A propósito del video sobre la indumentaria tradicional de la Isla de La Palma

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Después de haber visto varias veces el mencionado video y una vez repuesto del notable estupor que me produjo, me convenzo de que es necesaria una respuesta contundente al desafortunado trabajo que, de forma general, podríamos calificar de cursi, pretencioso, falto de rigor y confuso en la locución que acompaña a las imágenes. Siendo, además, reincidente en el empeño de promocionar todos aquellos defectos tópicos que, desgraciadamente, hoy en día se han generalizado a la hora confeccionar los trajes típicos de La Palma, un territorio que siempre tuvo fama de atesorar un riquísimo repertorio de indumentarias como no existía en ninguna otra isla de las que conforman nuestra región.

El trabajo promocional al que nos referimos no solo redunda en las incorrecciones estereotipadas que en la actualidad se dan en los trajes palmeros, sino que omite todas las variantes de prendas conocidas, así como las más antiguas recuperadas y sus diversas maneras de vestirlas. Nos referimos, concretamente, a aquellas prendas que en los últimos años han divulgado algunos colectivos y particulares, aportando en este sentido las pruebas concluyentes que avalan sus propuestas: antiguas prendas testigo, documentos notariales, inventarios domésticos, testamentos de los archivos parroquiales, artes figurativas (como pinturas y esculturas) y los testimonios de aquellas personas que convivieron con modas y maneras ya pasadas.

La locución del video se inicia atribuyendo el origen de la indumentaria que se muestra a los siglos XVI y XVII, cuando en realidad pertenece a los siglos XVIII y XIX, o sea, doscientos años después, aportando una “curiosa” e “inédita” teoría sobre la imposibilidad de evolución de los modos de vestir de las clases menos favorecidas y el exclusivo uso de encajes, blondas y otros elementos por parte de las clases más pudientes. Además, en las imágenes que se muestran de fondo aparecen dos parejas de campesinos paseando y que al cruzarse se saludan con una reverencia al más puro estilo cortesano de Versalles, tal vez válido para El Minué, pero no para los labradores de aquella época...

TRAJES DE FAENA

Mujer de faena

 Se continúa con el traje de diario de mujer donde la modelo se nos presenta con un maquillaje excesivo, impropio de la clase campesina. Luego se nos enseña el calzado de “botines” de botones con un tacón que denominan “cuadrado”, cuando en realidad se trata de un borceguí o botina con tacón de carrete. Es verdad que estas botas se usaron, pero fueron más comunes los zapatos de amarrar con cordones y de los que tampoco se hace mención. Luego, se nos muestran las medias de nailon y los pololos; pero se omite el uso de las polainas en las mujeres, un caso raro en el uso de una indumentaria femenina y único en el vestir popular de nuestra nación.

En lo concerniente a la camisa, en el video se la denomina “blusa”, término moderno impropio en una explicación sobre esta indumentaria y a la que el narrador le atribuye un bordado a punto de cruz de color negro “hecho a la hebra”, donde sería más correcto decir “a hebra contada”. Estos bordados de punto de cruz negros son únicos y exclusivos de las enaguas de lienzo y en la década de los años cincuenta del pasado siglo se popularizaron en las camisas de ambos sexos, calzoncillos e incluso en los delantales y faltriqueras, dada su facilidad de ejecución frente a los bordados de realce blanco propios de estas prendas. Observando las fuentes gráficas (pinturas y fotografías), los bordados en negro aparecen tímidamente a partir de la fecha mencionada y con mayor profusión en la década de los sesenta de la antedicha centuria, una moda promovida por los pocos colectivos folclóricos que en ese tiempo existían. Desgraciadamente, esta costumbre está tan arraigada que difícilmente se podrá erradicar, pero, desde luego, lo que nunca se debería de hacer es fomentarla por medio de este tipo de trabajo promocional y menos contando con el respaldado de una institución pública como es el Cabildo Insular de La Palma. Sin embargo, como contrapartida, es gratificante comprobar cómo ya hay muchos colectivos y particulares interesados en el buen vestir tradicional que optan por no bordar dichas prendas en negro y optan por dejarlas sin bordar o hacerlo con realce blanco.

