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Sobre este blog

El caballo de Nietzsche es el espacio en eldiario.es para los derechos animales, permanentemente vulnerados por razón de su especie. Somos la voz de quienes no la tienen y nos comprometemos con su defensa. Porque los animales no humanos no son objetos sino individuos que sienten, como el caballo al que Nietzsche se abrazó llorando.

Editamos Ruth Toledano, Concha López y Lucía Arana (RRSS).

La influencia de los medios en la normalización del maltrato animal

Primates rescatados de la explotación viven en centros de recuperación como la Fundació Mona

Javier Ruiz

Ocurría en una única escena. Cuando la vi, me imaginé que pudo haberse hecho realidad a través de una acotación en el margen de un guion: alguien creyó que sería gracioso hacer aparecer a un babuino (Papio papio) en los brazos de la actriz Malena Alterio. Solo es un instante, en realidad, un instante del capítulo 3x09 de la serie Aquí no hay quien viva, que casi puede pasar inadvertido al espectador: un mono en el veterinario, ¡qué gracioso! Y el capítulo continúa…

No ocurría esto con Marcel, el mono capuchino de Ross (David Schwimmer), que apareció en las dos primeras temporadas de la sitcom Friends. Entre la emisión de ambas series hay unos diez años de diferencia —1994 y 2004— aproximadamente, pero no es algo que haya quedado en el pasado, por desgracia. A inicios de 2017, salió a la luz un polémico video relacionado con el rodaje de la película A dog’s purpose (Lasse Hallström, Universal Pictures, 2017) que es un claro ejemplo de esto. En este vídeo, un pastor alemán visiblemente asustado —posición de la cola y de las orejas, actitud de huida, etc.— lucha por no ser lanzado a una piscina que emula aguas turbulentas, lo que, a todas luces, constituye un grave caso de especismo, de abuso y de maltrato animal que terminó por silenciarse. A este se suman cientos de ejemplos en otros medios de masas: Justin Bieber quiere tener otro un mono capuchino, porque el primero se lo decomisaron en Alemania, el futbolista Fabio Cannavaro posa con una cría de león en un Parque de Leones en Randburg y muchos otros que una rápida búsqueda on-line desvelará, como la polémica fotografía del actor español Miguel Ángel Muñoz con un tigre. Hay miles de imágenes, vídeos y cuentas en redes sociales que apoyan este fenómeno; también programas que utilizan animales salvajes y abogan por una política poco respetuosa con ellos: espacios como ¡Vaya fauna!, que encendió la polémica sobre maltrato animal por parte de ecologistas, animalistas y antiespecistas en España.

Por qué es un problema y por qué no se debe normalizar

Tres movimientos tan divergentes como el ecologismo, el animalismo y el antiespecismo están en contra de promocionar este tipo de contenidos, y esto debería darnos una idea de la magnitud del problema. Pero muchas personas siguen sin percibir la gravedad debido a que los animales parecen encontrarse bien cuidados físicamente.

En Understanding Animal Welfare, del doctor David Fraser, residente en The University of British Columbia, se puede rastrear una verdad que nos ayudará a ver la amplitud del problema: la calidad de vida de un individuo se mide teniendo en cuenta sus estados afectivos, su funcionamiento biológico y, por lo tanto, su desarrollo y su naturaleza, así como la utilización que hace de sus adaptaciones naturales. En otras palabras, si queremos favorecer su bienestar, no basta con echar un vistazo a su salud física, sino que debemos estudiar la biología de la especie, su comportamiento, su hábitat natural y su historia personal. La salud física solo es uno de los indicadores que nos aseguran calidad de vida para cualquier individuo de una especie, y junto a ella, hay otros muchos factores psicológicos que debemos tener en cuenta: sociabilización, el gregarismo —si este debe estar presente—, la ausencia de miedo o de ansiedad, la posibilidad de mantener un comportamiento acorde al de su especie, de contar con un ambiente de enriquecimiento ambiental si no puede vivir en estado salvaje, etc.

