La sociedad cultural levantada por mujeres palmeras durante la Segunda República que sobrevive al volcán
En un almacén gris y espacioso en Los Llanos de Aridane, La Palma, Marcelino Rodríguez, un hombre charlatán y maniático, guarda libros de hace 100 años y decenas de documentos un tanto amarillentos dañados por el tiempo, la humedad, las lluvias y todo lo que haya caído en ellos. Pasado un rato, se pone las gafas y encorva su figura. No ve bien de cerca, pero eso le da igual. Alza la voz y lee uno de esos papeles casi ilegibles: “Se acordó fundar una Sociedad Instrucción y Recreo, denominada Velia, con el único y exclusivo fin de propagar la cultura y difundir la ilustración”. Es un acta de fundación. Lugar: La Laguna. Fecha: 25 de julio de 1932.
Este no es un espacio cualquiera en los barrios palmeros afectados por el volcán. La Laguna vio cómo la colada de lava más al norte del cono se adentró en el corazón del pueblo, triturando la gasolinera y quedándose a unos metros de la iglesia. Cerca de 1.000 personas tuvieron que ser evacuadas de urgencia. Pero casi a modo de contención de las rocas a mil grados, se erige el edificio donde aún pervive la Sociedad Velia, fundada hace cerca de 90 años y con una historia altamente ligada a la evolución de la localidad en la que se encuentra. Está algo afectada por el material magmático, pero ahí sigue de pie. Dice Marcelino que es porque tiene nombre de mujer.
“En los años 30 era el despegue. Las mujeres de aquí estaban en alza y hacían teatro para animar al barrio. La Sociedad se fundó con la excusa de una comedia, en donde la protagonista se llamaba Velia”, explica este lagunero de toda la vida, presidente de la corporación que siente tan suya. “Aquí se juntan: un maestro que daba clases por la noche y era republicano; mujeres que salieron a estudiar, modernas; hijas que habían ido a Tenerife a estudiar magisterio… Ellos, ¿qué ven? ¿Qué leen? Teatro, lo que más expresa. Empezaron con eso”.
Para ir por partes, Marcelino debe recuperar el contexto del asunto. Cuenta que La Laguna era (aunque luego rectifica y utiliza el presente) un vecindario muy cultural, el primero en celebrar el entierro de la sardina (la ceremonia con la que se anuncia el fin del Carnaval) en La Palma; uno de los primeros en contratar a un profesor privado, allá por 1860, para alfabetizar a la población antes de irse a Latinoamérica a trabajar; ya organizaba fiestas de la cruz desde 1927 y también recibía cientos de libros de los compatriotas asentados en México, Cuba y Venezuela. El pueblo por aquel entonces tenía poco más de 900 habitantes. Fue ganándose la fama de engendrar allí un zona formativa y artística diferente al resto.
Marcelino, sentado y con pantalones cortos en una noche fría en La Palma, hasta se da el lujo de hablar de los hermanos Brito, los laguneros más mediáticos del siglo pasado. Dos de ellos fueron a México y levantaron en Tampico el edificio más alto de la ciudad. Otro se hizo fotógrafo y está considerado el primer cineasta de Canarias. “Presumimos de una persona adelantada para esa época. Para ser un barrio chico tenemos mucha historia”, señala.
Todo ese legado alcanzó su punto álgido en 1932, cuando un grupo de “mujeres trabajadoras”, como recuerda Marcelino, se cargaron al hombro un paredón de piedra donado por Doña Rosario, una de las primeras madres en irse a estudiar fuera de la isla, lo allanaron y construyeron cuatro bloques alrededor, convirtiendo lo que antes era la nada en un espacio cultural para el disfrute de todos. “Ahí se trabajaba de sol a sol. Se hizo una explanada, una escalera, una biblioteca, un baño… Pero está muy bien. Si lo crearon más mujeres que hombres es que está fuerte”, agrega.
