''El Teneguía es el monstruo que se llevó a papá''

Esther R. Medina

Santa Cruz de La Palma —

El Teneguía dejó una víctima que no se recoge en las crónicas. Heriberto Francisco José Felipe Hernández, empleado del Banco Hispano Americano y un apasionado de la fotografía y de las artes en general, murió, con 43 años, el 17 de noviembre de 1971, por envenenamiento de gases y depósitos de azufre después de haber acudido en sucesivas jornadas a fotografiar y filmar la última erupción volcánica aérea de Canarias. “Papá fue varios días al volcán, con nosotros, con los amigos, solo... Se acercó demasiado, e incluso comió uvas de la zona, llegó a casa con ganas de vomitar y con el vientre hinchado, le hicieron un lavado de estómago pero falleció en el hospital a los pocos días”, ha recordado a LA PALMA AHORA su hija Carmen Felipe, acompañada de su madre, Olga Martel, una elegante y atractiva mujer que a sus 84 años revive con emoción el trágico fallecimiento de su esposo, al que estaba muy unida y con el que tenía nueve hijos de entre un año y medio y 16 años. “Fue muy duro para nosotros, era una persona buena, sana y verlo muerto de repente, eso es muy grande”, rememora.

Las crónicas sobre el acontecimiento telúrico que se registró en Fuencaliente el 26 de octubre de 1971, solo recogen a un muerto por inhalación de gases, Juan Acosta Rodríguez, que perdió la vida en la zona de Los Percheles, en el litoral sureño.

Carmen reivindica la figura de Heriberto Francisco José Felipe y afirma que “nos duele que no se le haya reconocido oficialmente como víctima del volcán, quizá porque no falleció in situ, y tampoco su labor fotográfica; cuando se hable del Teneguía se debe hacer alusión a su muerte; entiendo que el volcán se recuerde como un espectáculo bonito, pero, por favor, que no se olviden que papá existió, y que se reconozca también su labor artística, porque era fotógrafo, poeta, escultor”, dice su hija, que cuando perdió a su padre tenía 13 años, al tiempo que reclama “algún apoyo institucional para hacer una exposición sobre su obra”. “Cuando se habla del volcán parece que no pasó nada, pero para nosotros es muy triste porque el Teneguía es el monstruo que se llevó a papá”, comenta.

El Teneguía inundó de dolor el hogar de Heriberto José Francisco Felipe y de Olga Martel, un matrimonio feliz y apuesto, con nueve hijos en común, que residía en Santa Cruz de La Palma. “Se acercó mucho al volcán porque le apasionaba el arte, hacer fotografías y películas, y cuando llegó a casa me dijo que se sentía mal; solo vivía para los niños, para mí y para el trabajo”, relata Olga, quien reconoce que “cuando hablo de este tema revivo todo lo que pasó y me emociono”. “Era el corazón de la casa, íbamos juntos a todos lados, él delante y detrás, la fila de niños; cuando murió se nos cayó el mundo encima, nos quedamos en una nube, no entendíamos nada, recuerdo que intentábamos todos sonreír para que nadie estuviera triste, sobre todo los más pequeños, y crecimos, y nadie se hizo eco de la noticia”, añade Carmen.

Olga se quedó viuda, con nueve niños y sin ninguna ayuda institucional. “Creo que por la normativa de la época, como nosotros éramos una familia numerosa de segunda categoría, que, a diferencia del fútbol, segunda es más que primera, en una situación como la que mamá vivió en aquel momento, se le tendría que haber considerado familia numerosa de honor y eso significaba una serie de ayudas, pero era más barato no reconocer víctimas”, señala Carmen, que reside actualmente en Rumanía, al norte de Transilvania, donde trabaja como creativa en un establecimiento hotelero. Salir adelante “fue difícil” pero los hermanos Felipe Martel, que llevan el arte en la sangre, unidos como una piña a su madre, lograron superar la tragedia familiar, estudiar y encauzar sus vidas.

Carmen y sus hermanos, con sus padres, fueron a ver el Teneguía y lo recuerda como “un espectáculo precioso, una noche de luces, pero al cabo de unos días todo cambió”. Adoraba a su progenitor. “Mamá decía que lo de entrar a trabajar en un banco debió de ser un error porque los números no eran para él; él nació para el arte, papá pintaba, esculpía y era un hombre totalmente enamorado de su mujer, tierno, dulce, cariñoso, muy familiar, solo salía sin nosotros el día que tenía la comida en el banco, el 4 de noviembre, y siempre llegaba a casa con un puro y nos metíamos con él porque no fumaba”, cuenta. “Su pasión era la familia y la fotografía, hacía películas, realizó dos del volcán que nunca han visto la luz fuera de casa; papá no las llegó a ver, porque entonces las películas se mandaban a Madrid y cuando llegaron él ya estaba en el hospital; las tenemos guardadas como un tesoro”, asegura.

Cuando el 26 de octubre de 1971 se abrió la tierra, a las 15.06 horas, al sur de la Isla, la familia Felipe Martel no podía ni remotamente imaginar que esa profunda grieta telúrica rompería también dramáticamente su hasta entonces feliz existencia. “Mamá nunca nos dejó ir de excursión al Teneguía, y si íbamos, no se lo decíamos, porque ella entendía que el volcán no tenía derecho a volver a vernos”, concluye Carmen Felipe.

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