Continúa la locución nombrando la enagua de “lino o hilo”, donde realmente se debiera decir de “lienzo o hilo”, añadiendo que “está bordada a punto de cruz negro” e insistiendo de forma desacertada que éste “haga juego con los de la camisa”. Prosigue el video mostrándonos ese corte en la cadera o mondonguillo, que es otra de las adiciones con las que se han transformado estas prendas recientemente. Por nuestra parte, conocemos más de una decena de enaguas antiguas con más de cien años y ninguna de ellas estaba partida en la cadera con dicha labor que, dicho sea de paso, resta volumen y vuelo a la figura de la mujer de cintura para abajo, aunque, por el contrario, para acentuar este volumen, se llegaban a poner varias de estas prendas superpuestas. Sin embargo, esta costumbre también se ha pasado por alto en el video que comentamos.

Seguimos con “la falda” (aunque lo acertado es denominarla “enagua de lana”) y de la que el presentador nos dice que es “tejida a telar”, aunque se da la circunstancia de que todas las telas del mundo –antiguas o modernas– son tejidas en telar. El locutor tal vez quiso decir “tejida en telar manual”; pero ocurre que la tela que sale en el video es industrial, información ésta que sí es relevante. Sigue la explicación centrándose ahora en los ribetes de la prenda, los cuales según reseña el presentador, se hacen a gusto de “la señora” ¿En qué quedamos? ¿Estamos explicando un traje de campesina o de señora...? Asimismo, se nos muestra la barredera, pero sin decirnos que era muy frecuente que ésta se llevara también por fuera, en los bajos de las enaguas de lana. Respecto a esta prenda, solían ser negras, azul marino o marrones (y con menos frecuencia de otros colores), pero nunca las hemos conocido del tono marrón claro o beige oscuro como el que se nos muestra. Además, otro de los nuevos modismos introducidos en la confección de las faldas es el del tamaño de los frunces de la cintura, que se duplican de ancho, anomalía de la que tampoco escapa el ejemplar que se nos presenta en el video.

A continuación, se nos muestra otra pieza fundamental, el justillo, aunque se ve claramente que no se corresponde a la talla de la modelo, ya que las dos puertas delanteras se unen y cierran, haciendo que la función de dicha prenda, que es la misma que la de los actuales sujetadores (resaltar y sujetar los senos), quede totalmente invalidada.

Sigue la explicación con el pañuelo de hombros, que de nuevo incurre en otro de los nuevos modismos que devalúan la pureza de nuestra indumentaria. Se trata de un trozo de tela cuadrado al que se le han cosido una serie de aplicaciones de otras telas para imitar las pañoletas o manteletas de cuadros o con listas perimetrales. El resultado es más que desafortunado y para mayor infortunio el locutor afirma que “también se pueden adornar con cintas, pasacintas o encajes”. Por nuestra parte, y para que quede bien claro, los pañuelos de hombros o manteletas eran de una sola pieza (frecuentemente estampados, a cuadros, lunares o lisos), pero nunca con adiciones de otros géneros. Se podían colocar de varias maneras, circunstancia que también no se menciona en ningún momento.

Por otro lado, al hablar de la gasa (también llamada toca), se asegura que “se ha de poner de la oreja derecha a la izquierda”, cuando en realidad da igual el sentido. También se nos informa sobre dicha prenda exponiendo que “era la forma usual de llevarla para trabajar”. Aseveración un tanto contradictoria, por la lógica comodidad que se busca para el trabajo, que invita a pensar que esa manera de llevar la gasa es más propia para salir, ir a la ciudad, a la iglesia, etc.; pero no adecuada para el duro trabajo del campo.

La siguiente prenda que se aborda es la montera, a la que el presentador denomina “pequeño sombrero”, lo que demuestra el desconocimiento de que ambas prendas pertenecen a la familia de los tocados, pero con características completamente diferentes. Y es aquí donde se vuelve a incurrir en preconizar otro de los modismos carentes de fundamento y que en las últimas décadas se ha generalizado en este interesante tocado femenino: la deplorable costumbre de levantar el ala de la montera para mostrar una serie de agujas enhebradas con hilos de vivos colores y que se llevaban para remediar algún pequeño roto o imprevisto. Es verdad que esa costumbre existía, pero normalmente se llevaba una aguja con hilo blanco o negro y desde luego nunca se enseñaba.

