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El caballo de Nietzsche es el espacio en eldiario.es para los derechos animales, permanentemente vulnerados por razón de su especie. Somos la voz de quienes no la tienen y nos comprometemos con su defensa. Porque los animales no humanos no son objetos sino individuos que sienten, como el caballo al que Nietzsche se abrazó llorando.

Editamos Ruth Toledano, Concha López y Lucía Arana (RRSS).

El largo camino a casa

Mara probando la hierba del Santuario de Elefantes Brasil. Cautiva en circos y zoos, no había pastado en 50 años

Alejandra García

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Estamos viviendo momentos históricos en los que se mezclan muchos sentimientos: la alegría de conseguir el objetivo, las lágrimas de emoción al ver a Mara en su nuevo hogar, la ansiedad por agilizar los documentos que necesitan los elefantes que aún están en Argentina para poder partir. Todo se resume en que Mara, tras un largo camino de 2.700 kilómetros -los que separan la ciudad de Buenos Aires y el Santuario de Elefantes Brasil, en Mato Grosso-, ha dejado atrás para siempre el pequeño espacio que ocupaba en el zoo.

La historia de Mara es muy triste, como lo es la de todos los elefantes cautivos. Nació hace 50 años en India, fue vendida a un circo y, con solo dos años de edad, ya era explotada para los shows en Argentina. Pasó por varios circos hasta que, en 1995, las autoridades decidieron confiscarla y alojarla en el Zoo de Buenos Aires. Así, pasó 25 años de su vida en circos y 25 años en un zoológico.

En marzo de 2012 comenzamos en la Fundación Franz Weber a interesarnos por la situación de Mara, que pasaba la mayor parte del tiempo encerrada en el recinto interior del zoo, ya que compartía el mismo espacio con dos elefantas africanas (Cuqui y Pupi) y las turnaban para salir al exterior. En 2016 el Zoo de Buenos Aires comenzó un proceso de reconversión y actualmente es un Ecoparque, donde la filosofía ha cambiado profundamente, centrándose solo en mantener especies autóctonas del país con programas de reintroducción de especies en sus hábitats, funcionando también como centro de rescate de fauna silvestre. Un nuevo equipo asumió el poder para conseguir un nuevo paradigma en este lugar emblemático de la ciudad, aplicando profundos cambios. Entre ellos, enviar a santuarios a aquellos animales de fauna exótica que formaban parte de lo que los zoos llaman 'colección' (una manera explícita de cosificar a los animales y de mantener la lógica colonialista de los zoos).

Desde el momento en que se anunció la reconversión, y tras tener amplias conversaciones con los responsables del Ecoparque, trajimos al país a Scott Blais, director ejecutivo de Global Sanctuary for Elephants, una de las instituciones que está detrás del santuario, junto a ElephantVoices. A partir de ahí comenzó un trabajo en equipo entre todas las partes, con la finalidad no solo de trasladar a Mara al santuario sino también a las elefantas africanas de la misma institución.

Tras un arduo trabajo de los equipos directivos, operativos y técnicos del zoo con nuestro equipo y el Global Sanctuary for Elephants, durante el cual hubo que sortear numerosos obstáculos burocráticos de ambos países implicados, se puso fecha a la partida de Mara: sería el 31 de marzo de 2020. Pero algo sucedió que obligó a retrasar los planes…

Y llegó la COVID-19

Mientras Mara cumplía plácidamente con la preceptiva cuarentena previa a su traslado, justo once días antes de que este se produjera, el Gobierno de Argentina decretó el confinamiento obligatorio por la pandemia que está castigando a todos los países. Así fue que se tuvo que extender la cuarentena de Mara una vez pasada la fecha del 31 de marzo. Y el confinamiento aún seguía. Brasil, mientras tanto, fue declarado país de riesgo por parte de las autoridades argentinas, que procedieron a cerrar la frontera.

Todo señalaba que Mara iba a tener que esperar, sin una fecha clara, a que las condiciones cambiaran, sin saber aún cuáles serán las condiciones de vida para todo el mundo tras la COVID-19. Y es aquí donde queremos resaltar el buen trabajo del equipo del Ecoparque. Tom Sciolla, responsable de Conservación de esta institución, con la aprobación de su director Federico Iglesias, nos llamó muy animado para decirnos: “He conseguido permisos especiales, y ya nos han dado su ok para que hagamos el traslado ahora los ministerios de Agricultura de Brasil y Argentina, el Gobierno de la ciudad, el Ministerio de Medio Ambiente de Argentina, la embajada de Brasil… ¡Prepárense, porque saldremos el 9 de mayo rumbo al santuario!”.

Federico Iglesias, que acompañó también a Mara, afirmaba: “Mara está rompiendo paradigmas. Primero, el del mundo del circo, donde estuvo durante 25 años; ahora, el de los zoológicos victorianos. Estamos haciendo esto posible por el gran respeto que las personas debemos tener hacia los animales y el medio ambiente. Un grupo humano que quiere un mundo mejor para todos los seres vivos ha vuelto a conectar lo que estaba desconectado”.

