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Opinión - Valentía en tiempos de guerras. Por Rosa María Artal

Morir salvando vidas, y no solo humanas

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Alberto era bombero en Madrid. Sabía lo que era jugarse la vida salvando otras vidas.

Alberto trabajaba en incendios, en accidentes, en rescates, pero las vidas salvadas por Alberto no eran solo humanas. En su trabajo, y también fuera de su horario laboral, Alberto salvaba otras vidas, esas vidas que a no todo el mundo le importan.

El lunes por la noche, un día festivo en el que la mayoría de la gente estaba con su familia, sus amigos… el grupo de rescate de gatos ‘Los cuatro de la empanadilla’, del que él formaba parte, recibió un aviso, una gata había caído por una bajante. El aviso era cerca del domicilio de Alberto, así que, mientras otros compañeros se dirigían allí en coche con todo el material de rescate, Alberto cogió una Bicimad, una de esas bicis que se pueden coger y dejar en varios aparcamientos municipales por toda la ciudad.

Tardaba en llegar, así que sus compañeros le llamaron al móvil, y la llamada la respondió un policía municipal. Alberto había sido atropellado por un coche que se había dado a la fuga. Había sido trasladado al hospital La Paz, donde fue operado de urgencia, pero falleció debido a las heridas que había sufrido en el atropello. Horas después el conductor se entregó en una comisaría cercana.

Sus compañeros en ‘Los cuatro de la empanadilla’ y quienes le conocían bien coinciden en que era un tipo convencido de verdad de la necesidad de incluir a los demás animales en los protocolos de rescate, porque sus vidas también importan, y en eso trabajó. No solo salía de su casa un día festivo a las diez de la noche para rescatar a una gata, sino que había conseguido avances en ese sentido dentro del cuerpo de bomberos al que pertenecía, y había impulsado y trabajado en un protocolo para el rescate de gatos en la ciudad de Madrid.

Alberto era imprescindible para ayudar a los vecinos de Madrid, a los humanos y a los demás. Su profesionalidad y su experiencia era fundamental para rescatar a un gato que no podía bajar de la rama de un árbol a varios metros de altura o de algún tejado, o salir de algunos huecos donde había que saber cómo actuar para no cometer errores fatales. Era un profesional siempre dispuesto a ayudar, y su participación en muchos rescates fue esencial para que esos animales pudieran volver a su casa o al menos tener una oportunidad en el veterinario.

Alberto defendía que había que actuar siempre que un animal estuviera en peligro, y actuaba siempre que podía. Por eso Alberto era imprescindible, no solo por su profesionalidad y su experiencia, sino por esa convicción y esa disposición. Alberto era imprescindible porque sabía cómo rescatar a un gato en apuros y ponía todo de su parte para rescatarlo. Porque ese gato le importaba, aunque no supiera su nombre, aunque no le hubiera visto nunca. Porque le daba igual si el gato formaba parte de una familia que le esperaba en un hogar o era un gato de los que tienen su hogar en la calle, de esos que suelen ser invisibles salvo cuando “molestan” a alguien, esos por los que algunas nos desvivimos para esterilizarlos y que tengan una vida lo más digna posible mientras para la mayoría de la gente “solo son gatos” y para unos cuantos solo una molestia más a eliminar.

Alberto era imprescindible porque hay muy pocas personas como él. Porque necesitamos gente profesional, con experiencia, pero sobre todo con corazón, con sensibilidad, con conciencia frente a la violencia, a la maldad y a la indiferencia. Alberto se removía contra el maltrato a los animales y luchaba activamente cada día contra la indiferencia generalizada que en una gran ciudad como Madrid condena a una muerte lenta y cruel a gatos perdidos, abandonados, enfermos…

Quienes le conocían y le querían están destrozados, y quienes tenemos en personas como él una referencia sabemos que el mejor homenaje que podemos hacerle es pedir que cunda su ejemplo y seguir poniéndolo en práctica. Por eso, además de llorar su muerte y echarle de menos, de mandar un abrazo a su mujer y a sus familiares y amigos, seguiremos viviendo de forma que causemos el mínimo daño posible a los demás y seguiremos salvando todas las vidas que podamos. La nuestra es una batalla cotidiana contra la violencia y la indiferencia, y seguiremos librándola con la alegría, la fortaleza y la convicción que nos seguirá inspirando Alberto.

Alberto era bombero en Madrid. Sabía lo que era jugarse la vida salvando otras vidas.

Alberto trabajaba en incendios, en accidentes, en rescates, pero las vidas salvadas por Alberto no eran solo humanas. En su trabajo, y también fuera de su horario laboral, Alberto salvaba otras vidas, esas vidas que a no todo el mundo le importan.