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Sobre este blog

Amberes es una revista digital volcada en la divulgación de contenidos culturales y con un especial interés en los nombres y eventos de la escena santanderina.

Emulando la vocación comercial de la ciudad que le da nombre, nuestra revista aspira a transformarse en un polo de intercambio no ya de bienes tangibles, sino de una serie infinita de ideas cuyo anclaje se encuentra en las manifestaciones culturales más dispares. Nuestro propósito es acercarnos a éstas sin miedo para mediar entre ellas y nuestros lectores.

Marina Abramović: yo soy el objeto

Reproducción de la mesa que Marina Abramović empleó en 'Rhythm 0' expuesta en el Museo Tate Modern.

Mario González-Linares

Durante sus años universitarios, la artista serbia Marina Abramović hubo de conjurar un perenne sentimiento de frustración. Sus repetidos esfuerzos para hacer de la pintura un cauce idóneo para sus emociones e ideas encontraron antes un obstáculo en aquélla que una aliada al servicio de la creación. Espoleada por una pulsión rupturista, Abramović renunciaría a la pintura y transformaría su cuerpo en el nuevo eje de su arte.

Rhythm es el título de una serie de acciones artísticas ejecutadas por Marina Abramović entre los años 1973 y 1974. Sonido y tiempo, consciencia e inconsciencia, son los dos binomios en que se enmarcan las performance que la configuran. En Rhythm 10, la artista es filmada mientras apuñala la superficie que media entre los dedos de su mano. Cada vez que yerra y se inflige un corte, cambia de cuchillo, así hasta lastimarse una veintena de veces. Es entonces cuando reproduce la grabación y procede a repetir tanto aciertos como errores. En Rhythm 5, Abramović se sitúa en el interior de una estrella de cinco puntas a la que acto seguido prende fuego. Allí mismo recorta su cabello y uñas y los arroja al fuego para, a continuación, tumbarse entre las llamas hasta perder la consciencia a causa de la falta de oxígeno. En Rhythm 2, consume dos psicofármacos prescritos para el tratamiento de la catatonia y la esquizofrenia.

Rhythm 0 es la última de las piezas de la serie Rhythm. Era el año 1974. El Studio Morra de Nápoles (Italia) facilitaría el espacio para su escenificación. El texto plasmado en una de las paredes de la sala explicitaba: “En la mesa hay setenta y dos utensilios que pueden usarse sobre mí como se quiera. Yo soy el objeto”.

Un total de 72 elementos, seleccionados de manera deliberada por su potencial para proporcionar placer o administrar dolor: un látigo, un libro, pan, un cuchillo, unos zapatos, un hacha, vino, unas tijeras, un peine, uvas, un martillo, clavos, un trozo de madera, azúcar, agua, un espejo, una pistola, una pluma, un periódico, pintura roja, una manzana, sal, una bala, pintura blanca, un lápiz de labios, un frasco de perfume, una medalla, una cuchara, una flauta, un abrigo, una campana, un sombrero, un bastón, agujas, un pastel, una boa de plumas, una bufanda, una vela, un pañuelo, cadenas, un broche para el pelo, un hueso de cordero, unas flores, un tenedor, un cuchillo de bolso, una rama de romero, pintura azul, algodón, alcohol, cerillas, una banda adhesiva, una caja de cuchillas de afeitar, una silla, un escalpelo, una rosa, jabón, hilo, cuerdas de cuero, una pipa, un broche de seguridad, una pluma de ave, vendas, una lanza de metal, una sierra, un folio, un plato, azufre, aceite de oliva, alambre, un vaso, miel y una cámara Polaroid.

Abramović se posicionó junto a la mesa y adoptó en un rol pasivo en el que se mantendría sumergida durante las seis horas siguientes. La performance se prolongaría entre las 20:00 de la tarde y las 2:00 de la madrugada. Bajo ninguna circunstancia debía ser interrumpida una vez en marcha. La artista asumía la plena responsabilidad de cuanto pudiera sucederle en el transcurso de esas seis horas.

Las tres primeras horas de la performance transcurrieron sin sobresaltos. El comportamiento del público, elevado al rol de sujeto artístico, fue cordial, afable, amistoso. La artista fue agasajada con un beso o la entrega de una rosa, entre otras acciones bienintencionadas. Pero llegado el ecuador de la obra, el ánimo del público registró un vuelco significativo, y sus acciones se tornaron cada vez más violentas. Un hombre efectuó un corte en su cuello y procedió a beber la sangre que manaba de la herida. Colocaron un sombrero sobre su cabeza mientras le mostraban un espejo con la frase “IO SONO LIBERO”, redactada con lápiz de labios; otro escribió “END” en su frente. Dispusieron su cuerpo en la mesa con las piernas abiertas y ubicaron un cuchillo entre ellas. Cargaron el revólver y lo pusieron en su mano con el cañón dirigido hacia su cuello.

Esta última acción suscitó el enfrentamiento entre dos facciones del público, la conformada por quienes querían protegerla y la engrosada por aquellos deseosos de perpetuar sus abusos. A pesar de haber recibido instrucciones de no interferir en la performance, los guardas de la sala arrojaron el arma por una de las ventanas. Abramović fue desnudada por completo, cortada su ropa con tijeras. Entrelazaron el tallo espinoso de la rosa con los eslabones de la cadena que llevaba al cuello. Esparcieron los pétalos de la flor sobre su rostro. Una mujer intervino para secar las lágrimas que humedecían sus mejillas. El galerista Lucio Amelio tomó varias fotografías que colocó en una de las manos de la artista.

A las dos de la mañana, después de tres horas de incesantes vejaciones, Marina Abramović abandonó su quietud e intentó aproximarse a su público. Desnuda, manchada de sangre, los ojos rebosantes de lágrimas. En tan sólo un instante, la artista pasó de objeto pasivo a sujeto activo. Tan pronto como se obró esta transición, los espectadores huyeron de la sala.

Ya en la soledad de su hotel, Abramović observó su reflejo en un espejo. Uno de los mechones de su cabello había encanecido.

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