Prosigue el video mostrándonos una rareza en la indumentaria como es la de atarse la gasa con un pañuelo para evitar que se levantase por el viento o cualquier otra circunstancia. Esta minoritaria costumbre se nos explica como si fuese parte fundamental del traje y de la manera que la presentan, con el lazo lateral, más parece un adorno que una prenda utilitaria.

Como conclusión, decimos que tanto las imágenes como como la locución que las acompaña nos exponen una indumentaria conjuntada en colores, donde todas las prendas hacen juego (al más puro estilo del siglo XX), con una modelo maquillada en exceso, a la que la camisa, el justillo y la enagua de lana le van grandes, exhibiendo un conjunto poco creíble, carente de frescura y espontaneidad.

A continuación, abordamos, de forma resumida, un análisis del resto de los atuendos que aparecen, dado que un estudio pormenorizado como el del traje de faena de mujer generaría un extenso documento, inadecuado para el fin que perseguimos. Por lo tanto, solo resaltaremos aquellas cuestiones relevantes, pasando por alto pequeñas incorrecciones y omisiones tanto en las imágenes como en la locución.

El hombre de faena

Lleva camisa y calzoncillos bordados a punto de cruz. Esto es innecesario y erróneo. El modelo se presenta con calcetines cortos, nunca usados en el siglo XVIII y XIX El chaleco presenta un patronaje deficiente, muy ancho de hombros, desmesuradamente largo, con bolsillos inútiles y carente de ojales y botones.

Los calzones están confeccionados con el patrón de los calzoncillos, con bragueta central y ribetes de seda impropios de una prenda de trabajo.

Locución:

Es un gran error recomendar la camisa y los calzoncillos bordados en punto de cruz negros; confunde el lino (materia prima) con el lienzo (variedad de tela de lino); asegura que la lanza corta (propia de los niños) sirve para conducir el ganado, cuando dicha tarea se hace con la aguijada; recomienda poner la alforja de forma inverosímil y de una manera que nunca se llevó. Confunde calzones con pantalones y se omite el uso del zamarrón, la prenda señera y distintiva del vestir del hombre palmero.

TRAJES DE GALA

 No se trata de trajes de gala sino “de domingo” o “fiesta”.

La mujer

Porta desacertadamente medias caladas, inéditas en La Palma en los siglos que tratamos. La camisa presenta un bordado popular en realce blanco que el narrador confunde con bordado “de richelieu” y que, siendo de origen popular español, aquél le atribuye origen cortesano francés. La enagua se presenta bordada en realce blanco, cuando lo correcto es en punto de cruz negro. Además, lleva el llamado mondonguillo y asoma un palmo por los bajos de la enagua de seda salvaje. La enagua de seda salvaje aparece llena de motas y con su superficie irregular, con plisado a la cintura de desmesurado tamaño y un color inusual en el vestir palmero. El Jubón, al que el narrador llama “justillo con mangas”, se le atribuye el uso de prenda de abrigo, a la cual se le han de cerrar las partes delanteras lo más posible para marcar las formas femeninas. Además, posteriormente, el locutor se desdice arguyendo que estas formas se han de ocultar con otra prenda llamada “pecherín”. En este sentido, el jubón (al igual que el justillo) servía para hacer las funciones del actual sujetador, realzando los senos, nunca aplastándolos. El petillo es llamado por el narrador “pecherín”. Los petillos son una prenda minoritaria y en ningún caso servían para disimular el busto, como soporte de bisutería o la imposible tarea de mostrar la dote de una novia. La toca es llamada “seda”, que es el nombre de la materia prima con que generalmente está hecha. No es el nombre de la prenda. El cuestionable pañuelo de cintura se asegura que ha de ser “de seda adornado con encajes pero en este caso con frivolité” ¿Acaso se desconoce que el frivolité es una modalidad de encaje?

El hombre

Se presenta con la camisa y los calzoncillos bordados en realce blanco, que es llamado por el narrador bordado “de richelieu”, lo que es absolutamente incierto. A continuación, se nos presentan los calzones, que según la locución son “pantalones”. De muy ordinaria confección, por cierto, con botones en las perneras colocados incorrectamente en la parte anterior, justo donde debieran estar los ojales. La faja de seda se vuelve a anudar como en el traje de faena, perdiéndose la oportunidad de mostrar cualquiera de las otras muchas maneras que se conocen de colocar esta prenda. Prosigue colocándose un rosario en la faja que cuelga sobre la pernera, acción para nosotros inverosímil y de difícil justificación. El chaleco es correcto, a no ser por los bolsillos que son inútiles y se simulan con las carteras cosidas en las puertas, donde según la locución “se puede guardar o colgar el rosario”, mientras las imágenes nos muestran como este adminículo se coloca en la faja. Continúa el audiovisual con la capa gavilona, que el narrador denomina como “babilónica”, disponiendo su esclavina hacia atrás. Una contradictoria acción, atendiendo a la funcionalidad de abrigo de esta prenda, utilizada para las faenas del campo en los tiempos fríos, pero desde luego nunca como indumento de lujo vinculado a los “trajes de gala”.

