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ENTREVISTA
Enfermera y escritora

Estudiar Enfermería en un internado en los albores de la democracia: “La falta de libertad, la responsabilidad y el miedo me influyeron mucho”

Estudiantes de Enfermería haciendo ejercicios al aire libre en el exterior de la residencia de alumnas en la Casa Salud Valdecilla.

Javier Fernández Rubio

Santander —
22 de septiembre de 2024 23:00 h

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Esther Nieto Blanco, nacida en 1951 en Santander y alumna de la Escuela Casa Salud Valdecilla entre 1968 a 1971, fue testigo directo de lo que era una educación profesional en un internado religioso de una pequeña ciudad de provincias. El franquismo daba sus últimos pasos y, aunque ya empezaba a tomar cuerpo la formación laica, no por ello dejaba de promocionarse una formación religiosa con un ideario de mujer propio de la Sección Femenina. De su paso por aquel internado decimonónico, Nieto reconoce que aquella experiencia lastró su primera juventud. Ahora, ya retirada, el reencuentro con algunas compañeras ha avivado sus lejanos recuerdos y ha decidido escuchar, investigar y recoger por escrito la intrahistoria de aquella época y aquellas escuelas.

La autora de este trabajo ejerció como ATS desde 1971 hasta 1983 y como diplomada en Enfermería desde 1983 hasta 2018, año de su jubilación; tanto en diferentes servicios de hospitalización de la Clínica Puerta de Hierro de Madrid, como en Atención Primaria. Ha sido profesora de la Escuela de Enfermería de San Juan de Dios de Ciempozuelos (Madrid), entre los años 1988 y 1990, ampliado su formación en la ciudad italiana de Perugia y, de 1999 hasta el 2011 fue responsable de Formación Continuada e Investigación de Enfermería y Educación para la Salud en Atención Primaria, en el Área Sanitaria 6 de la Comunidad de Madrid.

¿Qué implicaciones tenía ser mujer en una Escuela de Enfermería de esa época?

Más del 90% de las Escuelas durante todo el franquismo eran femeninas. En algunas, las alumnas teníamos que estudiar internas, como parte del aprendizaje. Muchas de dichas Escuelas estaban vinculadas o gestionadas por diferentes órdenes religiosas. Los varones, los practicantes, aun teniendo la misma titulación (ATS), tenían una formación externa, estudiaban en las Escuelas dependientes de las universidades. No aprendían ni proporcionaban cuidados básicos de salud (higiene del enfermo, alimentación, el vestido, el acompañamiento). No tenían la función de auxiliar al médico, lo ayudaban en los actos quirúrgicos. Las diferencias de funciones debidas al género eran notables y persistieron durante años.

¿Qué valores se defendían desde la Casa de Salud y su Escuela de Enfermería?

El ideario pedagógico, moral y disciplinario en la Escuela de Valdecilla se sustentaba en los valores de la Sección Femenina y en los principios y fundamentos de la Iglesia católica y en las necesidades clínico-médicas del hospital. Tales postulados marcaban y proyectaban la idea de mujer sumisa, callada, buena esposa y madre. Esos atributos morales se extendían y se enseñaban a las alumnas. Obedecer, callar, siempre subordinadas y dependientes de otros. Estas amarras terminaron de romperse con las luchas de los años 70 y la llegada de la democracia. A partir de ahí, navegamos con ritmo propio, no exento el viaje de varias tormentas.

De su experiencia, reflejada en su libro, ¿cómo recuerda aquel Santander de los años 70? ¿Qué supuso estar interna durante tres años siendo de la ciudad?

Entré en la Escuela en el verano de 1968 tras terminar sexto y reválida. Mis recuerdos son bastante brumosos, la verdad, en los que entreveo una ciudad aburrida, gris y con pocos lugares para que las jóvenes pudiéramos ir solas a divertirnos. El verano rompía esa monotonía plomiza. La falta de tiempo libre continuado, debido a los turnos, limitaba las salidas a la zona cercana al hospital. En la calle San Fernando había dos cafeterías en las que tomábamos café y conversábamos.

