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Carta a un alumno de Derecho. El boli rojo

Gustavo Matos

Estimado alumno o alumna de primero de Derecho. Estos días probablemente asistirás un poco desconcertado a un debate público que se ha producido en nuestra tierra sobre la votación que tuvo lugar en el Parlamento de Canarias la semana pasada. Y es lógico que asistas con cierto grado de perplejidad al aluvión de comentarios, artículos y opiniones que sobre una supuesta vulneración del derecho al secreto del voto se han escrito y dicho, porque seguramente, a estas alturas del curso ya tu profesor o profesora de Derecho Constitucional te habrá explicado las nociones básicas y elementales sobre ello, y es normal que por tanto pienses que o te lo han explicado mal o que quizá por estar abriéndote paso en este fascinante mundo del Derecho aún no lo has entendido bien. Por eso te escribo estas líneas como alumno que fui igual que tu, como Letrado en ejercicio desde hace más de veinte años, con dos masters en especializaciones por dos universidades distinta, por haber llevado diversos asuntos sobre derechos fundamentales ante el Tribunal Constitucional, y también como legislador, para trasladarte que no te aflijas, que no sucumbas ante los leguleyos de salón y decirte que confíes en lo que te han enseñado en la facultad. 

Efectivamente querido alumno, tal y como te han enseñado ya en la Universidad, el derecho al secreto del voto como cualquier otro derecho en este país es renunciable. Una garantía para quien quiere preservar su anonimato electoral pero no es una obligación, y quien ejerce ese derecho puede libre y voluntariamente renunciar a él sin tener que dar más explicaciones. Es una decisión libre e individual que puede hacerse por el votante del modo en que considere que mejor le parece. Enseñar la papeleta antes de la votación, manifestar públicamente el sentido del voto, etc. No existe norma o precepto ni constitucional, ni legal, ni reglamentario que impida manifestar el sentido de lo que uno tiene pensado votar. Por tanto, y no siendo discutible que los ciudadanos si lo desean libremente pueden decir lo que van a votar o lo que votaron, o enseñar su papeleta en el colegio electoral, es igualmente evidente que revelar el voto propio no vulnera el derecho de quien desee permanecer en el secreto del suyo. Sostener lo contrario es sencillamente ridículo. 

Dicho esto, la polémica de la semana no tiene que ver con el derecho al voto de los ciudadanos y su carácter secreto. Sino el carácter secreto del voto de los diputados y diputadas autonómicos en una votación concreta. Te sorprenderá además saber que la enorme polémica con rasgadura de vestimentas constitucionales incluida, no se produjo en una votación que decidera un tratado internacional, o el derecho a la vivienda. Se produjo en una votación para cubrir las vacantes del consejo rector de la televisión autonómica. Donde obviamente no había cuestiones insalvables desde un punto de vista moral o ético para los diputados llamados a votar. El pasado día 6 de marzo los diputados y diputadas socialistas en el Parlamento de Canarias decidimos libre y voluntariamente ( existen actas y 18 testigos de esto ) en una reunión del Grupo Parlamentario, sin coacciones, y donde cada cual pudo decir lo que pensaba, por unanimidad y sin oposición, identificar nuestro voto para cubrir las vacantes de la Radio Televisión Canaria. No fue un gesto de desconfianza entre nosotros, ni una imposición de nadie, fue un gesto dirigido a otros donde pensábamos que se había producido la fuga del voto, un acto de defensa colectiva. Fue un acto hacia afuera, no hacia dentro. Si hubiera sido así hubiera bastado con mostrarlo entre nosotros. Todos y todas lo aceptamos libremente, ninguno de los 15 diputados y diputadas se opuso y decidimos hacerlo como lo hicimos. Marcando con un bolígrafo rojo nuestro voto y enseñándolo a todos. Por tanto, querido alumno de primero de Derecho, como ves, lo que te han explicado sobre el carácter secreto del voto es correcto. Es un derecho no una obligación, revelar tu voto voluntariamente no es una vulneración de nada y mucho menos de derechos de terceros. Ni un atentado contra los pilares básicos de la democracia y el parlamentarismo. Ni siquiera el Reglamento del Parlamento obliga a que esta votación sea secreta. Sería bueno que alguno lo repasara. Y no olvidemos que la votación más importante que realiza sobre personas el Parlamento como es la elección del presidente del Gobierno es por llamamiento y en voz desde el escaño de los diputados. A nadie en su sano juico se le ocurre decir que es una vulneración democrática. Te diré además que esta práctica de que los miembros de un grupo parlamentario o municipal por ejemplo, acuerden hacer público su voto antes de una votación, o más aún, que incluso te den desde la dirección del grupo al que perteneces la papeleta ya marcada es algo normal y habitual. En mi caso te diré que lo he vivido en ocasiones también en otras instituciones de las que he formado parte. Por ejemplo, cuando formé parte del Grupo Municipal del Ayuntamiento de La Laguna y desde la dirección del grupo se me entregaba la papeleta para votar a nuestro candidato a Alcalde. Nunca me pareció mal. Ni entendí que se vulnerase ningún derecho ni mío ni de mis compañeros. Demasiado cinismo he detectado estos días al respecto de quienes cuando han tenido que hacerlo han ejercido el poder orgánico como en un gulag siberiano. 

Pero por si fuera poco querido alumno, seguro que también ya has estudiado la paradoja que se da en nuestro sistema parlamentario entre el conocido como mandato representativo y un sistema de electoral de listas cerradas y bloqueadas. Entre la prohibición del mandato imperativo y la disciplina de voto de los diputados. Eso significa que cada diputado o cualquier otro cargo se presenta en una lista electoral aprobada por un partido político y por tanto, cuando acepta esto queda vinculado en las votaciones a las decisiones que los órganos de ese partido decidan con el funcionamiento que cada partido tiene. Algo que consolida como obligación de los militantes el artículo 8 de la Ley de Partidos Políticos. No seré yo quien se oponga a una revisión de todo esto. Es más, soy ferviente defensor de listas abiertas, de que los cargos tengan una mayor vinculación con los ciudadanos que con las cúpulas de los partidos. Incluso llegado el caso votar lo que uno considere cuando la decisión en la organización política a la que pertenece se haya tomado de manera irregular o en contra del programa político con el que se concurrió a las elecciones. La votación para la investidura de Rajoy fue un buen ejemplo. Pero de momento, este es el marco en el que nos movemos. 

Termino querido alumno con unas reflexiones. Algunos me han preguntado de que me reía cuando antes de la votación el presidente del Gobierno se acercó a mi escaño y yo le mostré mi bolígrafo rojo con el que iba a marcar mi papeleta. No soy sospechoso de reírle las gracias a Clavijo. Yo no he gobernado nunca con él, me opuse en solitario al acuerdo de Gobierno y a la renovación del pacto, o a su proyecto de ley del suelo. Sonreía porque creía firmemente que nadie en mi bancada iba a fallarle a los otros catorce diputados y que les íbamos a dar una lección a quienes habían arrojado sospechas sobre nosotros. Marque mi papeleta con el bolígrafo rojo del PSOE, de sus militantes y de tantos miles de canarios que nos votaron. Lo hice para que hubiera dos mujeres en el consejo de la Radio Televisión Canaria y para después renovar el órgano. Lo volvería a hacer, y lo volveré a hacer. Porque llevo 26 años sin cambiar de partido, con el mismo bolígrafo que además nunca he usado para firmar un pacto con Coalición Canaria, en esto algunos me llevan ventaja. Y además con la sonrisa de saberme que estoy donde quiero estar.

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