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Amberes es una revista digital volcada en la divulgación de contenidos culturales y con un especial interés en los nombres y eventos de la escena santanderina.

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Saint-Exupéry en las nubes

El escritor Antoine de Saint-Exupéry.| LIDO/SIPA

Eduardo García Escudero

«La guerra no es una aventura. La guerra es una enfermedad, como el tifus». Piloto de guerra.

Antoine de Saint-Exupéry (1900-1944) consiguió ordenar su vida en torno a sus dos grandes pasiones: el vuelo y la escritura. Nacido en Lyon y huérfano de padre a los cuatro años, pronto descubre su vocación por la aviación.

El aeródromo de Ambérieu, el más antiguo de Francia, es uno de los lugares favoritos de su niñez. Comienza a recibir clases de aviación en su juventud y, ya con su título bajo el brazo, es enviado a perfeccionarse a Marruecos, un país que estará presente en cada una de sus obras literarias. En esta etapa queda maravillado por los paisajes del continente africano y marcado por la soledad del desierto y sus gentes.

En 1926 empieza a trabajar para la compañía aérea francesa Latécoère, actual Aéropostale, transportando correo de Toulouse a Alicante y más tarde en la línea Casablanca-Dakar. Este mismo año publica en la revista literaria Navire d’Argent su primer relato, El aviador, comenzando de esta forma a unir su dos grandes pasiones. Describe sus primeras sensaciones como piloto y atisba ya el espíritu humanista que caracterizará toda su obra.

Correo del Sur (1928) y Vuelo nocturno (1931), Premio Femina, continúan esta tendencia. Son sus primeras novelas publicadas por Gallimard, que se convertirá en el sello editorial de Antoine de Saint-Exupéry en su país natal. Saint-Ex, como era conocido popularmente, inicia aquí una etapa dedicada más intensamente al periodismo y la escritura en general (con reportajes sobre la Indochina Francesa, la dictadura de Stalin o la Guerra Civil española como corresponsal, de los que se desprende una profunda sensibilidad humanista más allá de las cuestiones políticas) sin dejar de lado el vuelo. Sufre algunos accidentes, achacados en parte a su carácter distraído y soñador, intentando batir un récord de tiempo en el trayecto París-Saigón y más tarde en Guatemala, donde resulta gravemente herido.

Una de las facetas menos conocidas de Antoine de Saint-Exupéry es la de inventor. Como piloto, busca soluciones a los problemas que se va encontrando. Atraído por las ciencias físicas y las matemáticas, colaboró con el físico Fernand Holweck en su laboratorio de Montrouge, centrados ambos en una nueva aplicación de las ondas electromagnéticas para calcular las distancias. Entre 1934 y 1940 llegó a registrar hasta doce patentes en el Instituto de la Propiedad Industrial de París, entre ellas un dispositivo de arranque para aviones que empleaba agua. No obstante, y a pesar de su afán por mejorar las condiciones de vuelo, sus patentes nunca fueron explotadas en Francia.

En 1939 publica Tierra de hombres, reflexión sobre la vida, la muerte y la solidaridad entre seres humanos, y justo después es movilizado por el ejército del aire para participar en la Segunda Guerra Mundial, asistiendo desde el cielo a la contundente derrota francesa frente al bombardeo alemán. Su labor en la misión sobre Arrás (mayo de 1940), le valdrá la Cruz de Guerra. En cualquier caso, su reconocimiento en esta época es ya mucho mayor como escritor que como piloto, ya que su obra es conocida dentro y fuera de Francia y algunas de sus novelas son adaptadas al teatro o al cine.

Tras la invasión alemana de Francia, Saint-Exupéry se exilia en Estados Unidos con el objetivo de convencer a los americanos de entrar en la guerra, clave para conseguir el triunfo aliado. Instalado en una comunidad francesa dividida por las disputas políticas entre partidarios del mariscal Pétain y el general De Gaulle, pronto abandona el ambiente irrespirable de Nueva York para operarse en California de las secuelas de su accidente en Guatemala. Es durante el periodo de recuperación cuando escribe Piloto de guerra (1942), basado en su experiencia en el frente franco-germano. Este libro, prohibido en Francia por la censura nazi pero distribuido de forma clandestina, tendrá una gran influencia en la concienciación de la población estadounidense para involucrarse en la guerra.

Más allá de su interés como testimonio de la Resistencia francesa y las misiones de reconocimiento fotográfico llevadas a cabo en la escuadrilla 2/33, el valor de la obra reside en la denuncia constante que el autor hace de la violencia, la barbarie y el sinsentido que la guerra significa: «La guerra no es la aceptación del riesgo. No es la aceptación del combate. En ciertos momentos, es, para el combatiente, la pura y simple aceptación de la muerte.» Manifiesta, una vez más, su sensibilidad humanista y su compromiso por la paz, reivindicando asimismo la libertad y la dignidad del individuo en una época en la que el auge del totalitarismo nazi la ponía seriamente en peligro. En esta misma línea, Carta a un rehén (1943), dirigida a su amigo judío León Werth, se convertirá en un símbolo de los millones de franceses cautivos bajo la ocupación alemana.

El exilio de Antoine de Saint-Exupéry en Estados Unidos finaliza editorialmente con la publicación de El principito (1943), el libro en francés más leído, vendido y traducido de todos los tiempos. Catalogado como literatura infantil, el libro es quizás cualquier cosa antes que una obra para niños pero, por encima de todo, representa la filosofía de vida de Saint-Exupéry. El escritor no pudo sin embargo disfrutar de su mayor éxito literario, pues un accidente aéreo en extrañas circunstancias acabó con su vida el 31 de julio de 1944. Se cree que fue abatido por un caza alemán cerca de Marsella, durante una misión para preparar el desembarco de las tropas aliadas, aunque su cuerpo nunca fue identificado.

En 1948 se publica su primera obra póstuma, Ciudadela, que trabajó en secreto durante más de ocho años. Escrita en tono lírico y casi bíblico, en el contexto de una II Guerra Mundial agonizante, constituye el epílogo de una trayectoria marcada por su enorme sentido ético y la responsabilidad del ser humano con su propia vida y la de los demás: «Nada se espera del hombre que trabaja para su propia vida y no para la eternidad». El rastro de Saint-Exupéry se perdió entre las nubes pero su legado humanista permanece hoy más vigente y necesario que nunca.

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