¿Cómo le afectó en lo personal y en lo profesional los tres años de formación como enfermera de Valdecilla?

Mi encuentro, a los 17 años, con el sufrimiento, el dolor y la muerte fue duro. Estar interna en la Escuela supuso perder las alas para poder volar y explorar la ciudad por mi cuenta, y estar alejada de la familia o de las amigas debido al poco tiempo libre pesaba. No viví los ambientes musicales ni los cambios sociales ni culturales que se daban en algunos ambientes de Santander. Las repercusiones del mayo del 68 las leí y vi en la televisión, no las viví. Sí recuerdo que las imágenes de otras ciudades de dentro o de fuera del país, de otros jóvenes, me hacían soñar. Por otro lado, el internado, la falta de libertad, el miedo a ser expulsada, la abusiva responsabilidad, fueron circunstancias determinantes que, de algún modo, influyeron en mi desarrollo personal. Me hubiera gustado tener una vida estudiantil y sus correspondiente vacaciones. En lo profesional, alcancé una titulación que me ha permitido ser independiente económicamente bastante joven, lo que a su vez me abrió un mundo de posibilidades vitales, laborales y experienciales. He disfrutado siendo enfermera.

¿El periodo de formación en Valdecilla, previa a pasar a depender del Estado, era como un noviciado?

Estábamos como aprendices en una institución que desde los años 30 era una Escuela católica. Podemos encontrar algunos paralelismos que la historiografía ha puesto de relieve con las novicias religiosas: internado, sacrificio, reglamento disciplinario riguroso, incluso en el vestir, límites a la libertad individual, control horario, obediencia, etcétera; nada que ver con la formación de otras profesiones o de los practicantes. ¿Qué función pedagógica cumplía el internado? Los años han demostrado que ninguna.

¿Qué función pedagógica cumplía el internado? Los años han demostrado que ninguna

Esther Nieto Blanco Escritora y enfermera retirada

¿El rigor y el influjo religioso en la Escuela llegaron a plantearla dejar los estudios?

No. Dentro de las posibilidades académicas que ofrecía la ciudad, yo elegí esa carrera. No tuve ningún contratiempo disciplinario serio como les sucedió a otras compañeras. Sí hubo momentos de desánimo, de duda al ver o experimentar ese rigor traducido en desmedidas sanciones disciplinarias. Compensaban esos baches anímicos la relación con las compañeras, las risas y los inocentes saraos que se organizaban en la residencia. Los problemas eran un vínculo solidario entre nosotras.

¿Es cierto que el trabajo del hospital se apoyaba en el trabajo no remunerado de enfermeras y médicos en formación?

Sí lo es. En los pabellones asistenciales todos los cuidados básicos y técnicos 'profesionales' eran dispensados por las alumnas de los distintos cursos (no existían auxiliares), que se ocupaban, además, de la formación de las compañeras de los cursos inferiores. Había enfermeras terminadas de antiguas promociones en las consultas, en los laboratorios. Dos o tres monjas eran enfermeras. Es un hecho que las alumnas de la Escuela, al terminar, no eran contratadas para aumentar la plantilla de enfermeras profesionales. La cantera, que años tras año se formaba en ella, se desplazaba a otras provincias. Muchas compañeras tuvieron su primer contrato en la Residencia Cantabria, recién abierta.

¿También ocurría en la parte del hospital que dependía de la Seguridad Social?

El pabellón 8, en esos años, estaba destinado a los pacientes de la Seguridad Social y allí sí había enfermeras profesionales. En ese pabellón también hacíamos prácticas las alumnas, y se rumoreaba que la Seguridad Social compensaba económicamente a la Escuela o a la Dirección del hospital por este servicio.

¿Con los médicos en formación pasaba lo mismo?

