Ediciones La Palma: un sueño de Elsa López que cumple 30 años

Antonio Gala y Elsa López junto a una puerta azul en El Tablado.

Elsa López

Santa Cruz de La Palma —

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Cumplir 30 años en cualquier actividad que uno se haya propuesto emprender, es siempre difícil, pero, al mismo tiempo, es una alegría poder sentir que has podido rebasar esos años con la satisfacción de haber cumplido un sueño, de haberlo podido gestionar, más o menos bien, y llevarlo a cabo con cierta dignidad. Yo he cumplido esa ilusión y ahora veo cómo los frutos aparecen, crecen y se convierten en una hermosa cosecha.

En 1989 comencé la aventura de ser editora. Fue el azar lo que me llevó a emprender ese camino que tantas recompensas me sigue dando. Los inicios fueron la consecuencia de otra iniciativa: la creación de una editorial que llamé Siddharth Mehta en homenaje a un hindú que conocí en Madrid en una cena de empresa con algunos miembros del Banco Mundial. Era un gran intelectual destinado en Nueva York que creía en la cultura con la misma fuerza y entusiasmo que yo tenía. Fue poco tiempo a su lado. Lo que dura una cena de economistas en un restaurante del viejo Madrid, el Café de Chinitas. Yo no hablo inglés y él no hablaba español, pero nos entendimos por señas, por palabras aisladas, por gestos y por algo que siempre me funciona cuando alguien me gusta: las miradas. A las pocas semanas había decidido emprender el camino de la edición. La empresa en la que trabajaba mi marido decidió crear una rama cultural y me llamaron para que les diera ideas al respecto. Yo ofrecí montar una editorial en la que se editaran libros no sólo de economía y temas sociales, sino también literarios. Así fue y así comencé a trabajar como editora.

En Siddharth Mehta se publicaron unos pocos títulos y entre ellos una obra de un escritor granadino, Gregorio Morales Villena (1952-2015) que andaba de acá para allá con una obra que nadie quería editarle por su título y su temática. Se titulaba Erótica Sagrada y en él se novelaban los amores de algunos personajes de los libros sagrados. No era tan terrible ni tan iconoclasta como parecía desprenderse del título, pero si era un texto apasionante lleno de claves religiosas. Fue un éxito. La edición es del año 1989. Después el autor siguió creando obras que tenían mucho que ver con el erotismo y años más tarde (1998) escribió una antología de la literatura erótica de gran éxito. Ese fue mi primer libro como editora. Al cerrar mi compromiso con la empresa para la que había creado la editorial ya tenía el gusanillo dentro y en 1989 comencé a editar en lo que se llamaría Ediciones La Palma, ya de mi propiedad. Me había picado el gusanillo y comencé editando un libro mío, el Premio Ciudad de Melilla 1987, Del amor imperfecto, agotado hacía ya más de un año y que Rusadir, una editorial malagueña, no iba a volver a imprimir. Ese fue el verdadero inicio de la editorial. En la imprenta me pidieron un sello y los demás elementos para hacerla oficial. Registré el nombre y el logo que utilizaba el Cabildo de La Palma. Pedí el permiso pertinente y el entonces presidente, José Luis González Afonso, me concede en 1989 y en nombre de toda la corporación, las autorizaciones necesarias para su uso. Durante 30 años la isla, en negro, ha sido la silueta, firme y precisa, que me ha acompañado en esa travesía. Ahora, en una nueva etapa, más fértil y madura la entidad en manos de escritores y profesionales de gran prestigio, seguimos empujando la nave que lleva un logo nuevo que continúa siendo una isla, pero más firme, más segura y más rotunda. Montaña Pulido, nuestra diseñadora, la ha vuelto a colocar en nuestros libros. La isla, ahora, parece sacada del mismo mar y con los mismos contornos que si fuera real y surgiera del mapa en el que está situada. Siempre hay islas, lo sé. Me dolió perder a la otra, más menuda y más frágil, pero pienso que las cosas suceden por algo y por algo se me ha negado después de tantos años el derecho a seguir utilizando aquella otra que para los palmeros y para mí parecía ser el símbolo de nuestra propia casa.

