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Grabados de Belmaco: símbolos en la piedra (I)

Felipe Jorge Pais Pais

El Parque Arqueológico de Belmaco se inauguró en 1999. El Cabildo de La Palma quiso recordar este acontecimiento mediante la creación de una carpeta que contenía la reproducción de uno de los petroglifos de este yacimiento, creado por el artista B. C. Medina, y un texto sobre este yacimiento, que fue realizado por nosotros, y que reproducimos textualmente en este trabajo. El diseño de todo el trabajo fue realizado por La Hornera Taller Creativo. La serie constaba de 200 ejemplares que se repartieron entre las personas que tuvieron una vinculación más estrecha con la protección y puesta en uso de este yacimiento arqueológico benahoarita. 

Nuestra intención no era otra que dar a conocer, de una forma clara y concisa, toda la información que, hasta esa fecha, había aportado Belmaco que, no lo olvidemos, es conocido desde mediados del siglo XVIII y, junto con la Cueva Pintada de Gáldar (Gran Canaria) y los petroglifos del Júlan (El Hierro), constituyen la gran trilogía de la arqueología canaria. Y, aunque recientes trabajos arqueológicos han aportados nuevos datos sobre el significado y la importancia de este yacimiento, también podemos constatar cómo algunos de los interrogantes que nos planteábamos hace 17 años, a día de hoy, siguen sin resolverse totalmente. 

Los petroglifos de Belmaco, que permanecieron en el olvido durante cientos de años, salieron del anonimato a mediados del siglo XVIII gracias a la curiosidad de D. Domingo Van de Walle de Cervellón. Esta primera referencia, muy escueta, supuso el hito fundacional de la arqueología palmera. Belmaco, a partir de estos momentos, se convirtió en un mito y una leyenda donde, según la tradición oral, vivieron los señores del cantón de Tigalate: Juguiro y Garehagua. Las inscripciones prehispánicas, grabadas sobre roca viva, suscitaron el interés y la curiosidad inmediata de los más ilustres pensadores del momento, como D. José Viera y Clavijo y el obispo D. Tavira y Almazán, quien realizó el primer calco de los petroglifos.

El salto cualitativo más importante para el conocimiento de los grabados rupestres de Belmaco se produjo en la segunda mitad del siglo XIX cuando todos aquellos viajeros, científicos y arqueólogos extranjeros que visitaron nuestras islas (Sabin Berthelot, René Verneau, etc) se hicieron eco de la existencia de unos enigmáticos signos pétreos en un gigantesco caboco del pago de Mazo.

Este conjunto arqueológico, formado por una cueva natural de habitación con una potente estratigrafía y cuatro paneles de petroglifos, se convertiría, durante el siglo XX, en uno de los yacimientos más estudiados de toda Canarias. Las excavaciones de L. Diego Cuscoy (1959, 1960 y 1961) pusieron al descubierto una capa de sedimentos que superaba los 4 metros de altura, impensable para otros lugares del Archipiélago. Posteriormente, en 1974 y 1979, el Dr. Mauro Hernández Pérez realizó nuevas excavaciones en la parte central de la cueva. Los datos proporcionados por las investigaciones anteriores y el estudio de los posibles paralelos de los grabados rupestres de Belmaco han sido fundamentales para explicar las distintas teorías sobre el origen del poblamiento prehispánico de nuestras islas. Además de los investigadores anteriores, Belmaco ha sido referencia inexcusable y omnipresente en muchos de los trabajos arqueológicos de Juan Álvarez Delgado, J. Martínez Santa-Olalla, Manuel Pellicer, Pilar Acosta, A. Beltrán, Juan F. Navarro Mederos, Ernesto Martín Rodríguez, Felipe J. Pais Pais, etc.

Una de las cuestiones más polémicas de la arqueología palmera siempre ha girado en torno al probable significado de los grabados rupestres geométricos. Las inscripciones de Belmaco han sido la piedra angular sobre la que han girado todas las controversias y teorías. En el estado actual de la investigación, y a pesar de la gran cantidad de trabajos científicos realizados sobre esta cuestión, se trata de un tema que aún está lejos de tener una solución definitiva y clara. Podemos decir, sin temor a equivocarnos, que existen tantas teorías como arqueólogos se han introducido en este espinoso asunto. Así, para J. Viera y Clavijo los petroglifos de Belmaco no eran otra cosa que puros garabatos sin sentido. Antonio Tavira y Almazán pensaba que se trataba de una especie de escritura realizada por los fenicios. Para J. Álvarez delgado representaban el culto al sol. M. Martínez Santa-Olalla y L. Diego Cuscoy hablaban de un culto a la fecundidad y la diosa de las aguas. Este último investigador apuntaba otras posibilidades como que podría tratarse de marcas de propiedad, delimitación de campos de pastoreo, señalamiento de caminos o rutas pastoriles, etc. Las últimas investigaciones (J. F. Navarro Mederos, E. Martín Rodríguez y F. J. Pais Pais) se inclinan por relacionarlos con ritos propiciatorios de lluvia.

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