También en el caso de los 'internos médicos' era así. Aunque su estancia no estaba reglamentada, sí tenían mucho trabajo y muchas guardias. En esa época pocos se quedaron. Nosotras deseábamos su libertad de horarios y movimientos.

¿Considera que el ambiente del hospital era clasista?

Diría que en general no, puesto que el propósito inicial de la Casa Salud Valdecilla era dar atención sanitaria a las personas de la beneficencia de toda la provincia. Sí que había algunas camas reservadas para pacientes privados en el pabellón 17 principal. Con el paso de los años las mutuas laborales y seguros privados también disponían de camas. Si la pregunta se refiere al personal, diría que sí. La élite médica, los jefes y médicos de plantilla, junto con algunas Hermanas de la Caridad, formaban una poderosa clase y una enérgica jerarquía dentro de la Casa.

La élite médica, los jefes y médicos de plantilla, junto con algunas Hermanas de la Caridad, formaban una poderosa clase y una enérgica jerarquía dentro de la Casa

Ha trabajado después durante décadas en Madrid en varios cometidos. ¿En qué se diferencia la Enfermería de entonces de la de ahora, más allá de los avances tecnológicos?

Tras dejar la Escuela en 1971, durante mis primeros 20 años trabajé en el Hospital Puerta de Hierro. La diferencia, más allá de los medios técnicos y los recursos materiales modernos y abundantes, fue encontrarme con unas unidades de enfermería muy competentes y con colegas que desempeñaban puestos de responsabilidad dentro de los cuidados enfermeros. Se respiraba un ambiente de entusiasmo por estudiar, por saber. Un mundo muy alejado de lo que había visto y aprendido en la Escuela. Fueron años de aprendizaje profesional fundamentales. 

¿Y hubo un antes y un después de la aparición de las titulaciones universitarias en cuanto a formación?

Las diferencias entre la enfermería de nuestras generaciones y las surgidas tras la titulación universitaria son notables. Han pasado más de 50 años. A nosotras nos formaron para ser unas diligentes expertas en las técnicas, en las prácticas, en los cuidados básicos, y en auxiliar de forma disciplinada al médico. Pero el sistema sanitario se expande en esos años y se precisa profesionales enfermeros mejor formados y actualizados a los estándares internacionales. Se aprueban cambios, no sin oposición, en la titulación académica en 1977 (Diplomado Universitario) y 2007 (Título de Grado). Progresivamente se fue modificando el rol profesional y transitamos de ser las enfermeras de los médicos a serlo de los pacientes, de la población sana y de la comunidad.

Se fue modificando el rol profesional y transitamos de ser las enfermeras de los médicos a serlo de los pacientes, de la población sana y de la comunidad

¿Y en materia de derechos?

La unificación de los títulos en 1977 facilitó la igualdad de género en lo formativo y en el ejercicio profesional. Pasar de las Escuelas a las Facultades de Enfermería, de la formación en centros religiosos a la enseñanza laica, o a que las enfermeras y enfermeros, licenciados, doctores, asumieran la formación académica de sus colegas fue un salto cualitativo y un gran logro. En estos últimos años se han desarrollado nuevas especialidades por la vía MIR (EIR), una antigua reivindicación, que, además de profundizar en los conocimientos, redunda en una mejora de los cuidados específicos.

¿Cómo ve la profesión y el estado de la sanidad publica hoy en día?

La enfermería de Atención Primaria tiene que tener un mayor protagonismo en los cuidados directos, propios, pero, además, en la prevención, la promoción de la salud y la educación a la población, responsabilidades que tenía hace años y que se han ido abandonando por diferentes motivos. Las especialistas en Enfermería Familiar y Comunitaria tendrían que tener una mayor presencia dentro de la Atención Primaria, de modo que puedan desarrollar e implantar sus conocimientos para que repercutan en la salud de la población.

¿Y en cuanto a la sanidad pública en sí?