Por todo lo anterior, la aparición de animales salvajes en medios de comunicación supone, por lo menos, tres contratiempos muy graves. El primero es que esos animales han debido ser entrenados mediante aversivos, tanto para reforzar conductas como para inhibirlas, lo que no está carente de controversia. Sobre esto no podemos generalizar, puesto que un lobo, un tigre o un caballo no aprenden o inhiben conductas del mismo modo, pero sí se puede afirmar que, en algunos casos, estos trabajos de adiestramiento pueden ser útiles en el aprendizaje y la extinción de conductas perjudiciales para los animales —por ejemplo, una orca rescatada que muerde las gomas de su acuario por estrés o un perro con problemas de reactividad que transforma en agresividad por miedo, inseguridad o por no encontrar salida a un fuerte instinto de caza—, pero pierden todo el sentido cuando lo aplicamos desde una actitud especista sin tener presente, en absoluto, el bienestar del animal. Segundo, esos animales salvajes no deberían convivir con personas, por lo que un trabajo de sociabilización, aunque positivo para la interacción con otros humanos, es negativo y contrario a su naturaleza, sus instintos y la posibilidad de una futura vida en libertad. Asimismo, supone la privación de su entorno natural por razones simplemente especistas en la mayoría de los casos (somos humanos y podemos utilizar animales) y condena a los animales a larguísimas jornadas de grabación y estrés que no difieren, en absoluto, de otras medidas racistas, machistas o xenófobas, sobre las que yo mismo hablé en El caballo de Nietzsche el año pasado. Tercero, así como nos explica el conductismo, cuanto más se repite una conducta, más sencillo es que vuelva a suceder, y cuanto menos sucede, más probable es que termine por desaparecer, en nuestra sociedad ocurre exactamente lo mismo (¡por algo somos primates!). Cada caso de antropomorfización de un animal salvaje o de maltrato físico o psicológico que sucede hace más probable que siga sucediendo; en especial, cuando los mismos se generalizan a través de personalidades de moda y figuras deportivas o culturales de renombre, así como mediante la oferta comercial y turística de algunos países, como los espectáculos con animales en Tailandia o Marruecos, por citar dos ejemplos de una oferta tan amplia como triste.

Los animales salvajes y por qué deben ser salvajes

Un animal salvaje, por definición, es aquel animal que vive en libertad, sea en tierra, mar o aire. Personalmente, me gusta mucho una frase del Dr. Bernard Rollin, de la Colorado State University, que dice así: “Fish gotta swin and birds gotta fly and suffer if they don't: los peces tienen que nadar y los pájaros tienen que volar, y sufren si no lo hacen”. Cualquier animal que no ha sido domesticado y no depende de nosotros debe vivir en libertad para ser feliz y para mantener un desarrollo físico y mental adecuado. Y sí, he dicho feliz, y no es una errata: los animales pueden ser felices, tal como ha recogido Franklin D. McMillan en la obra Mental Health and Well-Being in Animals.

Por esto, en cualquier centro de recuperación hay un mantra grabado en las paredes, sea o no posible la liberación de estos animales en su hábitat natural (a veces, no lo es); este mantra dice así: “Los animales salvajes no necesitan de contacto humano”. Y un no obstante que agrega: “si lo necesitan por su casuística en las primeras fases de su recuperación, este debe ir disminuyendo paulatinamente hasta desaparecer”,

Cualquier otra forma de proceder recogerá, por definición, retazos de especismo, egoísmo y antropocentrismo que perjudicarán la recuperación del individuo; además, el enriquecimiento ambiental debe verse, en todo momento, como un elemento sustitutivo, que siempre debe ser cuidado con meticulosidad, pero que no supondrá, en ningún caso, una alternativa a la vida salvaje siempre que esta sea posible.

El peligroso camino hacia la normalización

Tenzin Gyatso, el decimocuarto dalái lama, dijo: “Nuestro propósito principal en esta vida es ayudar a otros. Y si no puedes ayudarles, al menos no les hagas daño”. La aparición de animales salvajes en los medios lanza un mensaje claro de normalización; un mensaje que daña aquello por lo que lucha el activismo por los derechos de los animales: por cada oso pardo que aparece con Iniesta en un spot publicitario, cada capuchino que pretende adoptar Justin Bieber o cada pitón albina en las pantallas de cine, hay una entidad dedicada al adiestramiento y la explotación de animales salvajes. Hoy día, esto solo puede justificarse debido a la posibilidad de llevarlo a cabo, la falta de escrúpulos y conocimiento, y, sobre todo, a una legislación endeble o propicia, igual que ocurre con los circos y con otros espectáculos con animales.

El mantenimiento de este tipo de instalaciones dedicadas al adiestramiento oculta un discurso caduco de bienestar animal, donde se afirma que esos animales no tienen posibilidad de recuperarse y adaptarse a la vida salvaje y, a la vez, se pretende ofrecer un soporte logístico a las instalaciones zoológicas. Estos argumentos se destruyen por sí mismos cuando comprobamos el apoyo al modelo de explotación animal o, más comúnmente, la cría directa de estos animales y el adiestramiento e impronta/sociabilización temprana con humanos en las mismas instalaciones: en nuestro país, dos grandes ejemplos son la empresa Fauna y Acción, en Madrid, o el Cim d’Àligues, en Catalunya. El interés en el animal solo alcanza el punto donde el bienestar compromete el lucro. La normalización y la demanda de animales salvajes adiestrados también da alas a los centros dedicados a estos trabajos para seguir ampliando el número de individuos, mediante el comercio y la cría, y a favorecer la creación de un ambiente menos crítico con el uso y el abuso de especies silvestres que viven, sin necesidad, en cautividad, y para las que se veta totalmente la posibilidad de una recuperación y una vida digna.

