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El zapato de tacón rojo

Claudia Pais

Era un zapato de tacón rojo. Rojo como la primera rosa de la primavera. Rojo como el pequeño peine que guardaba mi abuela en su bolso. Rojo como el carmín que me ponía en los labios antes de ir a verte. Estaba algo sucio y desgastado pero, sin lugar a dudas, se trataba de un zapato de tacón rojo muy especial. No estaba acompañado y se encontraba solo. Era un abandonado zapato de tacón rojo en una de las curvas de Botazo (Breña Alta). Su historia es algo peculiar. Su historia no es real. Sin embargo, este zapato de tacón rojo algo sucio, desgastado y abandonado tiene algo que contar.

Los zapatos son pares y, por lo tanto, todo calzado tiene su pareja. Esa pareja era idéntica al zapato de tacón rojo. Eran almas gemelas, sincronizadas y completas. Sus paseos eran envidiables porque ningunos zapatos de tacón rojo habían estado tan unidos como aquellos. La ilusión de estos dos zapatos de tacón rojo era estar siempre juntos porque el uno no podía vivir sin el otro y viceversa. Cuando uno tropezaba, el otro estaba ahí para recomponerlo. Cuando el otro bajaba el ritmo, uno estaba ahí para empujarlo.

La vida era hermosa desde el suelo. El taconeo de un amor incondicional y duradero. Esa era la melodía que transmitía el choque contra el suelo de estos dos zapatos de tacón rojo.

Ahora bien, el zapato de tacón rojo algo sucio, desgastado y abandonado estaba muy preocupado por su compañero de viaje, ya que este había perdido el rumbo de su camino. Este último no le veía sentido a seguir caminando y se sentía frustrado por no poder llevar el paso de su pareja. Una mañana, mientras el zapato de tacón rojo algo sucio, desgastado y abandonado recorría un sendero, su fiel seguidor decidió coger otro. Ambos se perdieron.

El zapato de tacón rojo algo sucio, desgastado y abandonado se convirtió a partir de ese momento en ese zapato de tacón rojo algo sucio, desgastado y abandonado en una de las curvas de Botazo. Mientras, su pareja continúa su camino a través de las nubes. Las estrellas le sirven de escalera para llegar a lo más alto del cielo. El Sol es quien ilumina cada mañana el camino de ambos para reencontrarse y la Luna es quien facilita el sendero cada noche para unirse de nuevo.

Cada zapato tomó su decisión y este zapato de tacón rojo, a pesar de estar algo sucio, desgastado y abandonado cree firmemente que volverá a tropezar con el amor de su vida para seguir por el camino que se prometieron.

Como le dijeron una vez: “Las despedidas son llevaderas cuando sabes que habrá un reencuentro”.

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