MANTO Y SAYA

La mujer

Se omite la información de que este tipo de atuendo es el propio para ir a la iglesia. El cometido que justifica su razón de ser.

Se nos apunta que el hecho de llevar dos faldas eleva la categoría social de la portadora por la sencilla razón de vestirlas. Sin embargo, este atuendo era propio de todas las clases sociales y podía ser de seda o de lana, siendo el más frecuente el de color negro.

Se nos vuelve a mostrar un petillo recargado de bisutería, con corte, dimensiones y guarniciones incorrectas e inventadas.

Se sujeta la toca al cuello con un pañuelo con lazo lateral. Este recurso de sujetar la gasa es impropio e inédito en esta modalidad de indumento.

Finalmente, se nos muestra el frecuente complemento de la sombrilla, que en este caso el narrador confunde con un “paraguas”.

El hombre

Porta medias caladas de uso desconocido en Canarias.

Según la locución, calza “escarpines con hebillas”, cuando en realidad porta zapatos de pala alta con hebillas.

Se vuelve a insistir, desacertadamente, en denominar los bordados en realce de la camisa como bordados “de richelieu”.

Prescinde del uso de los calzoncillos, no sabemos si por olvido o por creer que este tipo de traje no los lleva.

Se nos muestra una especie de abrigo que denominan casaca confeccionada con un género inapropiado, a la vez que desprovista de botones y carteras para los bolsillos.

Se vuelve a mostrar la desconocida costumbre del rosario colgando de la faja y se nos aclara que este atuendo ha de llevar un bastón de mando con empuñadura de plata.

Finalmente, el video concluye con una pareja vestida de diario donde el varón hace girar a la mujer, para luego caer rendido con una genuflexión al más puro estilo cortesano...

En resumen, aunque el aludido proyecto audiovisual se nos presenta con pretendidas intenciones didácticas, por el contrario, se nos presentan unos modelos cargados de tópicos nacidos en la segunda mitad del siglo XX, con hechuras y patronaje muy degenerados y transformados, lo que echa por tierra las labores de recuperación de la indumentaria tradicional. Un quehacer que colectivos y particulares vienen acometiendo desde hace ya varias décadas, avalados por serios y sustanciosos trabajos de investigación.

Las explicaciones en tono grandilocuente y pretencioso, llenas de afectación, demuestran un escaso conocimiento del tema que tratamos, con la agravante de que la mayoría de las veces se recurre a los modismos y tópicos que hoy afean nuestra indumentaria, y que desde un quehacer como éste se deberían tratar de erradicar. Por otro lado, la carencia de conocimientos lleva al narrador a recurrir a obviedades o a pueriles argumentos, que llegan incluso a ser incongruentes, y que ponen de manifiesto un vacío de sapiencia sobre la indumentaria tradicional de la Isla de La Palma.

Terminamos esta exposición, animando encarecidamente a las entidades oficiales de la isla de La Palma para que manifiesten su verdadero interés por divulgar esta faceta de nuestra cultura, hoy convertida en seña de identidad, y que se dejen asesorar por aquellas personas que, después de una larga trayectoria formativa y profesional, han demostrado con su quehacer un firme conocimiento global del vestir palmero. Igualmente, deploramos que en la presentación oficial de este “libelo” a los medios de comunicación, la persona responsable de la iniciativa haya difundido la poco creíble información de que para realizar el reportaje “se han basado en documentos guardados en la Escuela de Artesanía”, cuando el resultado habla por sí solo, demostrando que no ha habido ningún trabajo de investigación previo y que los documentos a los que se alude realmente no existen.

* Juan de la Cruz Rodríguez es técnico emérito en textiles e indumentaria del Museo de Historia y Antropología de Tenerife

Cabildo de Tenerife.

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