Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.
El Cenador de las Aspiraciones
Usted puede elegir entre tres menús: Carta Memoria (109 euros, IVA incluido), Esencia (137 euros), y Experiencia (167 euros). En ninguno de ellos están incluidas las bebidas. Y es cierto, hace una semana los precios 89, 120 y 157 euros, respectivamente, pero si el restaurante cotiza en la bolsa de la vanidad, es normal que todo se encarezca.
El menú más barato del Cenador de Amós es doce veces más caro que el de La Sartenuca, aquí en el barrio. Con la diferencia de que el segundo incluye la bebida. No llega a ser la diferencia que hay entre el salario de un directivo del Ibex 35 y el de un empleado (123 veces), pero no está mal.
Personalmente, no tengo ningún problema con este restaurante ni con otros de su 'estrellada' trayectoria, aunque suelo premiar con amor los huevos estrellados de una taberna de esas de frasca de vino y con algo de inflación de grasa. Me sorprende, eso sí, que los medios se abracen a los chefs de la élite con tanta devoción. Quizá todo se deba a la lógica capitalista de lo aspiracional. De ahí viene, según los expertos, el éxito de las publicaciones como 'Hola', donde el público puede ver las mansiones y los viajes que nunca hará; o de los reportajes de moda en los que los lectores pueden fisgonear los vestidos que nunca podrán adquirir; o las exhibiciones de coches de lujo en las que padres e hijos babean imaginándose al volante del Ferrari aunque estén seguros de que nunca probarán el mullido rugir de unos motores así. También ocurre con los juegos de azar. Jugamos para soñar que un día nos sobre el dinero y podamos gastar 167 euros (IVA incluido y bebida excluida) e invitar a nuestra suegra antes de devolverla a su vulgar vida en nuestro Ferrari.
Jesús Sánchez, el laureado chef, comparaba en estos días su tercera estrella Michelin a un improbable logro de un equipo de fútbol cántabro conquistando la Champions. Acertó. Es la misma lógica del aficionado al fútbol, que sigue al día la vida de sus héroes deportivos aunque su realidad se mueva en un plano paralelo. Aspiramos a poder defraudar impuestos como Ronaldo o como Messi, o a celebrar fiestas de cumpleaños como las de Neymar. Aspiramos a ser lo que no somos y a veces, en ese camino, le ponemos a nuestros hijos el nombre de nuestros ricos (reales o ficticios). Estefanía (por la de Mónaco) fue un nombre de moda hace lustros; Leonor (por la infanta) puede ser un nombre actual. Como recordaba hace años el comunicólogo Vicente Romano: “Los humildes y sumisos, los habitantes de las chabolas, los pobres, en suma, les ponen a sus hijos los nombres de reyes, princesas y famosos. Estas humildes Fabiolas y Sorayas, Luis Felipes y Carlos Albertos expresan la reverencia de los pobres ante la gente fina, cuya distinción se debe precisamente a la existencia de pobres”.
En este país, ser cocinero no era la aspiración de nadie. Tampoco lo es ahora. La aspiración es ser chef de reconocido prestigio. Nadie aspira a ser pinche de cocina o a ser la persona que limpia los baños o las cocinas de estos restaurantes (esos cobran lo que cualquier trabajador o trabajadora). Tampoco aspira nadie a ser el que cose las zapatillas de deporte de Rafael Nadal, ni a ser el corta césped del Bernabéu: que aspirar a ser solo lo que se es no tiene mucha gracias.
Usted, al igual que yo, seguirá sin poder ir al Cenador de Amós, pero lo conocerá mejor que al bar de la esquina. Seguiremos aspirando a lo que los medios nos indiquen que debemos aspirar. A todos nos gustaría que nos guste comer bien, con productos de primera calidad y con procesos maravillosos, pero la realidad es que –al igual que ha ocurrido con 'lo ecológico'– lo razonable se ha vuelto irracional. Si un ser humano normal no suele poder comprar huevos de gallinas felices (porque valen cuatro veces más que los huevos sospechosos de súper), tampoco puede plantearse degustar un plato 'mínimal' de precio'máximal' en un restaurante bendecido por la guía francesa y amplificado por los medios locales.
A mí, que un equipo local gane la Champions no me quita el sueño. Y esta noche, con suerte, probaré un poco de queso picón con un vino decente que no supere el precio de una docena de huevos de gallinas felices. Y yo, que cada vez aspiro a menos, feliz.
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