Desafección dicen… Me parece poco
Y seguimos con la corrupción de algunos políticos de nuestro país y el insoportable juego de “…y tú más” o “lo tuyo es peor”.
Acabo de escuchar en una tertulia que una supuesta representante del pueblo, ya que así se autonombran los diputados electos del Congreso, que la corrupción política y de las instituciones, generan desafección del pueblo hacia la política. ¿Y eso es lo que le preocupa?
Sinceramente la situación es nauseabunda y descorazonadora. Yo que soy de una generación que luchó por que en este país hubiese democracia, separación de poderes y un reparto justo del capital global del Estado, dudo entre vomitar frente cualquier medio de comunicación, echarme a llorar desconsoladamente o mostrarme agresiva (aunque sólo sea verbalmente). Y entonces me acuerdo de que estudié psicología porque quería entender el comportamiento y pensamiento de las personas, aliviarles en sus heridas emocionales y contagiar serenidad a mis semejantes más cercanos. Y, claro: tengo que ponerme a pensar de manera racional y no dejarme llevar por impulsos reactivos a las noticias que voy conociendo.
Todo ello me lleva a preguntarme si es el poder el que corrompe o si es un tema de personalidad, quiero decir que el que se corrompe, ya viene de casa así y simplemente busca alcanzar, aunque sea una brizna de poder para desarrollar su instinto predador.
Desde un punto de vista ético, es corrupción, tanto el acto del que se lleva a casa un paquete de folios, como el que se lleva cinco millones de euros. Uno de los valores que aprendí o se me inculpó en la niñez, es que NO SE ROBA. Por supuesto que soy consciente de la diferencia abismal entre los dos ejemplos que acabo de nombrar, pero el hecho es el mismo: supone una apropiación indebida de algo que pertenece a la sociedad. La única diferencia es que cada uno de los agentes que han realizado esa conducta, es que la ha hecho en la medida que sus circunstancias le han permitido. A más poder, mayor botín me puedo llevar.
Lo triste de esta situación es que la reacción de los que no cometemos este tipo de actos es analizada por la clase política, en general, como una desafección hacia su cometido. Y no estoy de acuerdo. Es mucho más grave.
Desde el punto de vista de la psicología social, me parece que hemos entrado en un cuadro de “indefensión aprendida”, que se caracteriza por acabar manteniéndonos inmóviles ante cualquier tipo de agresión recibida. Y permitid que os diga que la corrupción es una agresión a la ciudadanía.
Si nos pasamos al plano individual, tras una primera fase de ira, que como consecuencia de la habituación a esas “agresiones” a nuestra dignidad y a nuestros bienes colectivos, va perdiendo intensidad y se acaba quedando en instantes de cabreo o asco hacia la clase política. En una fase más avanzada, en la cual seguimos conociendo hechos reprobatorios en todos los niveles e instituciones, nos iremos deprimiendo, sintiéndonos indefensos y sin salida aparte de adaptarnos, normalizando la corrupción como un comportamiento inevitable.
¡Qué poco cuida esta clase política nuestra salud mental! Y eso que parece que la han puesto de moda y supuestamente la apoyan.
Ni se plantean que sus conductas corruptas y tremendamente injustas, destrozan la salud mental de los individuos a los que piden que les voten. O tal vez, si alguno lee este artículo y otros muchos más que publican mis colegas de profesión, a pesar de conocer las consecuencias de su mala gestión y de sus malas acciones, les importe bien poco.
Soy psicóloga, sí y me permito opinar sobre la corrupción porque le duele a mucha gente y tengo la impresión (ojalá me equivocara) que a ningún partido político le interesa de verdad desarrollar los mecanismos necesarios para controlarla. Cada vez pago mis impuestos con más dolor y rabia, porque no confío en que se vayan a utilizar de manera adecuada, ya ni me atrevo a decir justa.
Por la salud mental de una sociedad civil que se está hundiendo en un estado emocional de tristeza, anhedonia e indefensión, exijamos la responsabilidad y el respeto que se debe
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