La resiliencia
Encontrar una definición de resiliencia es muy fácil. Cualquier diccionario nos la puede ofrecer, pero acercarla a un plano personal es algo más complejo, y eso es lo que voy a intentar en este artículo.
Sabemos que la resiliencia es un término que procede del mundo de la física y que se refiere a la característica de algunos metales, de volver a su estado original, incluso con mayor resistencia y flexibilidad, tras haber sido sometidos a duras pruebas de esfuerzo, como son soportar elevadas temperaturas, cambios radicales de las mismas, aguantar fuerzas opuestas con la intención de evaluar su resistencia y poder ser utilizados para otros usos de los que en principio estaban previstos.
Ese concepto en referencia a las personas y utilizado en psicología, se define como la habilidad emocional, cognitiva y social suficiente para reconocer, enfrentar y transformar constructivamente una situación dolorosa. En otras palabras, conseguir salir de una situación horrible, siendo más fuerte emocionalmente, positivo, con mayor confianza en sí mismo y seguro de ser capaz de enfrentarse a los desafíos que la vida le pueda traer a uno. La resiliencia no es resignación ni resistencia, que nos lleva a pensar que es algo pasivo. Todo lo contrario, la resiliencia es un proceso activo de la persona, supone una transformación en todas sus facetas. El resiliente, aún sin perder su esencia como persona, mantiene su sensibilidad, emotividad o personalidad y desprende algo diferente de otros cuando se le observa atentamente: la serenidad.
Una metáfora visual de lo que haría la resiliencia en una persona sería relacionarla con el arte japonés del Kinsugi que consiste en reparar una pieza de porcelana que se haya roto incrustando oro líquido en las grietas, convirtiendo las “cicatrices” del objeto en algo valioso. La persona resiliente ha aprendido del dolor, ha superado los traumas sufridos dándole un sentido a lo ocurrido lo que le proporciona una razón para seguir y saber que hay más vida fuera del entorno doloroso en el que haya podido encontrarse.
La resiliencia se asienta en cuatro elementos clave:
- La aceptación de la realidad. Creo que resulta evidente que es el primer paso. Es necesario ver la realidad de frente, tratando de ser lo más racional posible para poder evaluar la dificultad a la que nos enfrentamos o a las barreras que deberemos saltar para salir de ese “agujero”. Digo agujero y no “pozo” porque los pozos nos sugieren oscuridad y aislamiento.
- Red de apoyo. Amigos, familia, algún vecino o algún miembro de la comunidad en la que estemos instalados, es quien se puede convertir en la persona clave que nos ayuda a volver a creer en nosotros. En múltiples ocasiones, es clave tener a esa persona que manchará sus manos para quitarnos parte del barro que tenemos encima y además lo hará regalándonos una sonrisa. Un acto así de sencillo le da fuerzas a la persona que trata de seguir adelante y de volver a creer en la humanidad.
- La búsqueda de sentido. No se trata de justificar lo injustificable, ni de disfrazar experiencias dolorosas, sino de transformar la vivencia en un aprendizaje, en un revulsivo para dar un cambio de rumbo a nuestra vida. Ante una profunda crisis personal, nos tenemos que enfrentar a la sensación que nada o casi nada tiene sentido. Si le damos unas pocas vueltas y transformamos “el problema” en un reto que nos da la oportunidad de utilizar la creatividad, llegamos al cuarto elemento clave en que se apoyan las personas resilientes.
- La creatividad. La creatividad es la capacidad de encontrar nuevas respuestas a situaciones que parecen no tener una salida. Cuanto más dura es la situación de crisis, mayores son los motivos para reinventarnos. Con una actitud positiva, a pesar del dolor, iremos encontrando nuevas formas de reorganizar nuestra vida, de descubrir recursos inesperados, en resumen, de empezar a andar por caminos que jamás habríamos pensado recorrer. Y si,… no sale bien, habremos tenido nuevas experiencias, lo que equivale a nuevos aprendizajes.
En definitiva, la resiliencia es una capacidad que se puede aprender a lo largo de toda la vida, pero como todo buen hábito es mejor que comience a desarrollarse desde la infancia. Educar en resiliencia, es dotar a los niños de recursos internos para transformar las dificultades en crecimiento y esperanza, es darles libertad y responsabilidad, fomentar su espíritu crítico y creativo, para con todo ello, afronten la vida con optimismo.
La resiliencia sembrada en un niño, se concierte en la fuerza de un adulto.
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