desfondados a las urnas.
Cada vez que decimos eso de “podría ser peor, podrían gobernar la derecha y la ultraderecha”, recuerdo la famosa escena de El jovencito Frankenstein en el cementerio: cuando el doctor se queja de lo asqueroso que es desenterrar un ataúd, y entonces Igor le dice: “Podría ser peor. Podría llover”. Y en efecto, se pone a llover.
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