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When pigs fly

Paqui González

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“Toda la Tierra tenía una misma lengua y usaba las mismas palabras. Los hombres en su emigración desde Oriente hallaron una llanura en la región de Senaar y se establecieron allí. Y se dijeron unos a otros: ”Hagamos ladrillos y cozámoslos al fuego“. Se sirvieron de los ladrillos en lugar de piedras y de betún en lugar de argamasa. Luego dijeron: ”Edifiquemos una ciudad y una torre cuya cúspide llegue hasta el cielo“ […] Mas Yahvé descendió para ver la ciudad y la torre que los hombres estaban levantando y dijo: ”He aquí que todos forman un solo pueblo y todos hablan una misma lengua, siendo esto el principio de sus empresas. Nada les impedirá llevar a cabo todo lo que se propongan. Pues bien, descendamos y allí mismo confundamos su lengua de modo que no se entiendan los unos a los otros“. (Génesis 11: 1-9)

De no ser por la arrogancia de los hombres y la ira de Yahvé, según la mitología cristiana, Terrence Burns nunca habría cobrado 200.000 euros por escribir los discursos de la candidatura de Madrid 2020. Fue él quien puso en la boca de Ana Botella la frase memorable que dejó en estado de shock a los miembros de la Asamblea del Comité Olímpico Internacional: “Relaxing cup of café con leche in Plaza Mayor”. El que no articuló palabra el pasado 12 de enero en París fue el expresidente del Tribunal Constitucional Francisco Pérez de los Cobos, uno de los candidatos propuestos por el Gobierno para representar a España en Estrasburgo. Acudió a una entrevista personal después de haber enviado una declaración en la que aseguraba tener un good level de inglés y un very good level de francés (aportó un diploma nivel avanzado). Sacó un cero. No rascó ni un solo punto entre la decena de miembros de la Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa. Cuentan que los diez examinadores se quedaron struck dumb –muertos en la bañera, vamos, sin habla– con la pregunta de Pérez de los Cobos: “¿Me pueden entrevistar en español?”. Para terminar de arreglarlo, días más tarde admitió que necesitaba unos cursos intensivos para ejercer con solvencia en el Tribunal Europeo de Derechos Humanos. Como si con un curso de tres meses en Londres se solucionara el asunto. Hace unos años me los decía un profesor de inglés: “¿Sabes cuál es el problema de los españoles? Que todos creen que tienen nivel intermedio”. Autoengaño, complacencia y desinterés. Desinterés por conocer las letras de las canciones de sus artistas favoritos; desinterés por leer libros y ver películas y series en versión original; desinterés por aprender de forma gratuita y a cualquier hora en internet; desinterés por hacer intercambio con los estudiantes que aterrizan en Canarias cada curso académico; en suma, desinterés por ampliar los límites del mundo.

Hace unos días la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria suspendía cautelarmente la obligación de acreditar el nivel B1 en idiomas para que un número no precisado de alumnos pueda graduarse; solo en las carreras que no lo exigen específicamente en sus planes de estudio. Una decisión respaldada y aplaudida –no lo entiendo– por el Consejo de Estudiantes argumentado que muchos universitarios no tienen dinero para pagar la acreditación (entre 96 y 110 euros) o que simplemente no se les da bien. Eso es tanto como aceptar que unos compañeros juegan en la Liga de las Estrellas –los de Bolonia, entre ellos– y otros en Segunda por supuestas razones económicas o porque no tienen capacidad para sacar la asignatura.

El B1 es uno de los hijos menores de edad de la familia Cambridge. Se encuentra a dos niveles de distancia de lo que exigen las universidades europeas y estadounidenses al alumnado extranjero para cursar alguna titulación, y de lo que piden algunas fundaciones y organismos para otorgar becas de investigación. Para que nos entendamos, el B1 es la base de una enorme casa que hay que construir. Ladrillo a ladrillo. Cuando terminas el ático, tienes el C2; indispensable para acceder al 75% de la bibliografía científica o poder optar a ocho de cada 10 puestos directivos. Salir de la universidad sin acreditar, como mínimo, un B2 es un error. No se trata de salir antes; se trata de salir mejor. Créanme, he compartido clase de Proficiency con chicos y chicas de 16 años –sí, 16 años– que están a un paso de acreditar el nivel más alto de inglés. Hace tiempo que pasaron a la historia las palabras que se le atribuyen al rey Carlos I de España y V de Alemania (hay varias versiones): “Hablo latín con Dios, italiano con los músicos, castellano con las damas, francés en la corte e inglés con los caballos”.

No vale dejarlo para cuando los cerdos vuelen. Graduar a un número indeterminado de universitarios rebajando el nivel de exigencia (quitar el tapón, lo llaman) solo sirve para maquillar estadísticas. Obtener una titulación, previa bula rectoral o previa sentencia judicial como ha ocurrido en Galicia, no elimina el problema. Lo pospone. Volverán a toparse con él y, excepto que el mundo se convierta en algo parecido a un capítulo de Black Mirror con traductores 9.0, they´re really up against it. Lo tienen crudo.

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