Otro gran pensador y activista contemporáneo Martin Luther King Jr dejó escrito: “Hemos aprendido a volar como los pájaros, a nadar como los peces; pero no hemos aprendido el sencillo arte de vivir como hermanos.” Esta frase, hoy, puede transportarse de las minorías desfavorecidas al resto de seres sintientes, porque la normalización en el uso de animales salvajes conlleva dos problemas enormes contra los que no estamos haciendo lo suficiente: la estandarización de la relación entre seres humanos y animales salvajes —convivir con un orangután o enseñar habilidades a un puercoespín no puede estar justificado tras todo lo que se ha expuesto en este artículo— y el apoyo a todo aquel que crea que es posible meter a un tigre en casa o a un mono capuchino, favoreciendo el comercio ilegal, los comportamientos/relaciones anormales (y sí, aquí también entran los zoológicos) y la muerte de miles y miles de individuos a través del comercio ilegal y el mercado negro: una visita a Fundación Mona (Girona) o al Centro de Rescate de Primates Rainfer (Madrid) nos permitirá ver cómo nuestra sociedad ha destrozado la vida de chimpancés, macacos, orangutanes, gibones y capuchinos.

No es distinto a la comercialización de peces payaso (Amphiprioninae) y peces cirujano azul (Paracanthurus hepatus) como Nemo y Dory de Buscando a Nemo, que, en el estreno de su secuela, requirió de la campaña No busques a Dory; ni los problemas que antes se dieron con razas de perro como el doberman, el rottweiler o el pastor alemán, y que ahora sufren otras como el border collie o el pastor belga malinois, para la que no hace mucho se lanzaban dos campañas: Saving Max, a raíz de una película cuyo protagonista era un perro de esta raza, y el spot publicitario de la fundación francesa 30 Millions d’Amis.

Se trata de un doble problema ético: la normalización de una conducta irresponsable y el fortalecimiento de esta a causa de la repetición y la inacción de la Administración pública. En suma, el desconocimiento del problema y su porqué también suponen un gran escollo para el activismo, que no ve con buenos ojos este campo, pero que no termina de encontrar las razones acotadas apropiadamente, razón por la que me he decidido a escribir y compartir este texto.

En la actualidad, no parece tener mucho sentido exponer, hacinar y anular a decenas de especies salvajes para seguir utilizándolas en espectáculos de cine, TV y publicidad. No solo porque hemos comprobado que estas sienten y padecen igual que nosotros, sino porque, además, todas estas actuaciones pueden suplirse ya con tecnología de imágenes generadas por computadora (CGI), e incluso para esa corriente publicitaria que busca una emoción concreta en los espectadores —lo salvaje, lo exótico, lo desconocido—, la única alternativa ética y económica en el medio plazo, sigue siendo la tecnología. Y esto es algo real, y en lo que también estamos consiguiendo avances reales, como el logro de FAADA al reunirse con Unilever España tras aquel polémico anuncio de Magnum, y conseguir que entendiesen que unos segundos de publicidad significan una vida de maltrato y cautiverio para miles de animales.

No es ético, no es necesario y no puede continuar. Estamos avanzando, pero si tantísimos animales siguen sufriendo, no estamos avanzando tan rápido como es necesario. Y termino este artículo con una idea cinematográfica, que creo que ayudará a dar una pizca más de sentido a todo lo anterior. La soltaba el personaje Ian Malcolm (Jeff Goldblum) en Parque Jurásico (Steven Spielberg, 1993): “Ustedes utilizan sus conocimientos como el niño que ha encontrado el revólver de su padre”. Nuestra sociedad ha hecho exactamente lo mismo con el resto de los animales durante demasiado tiempo: ha visto que son seres asombrosos y ha intentado enjaular una parte de esa genialidad, pero solo ha conseguido reducir su esencia y hacer que sufran.

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El caballo de Nietzsche es el espacio en eldiario.es para los derechos animales, permanentemente vulnerados por razón de su especie. Somos la voz de quienes no la tienen y nos comprometemos con su defensa. Porque los animales no humanos no son objetos sino individuos que sienten, como el caballo al que Nietzsche se abrazó llorando.

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