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Cinco días con malaria en un caos de urgencias: “Desde el primero querían pasarme a planta, pero no había camas”

Urgencias del Hospital Insular de Gran Canaria.

Iván Suárez

Las Palmas de Gran Canaria —

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A Seydou* le empezaron a agarrar con fuerza los dolores al día siguiente de volver a Gran Canaria tras unas vacaciones en el continente africano. En el estómago, en la cabeza, en todo el cuerpo. A media mañana del martes 9 de noviembre acudió a las urgencias del centro de salud de Vecindario. Era la tercera vez que lo hacía desde su llegada y el médico que lo atendió decidió su traslado inmediato al Hospital Insular Materno Infantil de Gran Canaria. Había contraído la malaria y su estado se había complicado por una infección. 

Así se lo confirmaron en el complejo hospitalario de referencia para la ciudadanía del sur de la isla, donde ingresó alrededor de las 13.00 horas de ese martes y de donde no saldría hasta una semana después. Pasó cinco días en las urgencias del Insular. De ellos, tres en un box y dos en una zona de tránsito habilitada como solución temporal a la masificación que sufría y que, según sus trabajadores, sigue sufriendo el servicio como consecuencia de la unión de dos factores: el incremento de la demanda asistencial y las históricas deficiencias estructurales -de personal y de espacio- del centro, nunca solventadas. 

“Desde el primer día, el médico me dijo que en cuanto hubiera una plaza me pasaban a planta, pero no había camas”, cuenta Seydou, ya completamente recuperado de la enfermedad y reincorporado a su puesto de trabajo. Esa cama no apareció hasta el quinto día. Mientras, tuvo que convivir con otros pacientes a escasa distancia. “Estaba abarrotado. A mí me pusieron en un box y después empezaron a poner camillas por delante de los boxes. Estábamos todos pegados. Para atenderme, las enfermeras tenían que apartar a dos pacientes, tenían que arrimar las camillas. Hacían lo que podían”, recuerda. 

A las 18.00 horas del lunes, el día anterior al ingreso de Seydou, en las urgencias del Hospital Insular había 221 pacientes. De ellos, 72 esperaban que se liberaran camas las plantas de hospitalización para ser trasladados y otros cinco estaban pendientes de su derivación a un centro concertado. Solo nueve tenían asignada en ese momento una plaza en planta. Así lo reflejó la jefa de guardias de urgencias en el informe que desde hace un tiempo remiten a diario los profesionales a la dirección para dejar constancia de la situación. 

“Nos vemos incapaces de gestionar la patología urgente durante la guardia, añadido a los pacientes pendientes de ingreso, de varios días en el servicio y que muchos de ellos se van complicando, con falta de recursos y espacio necesarios para dar una atención digna y de calidad”, concluía ese escrito que exponía que, debido a la sobreocupación de camas, no había lugar en el servicio para ubicar a los pacientes que llegaban para ser atendidos. 

Esa preocupación se manifestó esa misma semana en una dura carta firmada por 22 médicos adjuntos, la práctica totalidad del servicio. En ella relataban las “pésimas condiciones” en las que debían ejercer debido a una “masificación sin precedentes” y advertían de que la seguridad clínica de los pacientes estaba “gravemente comprometida”, por lo que reclamaban a la gerencia del complejo soluciones inmediatas y eficaces. 

Los problemas vienen de lejos. En los últimos años los sanitarios han emitido señales de alarma en forma de escritos, se han concentrado a las puertas del complejo e, incluso, llegaron a denunciar en 2019 a la Fiscalía el “inaguantable colapso asistencial” en el servicio. La pandemia ha contribuido a empeorar la situación por la necesidad de reservar unidades enteras para la atención de personas con esta patología. La respuesta, dicen, “siempre es la misma: promesas y más promesas”. Las soluciones siguen siendo provisionales, un encaje de bolillos para ir habilitando y adaptando espacios en los que poder ubicar dentro del servicio a los pacientes que no se pueden trasladar a planta porque no hay camas. Los sanitarios remarcan que el colapso se manifiesta en urgencias, pero es de todo el hospital. Un veterano médico suele utilizar la metáfora de una azotea inundada cuando no para de llover: “De nada te sirve ampliar la azotea si no tienes desagües”. 

Y es ese tapón, esa falta de camas en las plantas de hospitalización para poder derivar a los pacientes cuando son dados de alta en urgencias, el que pretende desatascar la Consejería de Sanidad con la ampliación de las instalaciones a través de un edificio que le ha cedido el Cabildo de Gran Canaria, el que albergaba la sede del Colegio Universitario de Las Palmas (CULP). Sin embargo, un año después del acto en el que se hizo público el acuerdo, sigue sin haber fecha para el inicio de las obras. La idea entonces era abrir el nuevo espacio en 2023. 

Mientras, los pacientes siguen sufriendo las carencias. Durante sus cinco días en urgencias, Seydou percibió una situación “caótica, complicada”. “Había mucha saturación, estaba lleno de gente. Cada vez que te tenían que hacer una radiografía o unas pruebas, tenías que estar en la fila en los pasillos hasta que te tocaba. Se notaba el estrés de los trabajadores. Se miraban, hacían comentarios, a lo mejor te dejaban en el pasillo y tenían que ir corriendo a otra zona a coger a otro paciente... Cuando abrieron la zona de tránsito también hubo momentos de confusión”. A pesar de ello y de las incomodidades propias de pasar ese tiempo sin las debidas condiciones de intimidad, aclara que se sintió bien atendido. 

Los tres primeros días estuvo en un box. Se tomaba tres pastillas al día para tratar la malaria y otra para la infección. “Me comía todo lo que me daban. Eran alimentos sancochados y sin sal. Había que recuperarse pronto”, relata entre risas Seydou, que explica que para orinar le daban “un cubito”. “Desde el primer día, el médico me dijo que cuando hubiera una plaza libre me pasarían a planta. Pero no me enviaron. El segundo, tampoco. Al tercero por la mañana me dijeron que probablemente esa tarde sí me pasarían a una zona de tránsito. El tratamiento había hecho efecto y la malaria estaba ya controlada. Hasta la noche no me trasladaron. Fui justo la última persona que consiguió plaza en la zona de tránsito, era una sala grande que abrieron esos días para intentar agilizar todo, pero también se llenó enseguida”. Los pacientes en camillas estaban separados por biombos. “Los que vinieron después de mí, todos iban para el pasillo. Era un pasillo muy largo, que no sé dónde terminaba, y había corriente, hacía frío, nadie quería estar ahí”, cuenta.  

No solo la cama en planta era ansiada. También una plaza en la zona de tránsito. “Todo el mundo estaba deseando que le saliera una para entrar y dejar el pasillo. Me acuerdo de que a un hombre lo metieron dentro pero después lo llamaron para volverlo a sacar y no le gustó nada. Gritaba: ¿Pero me van a sacar de aquí? ¿Me van a poner otra vez en el pasillo?”

Después de dos días en la zona de tránsito, Seydou pudo, por fin, subir a una planta de hospitalización, donde permaneció un día y medio más hasta recibir el alta definitiva. 

*El nombre es ficticio a petición del entrevistado, que quiere preservar su identidad

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