Espacio de opinión de Canarias Ahora
Los siclanos de Canarias
En el mundo hispánico, las personas pueden ser designadas de dos maneras radicalmente distintas: de manera determinada o concreta y de manera indeterminada o “ad phantasma”. Las designamos de manera determinada o concreta cuando nos referimos a ellas mediante su nombre propio u oficial (Benito Pérez Galdós, Miguel de Cervantes Saavedra, Pablo Ruiz Picasso, María Zambrano Alarcón…), que se encuentra sometido a reglas de composición estrictas (nombre de pila, apellido paterno y apellido materno, o a la inversa), aunque con usos muy flexibles, en forma de abreviaciones (Pérez Galdós, Galdós, Miguel, Cervantes, Pablo Picasso, Picasso, María Zambrano, Zambrano…) o simplificaciones hipocorísticas (Beni, Migue, Pablito, Mari…); o mediante un nombre extraoficial, apodo, sobrenombre, alias, mote o nombrete, como el Garbancero, que se atribuía a Galdós, el Manco de Lepanto, a Cervantes, o el Caníbal, a Picasso, por ejemplo, que suele basarse en características o circunstancias propias de la persona designada. Se trata de denominaciones más o menos burlescas, generalmente más significativas que el nombre oficial o formal, porque presentan un germen de significación descriptiva o léxica que no posee este. En ambos casos nos encontramos ante nombres que tienen un referente concreto o físico conocido por la gente del contexto familiar, nacional o cultural del aludido y, por tanto, cargados de información denotativa y connotativa más o menos variada. Es lo que solemos llamar biografía de la persona designada por el nombre que sea. Así, el nombre propio oficial o formal Miguel de Cervantes Saavedra (Miguel de Cervantes o Cervantes, a secas) y el informal metonímico el Manco de Lepanto, por ejemplo, presentan la significación denotativa de ‘famoso escritor español que participó en la batalla de Lepanto, sufrió cautiverio en Argel y, sobre todo, escribió el Quijote’, y la significación connotativa ‘emblema de la literatura y aun la vida nacionales’. Por eso constituyen los nombres propios que nos ocupan, junto con los topónimos, el objeto de estudio principal de la Onomástica y de las enciclopedias.
Por el contrario, los hispanohablantes designan a las personas de manera indeterminada o “ad phantasma” cuando se refieren a ellas con nombres de semántica indefinida, como fulano, mengano, zutano, perengano y perencejo (los dos últimos más o menos testimoniales). Expresiones del tipo “fulano de tal falsificó cheques; zutano adulteró cuentas y depósitos” o “entra un fulano en el banco y saca una escopeta” no dejan de ser frecuentes en el español de todos los días. No se trata de nombres hipotéticos o ficticios, como suele pensarse habitualmente, sino de nombres que no identifican a la persona designada de forma concreta. Cuando designamos a alguien con el nombre fulano, por ejemplo, nos referimos a alguien real, aunque no lo identifiquemos con nombre y apellido. Es decir, que mencionamos mediante un nombre de semántica indeterminada, no determinada. Por ello, sólo esporádicamente admiten estas denominaciones algún que otro arreo o acompañamiento sintáctico, como cuando remedan nombres propios, por ejemplo, como vemos en frases del tipo “Y no decimos fray fulano hizo tal escándalo, sino los frailes”, “Yo ahora soy el doctor fulano y vos el ingeniero mengano” o “Yo soy hija de fulanito de tal, dijo la chica como única presentación”, y algún que otro desarrollo derivativo, como ocurre en el caso del fulanismo que usamos para referirnos a “la adherencia más a la persona de Fulano o Zutano que a sus ideas”, como señala Unamuno en su agudo artículo Sobre el fulanismo. Precisamente, la circunstancia de que estos nombres de identificación personal se encuentren vacíos de significación denotativa concreta determina dos cosas de una enorme importancia para su funcionamiento en el uso concreto del hablar.
En primer lugar, determina la ausencia de significación denotativa de los nombres mostrativos que nos ocupan que los mismos puedan usarse para designar a personas determinadas cuyo nombre no recuerda el hablante o que, por las razones que sean, no quiere mencionar, adquiriendo entonces un matiz altamente despectivo, como vemos en frases del tipo “El fulano se entiende con la del tercero” y “Ahora dame las señas del fulano ese”. De ahí los sentidos de ‘querido o amante’ y ‘mujer de vida airada’ que ha desarrollado el primero de ellos (fulano) en el uso concreto a lo largo de los años. “Fulanillo y zutanillo vale cualquier desventurado y ruin”, escribe el lexicógrafo español Sebastián de Covarrubias desde el siglo XVII, exagerando la nota del valor “ad phantasma” de estos nombres adjuntándoles una determinación diminutiva. Lo que quiere decir que se trata de voces que no tienen significación denotativa, pero sí connotativa: significación connotativa negativa.
Y, en segundo lugar, determina la indefinición conceptual mencionada que estos nombres se encuentren sometidos a un principio de orden cuando el hablante se refiere a más de una persona no determinada. En este caso, fulano ocupa siempre el primer lugar de la serie. Por eso es el que con más frecuencia se usa en la realidad concreta del hablar y el más propenso a lexicalizarse; mengano, generalmente, el segundo; zutano, generalmente, el tercero; perengano, generalmente, el cuarto; y perenceno, generalmente, el quinto.
Pues bien, la nota discordante a este conjunto de nombres de personas de semántica indeterminada de la lengua española la aporta el habla canaria más tradicional, donde la serie presenta un orden ligeramente distinto del general, por la existencia de una forma propia, que es el portuguesismo siclano (de sicrano ‘designaçaousada para substituir a segunda de duas pessoas indeterminadas e coordenada comFulano e uma terceira, Betrano’, como definen los diccionarios portugueses), que, según los lugares o los hablantes, ocupa el segundo o tercer lugar del inventario. “No fue fulano quien lo hizo, sino siclano”, “A mí, me da igual que se case con fulano, mengano o siclano”, se oye decir con frecuencia en los círculos canarios más apegados al habla tradicional. Como señala la Academia Canaria de la Lengua en el Diccionario básico de canarismos, siclano es “expresión con que se designa a una persona indeterminada. Por tanto, se contrapone a las voces fulano y mengano, y ocupa el segundo o tercer lugar de la serie”.
Tenemos así que el sistema de nombres que emplean los canarios para designar a las personas de forma indeterminada no es en puridad ni el del español general ni el del portugués, sino una serie nueva, que resulta de la aportación de elementos de una y otra lengua. De un lado, el español o el portugués aportan el elemento básico del sistema, que es la forma fulano; el portugués, la forma que ocupa el segundo o el tercer lugar de la serie, que es la forma siclano; y el español, las que ocupan el segundo o tercer lugar, según los casos, el cuarto y el quinto, que son mengano, zutano, perengano y perenceno, respectivamente. En todo caso, hay que reconocer que esta solución léxica de compromiso entre español y portugués no afecta de forma esencial al sistema general, que sigue siendo básicamente el mismo, con el elemento fulano, como base, el elemento mengano, como segundo o tercero de la serie, y el elemento zutano, como cuarto. Es decir, que el portuguesismo siclano se limita a introducir un nuevo elemento y un desplazamiento en el orden de los constituyentes, que no afecta en esencia a los delineamientos básicos del sistema castellano. Cosa lógica y natural, puesto que lo que se habla en Canarias es español, no portugués, ni “portuñol”, ni una supuesta lengua criolla de base española, como piensa algún que otro ingenuo.
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