Llegada al paraíso

Tras cuatro días de viaje, en los que Mara se mostró siempre tranquila y receptiva, alimentándose e hidratándose perfectamente, llegó el momento tan largamente esperado y por el que tanto habíamos trabajado. La última jornada comenzó a las 5 de la mañana del martes 13 de mayo, saliendo de los caminos asfaltados para comenzar a transitar 40 kilómetros de caminos rurales de tierra. El destino ya estaba cerca.

Finalmente, a las 13.30 horas, las puertas del santuario se abrían para que ingresara Mara en el camión de transporte. La grúa bajó la caja en el primer recinto acondicionado para que ella pudiera salir de ella y dar sus primeros pasos en su nuevo hogar, donde inmediatamente comenzó a bañarse en la tierra roja típica de la zona, arrojándosela con la trompa y revolcándose en ella, hasta dormir una pequeña siesta reparadora en una montaña de tierra brasileña.

Mara dedicó el primer día en Brasil a descansar, a habituarse a los nuevos sonidos, olores, paisajes… El segundo día, dos de las elefantas residentes en el santuario, Maia y Rana, se acercaron a donde estaba Mara. Rana intentaba interactuar con ella a través del vallado. Mientras, Mara comenzaba a explorar y a pastar por primera vez en, al menos, 50 años.

Queremos destacar muy especialmente que la estereotipia que Mara tenía en el Ecoparque, que ya traía de sus épocas en el circo y que consistía en el balanceo constante de su cabeza, desapareció desde el momento en que llegó al Santuario de Elefantes en Brasil. Y lo queremos destacar porque los zoos suelen excusar estos movimientos estereotipados de los animales argumentando que “ya lo tenía cuando llegó” o que “es normal y lo hace para liberar tensiones”. Todo esto no es más que la demostración de que los zoos mienten al respecto para justificar las muestras evidentes de malestar en los elefantes y otros animales cautivos. La estereotipia no es ni nunca será “normal”. Y en los santuarios tenemos la prueba evidente de que, al desaparecer las condiciones de vida del zoo, la estereotipia también desaparece.

A solo tres días de haber llegado al santuario, el sábado 17 de mayo, Mara no solo continuaba sin estereotipias (ya no las volverá a hacer) sino que comenzó a socializar con Rana, elefanta asiática que fue rescatada de un zoo en Brasil. La reunión fue una verdadera fiesta, con sonoras vocalizaciones de ambas. Mara buscaba el contacto físico de forma constante. Fue una unión que ellas eligieron, a su tiempo, sin presiones, sin los manejos habituales de los zoos, simplemente respetándolas y conociendo cómo se debe cuidar a estos magníficos animales. Durante todo el sábado y el domingo pasados ambas caminaron por vastas extensiones, comportándose de igual forma que se comportan los elefantes en sus hábitats naturales. Algo que nunca logrará ningún zoológico.

Y mientras en Barcelona… Susi, Yoyo y Bully

Mientras tanto, y a pesar de que la ordenanza Zoo XXI fue aprobada en 2019 en el pleno del Ayuntamiento de Barcelona, tanto el Gobierno de la ciudad como el Zoo de Barcelona han decidido actuar al margen de la legalidad. Esto de por sí es grave, pero lo es mucho más cuando estamos hablando de seres vivos que el zoo se niega a derivar, con la única intención de seguir generando ingresos económicos.

En contraposición al compromiso ético tomado por las autoridades y cuidadores de las elefantas en el Ecoparque de Buenos Aires, la ciudad de Barcelona decide negar las evidencias científicas, éticas y legales que claman por una vida mejor para Susi, Yoyo y Bully. De esta manera, las tres elefantas africanas son consideradas como objetos, como propiedad: no se están teniendo en cuenta sus necesidades sino las necesidades del zoo por mantener los ingresos en taquilla. A esto se limita el plan de conservación de elefantes del Zoo de Barcelona: a conservarlas hasta que mueran allí, después de llevar unas vidas confinadas hasta el hartazgo.

Mientras las tres elefantas de Barcelona tienen un santuario que las espera a pocos kilómetros de la ciudad, nuestros puentes de diálogo fueron dinamitados por un sector político para el que los animales son meros objetos de exhibición y por una gestión del zoo que está anclada en obsoletos criterios científicos.

Hay hechos gravísimos: las tres elefantas africanas del Zoo de Barcelona tienen estereotipias que demuestran su frustración y malestar, y el zoo argumenta que “ya llegaron así”. Nosotros les respondemos que sí, que es cierto que llegaron así, pero en el zoo no mejoraron. Y no podemos olvidar la comparación que hizo en reiteradas ocasiones el propio director del zoo, Siro Alarcón, afirmando que el zoo de Barcelona actúa como un santuario de elefantes, porque demuestra hasta qué punto no les importa quedar como ignorantes si con eso consiguen engañar a un público que no tiene suficientes argumentos para rebatirle.

No lo olvidamos ni tampoco nos sorprende: esta ha sido la función “educativa” que el zoo ha desarrollado durante años. Consideramos que ya han llegado demasiado lejos con argumentos tan débiles. Y han llegado tan lejos gracias al respaldo de algunos miembros de partidos políticos de la ciudad, lo que no sólo es vergonzante, sino también denunciable.

Es así como Susi, Yoyo y Bully están atrapadas, no ya solo en un pequeño recinto en medio de una ciudad, sino en un entramado político que demuestra, otra vez, no estar a la altura de las circunstancias.

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