Creo que está en peligro. Si bien el análisis de su situación es complejo por la gran cantidad de aspectos que el Sistema Nacional de Salud (SNS) atiende, no hay duda que arrastra problemas de financiación desde su nacimiento hace más de 30 años. Las amenazas comenzaron en algunas autonomías en los años 90, con la externalización de servicios no sanitarios, que, sin embargo, no mejoraron la eficiencia. Paulatinamente se han introducido modelos de atención en (Valencia, Madrid, Vigo) que proceden del pensamiento neoliberal exportados de la Inglaterra de Margaret Thatcher. En su mayoría, quedaron revertidos cuando se comprobó su ineficiencia. Aquí, el Hospital de Alcira en Valencia, también se ha revertido por las mismas causas.

¿Hacia qué tipo de sanidad se encamina el país, en su opinión?

A pesar de la buena valoración interna y externa que el sistema tenía, asistimos a una reconversión de lo público a lo privado. Dichos cambios no mejoran la calidad de la atención a la población ni hacen que el sistema sea más eficiente económicamente. Las negativas evaluaciones no han sido tenidas en cuenta por los políticos sanitarios defensores de las privatizaciones. En todo caso, me parece que el deterioro progresivo de estos últimos 15 años de la sanidad pública es un hecho constatable muy preocupante. Comparto con expertos e integrantes de las 'mareas blancas', que su destrucción tiene artífices, responsables directos que lentamente lo están minando. Tal vez por ello un directivo sanitario de la Comunidad de Madrid dijo hace unos años que la sanidad podía ser una oportunidad de negocio.

¿Cree que hubo un antes y después de la pandemia?

La pandemia ha puesto en evidencia las deficiencias del sistema público. Es urgente abordar su reforma para que el Sistema Nacional de Salud preste unos servicios de calidad a toda la población, habite donde habite; es una urgencia que la población tiene que conocer y participar en su defensa. Hoy las listas de espera en muchos servicios hospitalarios y en Atención Primaria son inasumibles y el malestar de la población muy general; y quienes tienen solvencia económica contratan seguros privados, cuyas campañas de mercadotecnia son permanentes.

Hoy las listas de espera en muchos servicios hospitalarios y en Atención Primaria son inasumibles y quienes tienen solvencia económica contratan seguros privados

¿Por qué tuvo la necesidad de escribir un libro, 'Tiempos de obediencia y silencio', para recoger sus vivencias?

Nunca había pensado escribir sobre aquella época. Se dieron algunas circunstancias al regresar aquí y encontrarme con antiguas colegas, y también al escuchar entre personas ajenas al mundo sanitario opinar acerca de las alumnas de la Escuela. Tuve la impresión de que persistían en la cuidad, clichés, estereotipos o desconocimiento sobre la misma. La ausencia de un relato, no académico, en el que las protagonistas fueran las alumnas y contaran sus experiencias, anhelos y vivencias durante esos años, me animó. Me pareció que podía ser interesante bucear en ese pasado compartido, no tanto para hablar de mis vivencias, no es autobiográfico, como para indagar desde lo colectivo en sus experiencias y sus opiniones pasado tanto tiempo. Me incliné por novelar esos años y sumergirme en las aguas turbias de la memoria y recuperar una parte de la historia.

¿Luego ha hecho una revisión no académica de aquellos años?

En las entrevistas a mis compañeras y durante el proceso de documentación y escritura fui descubriendo parte de una historia para mi inédita, no explicada entonces, tanto referida a la historia de la profesión como a la de la propia Escuela. Ocultarla, borrarla, y en consecuencia desconocerla, fue un importante error académico. A la vez, quería enfocar la mirada sobre la ciudad durante los estertores de la dictadura franquista. Al terminarlo pensé que el texto literario resultante podía servir para aproximarse a una parte de la historia de la Escuela de Valdecilla, no académica, ni oficial y, además, podría servir de lectura a las alumnas y alumnos de Grado. Me pareció que el viaje había valido la pena.

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