La placa del 70 cumpleaños de la Sociedad dice que su fin siempre ha sido “contribuir moral y materialmente al desarrollo de la cultura en todas sus manifestaciones, así como proporcionar (…) toda clase de recreos lícitos y contribuir en cuanto pueda a todo aquello que tienda al mejoramiento moral y material del barrio”. No es que hubiera solo mujeres. Pero sí fueron ellas las que tuvieron la voz cantante en la constitución de Velia. Los hombres se habían ido a otras partes del mundo a ganar dinero, que enviaban en forma de centenos de oro, recuerda Marcelino, y las esposas de estos “estaban más activas”, habían estudiado y formaban parte del pensamiento liberal de la II República.
“Ellas eran unas luchadoras. Lola, una de las fundadoras, cantaba en el coral de Los Llanos de Aridane. Otra de las maestras hizo un homenaje al Plus Ultra, el hidroavión español que cruzó el Atlántico en 1926. Imagina que un pueblo como el nuestro lograra esa foto”, destaca Marcelino, al que no se le acaban los ejemplos. “Se iban para México y se empapaban de cultura. Ahí empezaron. A esas maestras no solo las enseñaron a bordar, sino a más cosas. A no ser mujer solo para casarte”.
Según la cronista oficial de Los Llanos de Aridane, María Victoria Hernández, los aires frescos de progreso femenino durante la II República fueron muy bien acogidos por las laguneras, no solo en la constitución de asociaciones recreativas y culturales, sino también en todo acto social. “Así las vemos entonces llevando a hombros el cadáver de un ser querido, algo que aún hoy no es usual ver”, apunta en un artículo de opinión en este periódico.
Sin embargo, cuando llegó la dictadura comenzaron los problemas. Los primeros documentos de la Sociedad hablaban de “compañeros reunidos en la calle Indalecio Prieto”, el nombre de un ex ministro socialista durante la Segunda República exiliado en México tras la victoria del bando nacional en la Guerra Civil. Se tuvo que crear una nueva acta de fundación, obviando la anterior, en la que ninguna palabra “incitara a la república”, rememora Marcelino. Las mujeres quedaron invisibilizadas durante los cerca de 40 años del franquismo.
“En el año 36 hay un acta de una reunión de los sindicatos en contra del golpe. Después de eso la Sociedad Velia no se paró, pero apenas hubo movimiento”. El primer secretario del centro, Ángel Rodríguez, fue fusilado por ser de izquierdas. “Había miedo. En los años 50 había alcaldes de barrio de la Falange. Antes teníamos libertad. Era la apertura. Las mujeres siempre participaban en las obras de teatro, en la comedia, en todo. Las loas a la cruz se hacían en La Laguna también. Esas mujeres salían versando, era impresionante”, recapitula Marcelino.
Después del chaparrón, la Sociedad salió con un cine, creó un equipo de fútbol, una biblioteca, un grupo etnográfico, compró pistas de pádel, también de tenis de mesa. Velia sobrevivió gracias a las aportaciones de sus socios, así como de todo el barrio de La Laguna, que guarda allí gran parte de su historia social y cultural del último siglo. Por eso Marcelino ha recuperado prácticamente todo el archivo que está detrás de ella antes de que se lo lleve la lava.
“¿Que qué he ganado yo haciendo esto? Mantener la historia de nuestra tierra. Y gracias a eso, La Laguna seguirá. Esto fue lo que unió al barrio en su momento. Fue poco a poco. Había un cine, se celebraban las fiestas, en el 56 llegó San José, en el 57 San Isidro… Todo salía de esa Sociedad. ¿La reunión para hacer la iglesia? De Velia. ¿Llegaba la Virgen de las Nieves? A Velia. Ahí se centra todo. La Laguna ha crecido, pero su foco siempre ha sido este”, cuenta el director.
Marcelino saca uno de los folletos de una de las últimas actuaciones celebradas. En él, aparece una mujer que escribe poemas (décimas, para ser más concretos). Ahora señala la foto y dice: “Abres esto y solo ves a una señora que escribe, ¿verdad? No es famosa, pero es nuestra. Nuestra Sociedad le ha dado nombre a nuestra gente. Cuando caigan los edificios, se guardarán las historias”. A continuación, Marcelino desvela los planes que tiene si Velia termina en pie tras la erupción. “Mery [una compañera que lo ha acompañado todo este tiempo] dijo que si aguantaba nos iríamos de comida. Yo de borrachera”.
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