Los nuevos directores colocados al frente de nuevas colecciones son Nicolás Melini en la colección La Palma; Nuria Ruiz Viñaspré en EME, una colección diseñada exclusivamente para editar a mujeres de un lado y otro del Atlántico; a mujeres que escriben en cualquier lugar del mundo y que Nuria, con la sabiduría y la exquisitez que la caracteriza, va seleccionando y editando. Al frente de todo, David Cabrera, mi hijo mediano, dirige y coordina lo que yo no puedo ni quiero hacer, que es esa parte ingrata de cualquier tarea: localizar, leer, corregir, encargar, discutir, etc., etc. Yo me he quedado con una colección que para mí representa el espíritu inicial de toda esta historia: Ministerio del Aire, la colección que con Retorno fueron y siguen siendo las niñas bonitas de la casa. Algunas colecciones fueron pequeñas joyas que conservamos como lo que son: momentos casi mágicos en los que un gran escritor como lo es Andrés Sánchez Robayna, editó bajo nuestro sello con trece títulos en una colección Tierra del poeta donde podemos encontrar nombres como Ángel Valente, Octavio Paz y el propio Sánchez Robayna junto a otros diez poetas que quedarán para siempre encerrados en esa tierra fértil que su director y diseñador quiso abonar para alegría de la literatura universal.

Hay en esos treinta años muchos momentos de alegría. Muchos éxitos celebrados en la prensa y cara al público. Recuerdo ahora la llegada a España de Tonino Guerra y nuestro encuentro en Madrid. Su libro La miel recorriendo cines y teatros con él al frente. Recuerdo a Lorenzo García Vega y nuestra reunión en Miami leyendo parte de sus sueños escritos aún a mano; recuerdo los paseos por la isla con Rafael Morales y el primer columpio de su vida, y a Benito de Lucas y Carlos Sahagún recorriendo los pinares de la isla; recuerdo las presentaciones y los recitales con poetas que yo editaba en la colección Retorno: Claudio Rodríguez, José Hierro, Pino Betancor, Antonio Gala, Rafael Morales, Carlos Sahagún, Benito de Lucas, Sagrario Torres, Chantal Maillard y toda aquella algarabía de amigos y familiares con Manolo Romero al frente trayéndome títulos y nombres y más poetas para celebrar juntos la salida de un nuevo libro. Y la salida a la luz de esos libros que eran solo una excusa para volver a escuchar sus nombres y andar de un pueblo a otro recitando en iglesias y pabellones de cultura, comiendo en hostales y casas de amigos, bailando en plazas y talleres, riendo siempre, llorando siempre por la emoción de unos poemas, por el dolor de alguna enfermedad, por la muerte compartida. Eso ha sido Retorno. Volvieron para engrandecer esa colección, para querernos y para saber que ahora se me van para siempre uno detrás de otro.

Treinta años de haberlos querido, de haberlos elegido, uno a uno, y saber que ha habido traiciones y decepciones por parte de unos hacia mí y de mi hacia ellos. Pocos han sido, por suerte, la mayoría siguen estando ahí y yo lo sé. Y cuando miro las fotos que representan momentos especiales de la editorial, sobre todo el día del nacimiento de un nuevo libro cuando saltan a la luz de los otros, a los escaparates, a las estanterías de las librerías y a las manos de los lectores, me siento feliz, emocionada a veces al recordar los rostros de los que ya no están. Miro a un Leocadio Ortega en Barlovento, yo tan joven aún; miro a una Chantal Maillard en la isla, deslumbrante debajo de la buganvilla defendiéndose de la enfermedad, veo a un José Hierro paseando de mi brazo por La Plaza del Adelantado, en La Laguna; veo a un Antonio Gala riéndose sentado conmigo delante de una puerta azul en El Tablado; veo a tanta gente que ha sido más que un libro para mí, y en esos momentos siento una oleada de orgullo y de afecto hacia ellos y hacia mí misma. Y si tengo que hacer un resumen de esos treinta años creo que habrá muchas palabras para expresarlo y todas tendrán su razón de ser, pero hay una, sobre todo hay una que encierra todas las demás: amor. He amado mucho en la vida y en las cosas que he hecho. Todo lo que he llevado a cabo incluso equivocarme o hacer daño ha sido por amar apasionadamente. Nunca he emprendido algo o he dado un solo paso sólo por ambición o vanidad; lo he hecho por la necesidad de hacerlo, por las ganas de hacerlo, por amor a lo que conseguiría con ello. Así mi vida. Así mis vocaciones. Así mis luchas diarias. Así los amigos, los hijos, los libros, el mundo.

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