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Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

Cuando ser montañés era motivo de orgullo

Ilustración de la portada ''Genios de la Cultura seducidos por Cantabria'.

Marcos Pereda

Llevo unos días ramoneando por entre las hojas del último libro de Pedro Madrazo, que, muy descriptivamente, se titula 'Genios de la Cultura seducidos por Cantabria', supongo que para que nadie se lleve a engaños, ni se queje después en las librerías de que aquello no era lo que prometía la portada. Que luego nos pasa como cuando compramos algunos premios bien dotados económicamente, que esperamos leer literatura y nos encontramos con algo más cercano al márketing digital, la publicidad y el dónde está la bolita que a Thomas Mann. Ya saben.

Bueno, les decía que el libro de Pedro (que es mi amigo, y, por lo tanto, no esperen una crítica destructiva con bilis y ansias de venganza) se lee muy bien y con mucho agrado. Y es que no solo cuenta historias curiosas, algunas casi desconocidas, sino que, además, lo hace encuadrándolas en su momento histórico, que es algo que yo considero fundamental. Porque claro, si decimos que Lorca paseó su “Barraca” por el Santander de la República habrá que explicar un poco cómo lo hizo, por qué lo hizo, qué era exactamente esa compañía y las razones por las que surge cuando surge y de la forma que surge. Un paisaje, vamos, que no es tan difícil. Y sin embargo, miren, casi nadie lo hace. Ellos se lo pierden.

El libro es, sobre todo, un cajón de sastre lleno de cabos sueltos a partir de los cuales ir tirando. Es decir, tiene la virtud de no agotar sus historias más allá de lo necesario, dejando así al lector la posibilidad de, goloso, solazarse en seguir investigando aquí y allá sus preferidas. Que es uno de los placeres más grandes del mundo, oigan. Y así, lo que eran figuras en dos dimensiones, casi arquetípicas, empiezan a tomar vida, y el maleducado Cela insulta al presidente de Cantabria, y José Martí pasea por Santander, y la Casona de Tudanca (otro día le dedicamos el espacio que merece, a lo mejor a medida que se vaya acercando la importante efeméride de este próximo noviembre) se convierte en un foro cultural de primer orden, tan (me temo) olvidado como importante en tiempos. Pero esa es, sí, otra historia…

Hoy venía a hablarles de un momento mucho más lejano que el año 1927. Nada menos que la Edad Moderna, la literatura barroca, ese Siglo de Oro que antecedió en mucho a la Edad de Plata del 27. Vamos, lo que a todos les obligan a estudiar en el colegio y el instituto (supongo que siga haciéndose, igual ahora hay que recorrer las obras completas de Lucía Etexbarria, quién sabe) y que los más acababan aborreciendo precisamente por esa obligatoriedad. El Góngora de la Generación, Cervantes, también Quevedo, Lope o Calderón.

Precisamente estos tres aparecen en las páginas del libro de Pedro, bien hilado y con sólida investigación. Porque los tres eran “oriundos” montañeses. Descendientes, pues, de hijos de estos pastos. Con más o menos fortuna, con más o menos cariño por su origen, pero todos mantuvieron bien alta la etiqueta de su “montañesismo”. Porque, entre otras cosas, les convenía. Veamos.

Igual hoy en día parece imposible, pero hubo un tiempo en que ser nativo de estas tierras (iba a poner umbrías y lluviosas tierras, pero con este tiempo mejor me lo ahorro) suponía un “plus” de calidad del cual fardar en los madriles y la Corte, no se me sorprendan. Fundamentalmente, la montañesa era sinónimo de ascendencia hidalga y, por derivación, de una limpieza de sangre que era ridículamente apreciada en la Monarquía de la época (y así lució el pelo en algunos momentos). Bien que se encargaba el muy cabrón de Quevedo de recordárselo a Góngora, con versitos de esos tan anónimos que todos sabían de quién eran. Y lo de cabrón no es recurso literario, es que el tipo era más bien tipejo: llegó a comprar la casa en la que vivía su archirrival solamente para desahuciarlo con saña y, suponemos, regocijo casi sensual. Y sin necesidad de ser banquero ni alcalde, oigan…

Pues eso, que estos tres escritores inmortales (cada uno con sus méritos y deméritos, que también hay cada obrita por ahí que para qué comentarla) descendían de montañeses y no perdían oportunidad de gritarlo. Con orgullo mal disimulado, claro. Bueno, a Quevedo a veces le salía a pasear la ironía, como cuando decía que su casa solariega tenía más sol que las demás, porque era tan pobre que se le había caído el tejado. Pero tampoco vamos a fijarnos solo en lo malo.

Llama la atención, decía, ese interés por mostrar las raíces de este pequeño solar. El mismo que hoy parecen tener muchos por olvidarse de ellas. Son los que saltan directamente, hop, desde la Bahía hasta el ancho mundo, olvidando que entre Santander y El Escudo, por ejemplo, hay un montón de lugares por conocer. Cultura, gente y paisajes. Pero no, qué se le va a hacer. Cosmopolitismo casposo, se llama.

Hoy en día aun se pueden pueden contemplar las casas familiares de estos tres escritores, mejor o peor conservadas. La de Quevedo está en Bejorís, la de Lope en la Vega de Carriedo (incluso pueden comprar, si tienen dinero, otra que perteneció a su familia en el mismo pueblo, porque se encuentra, o hasta hace poco se encontraba, en venta), y la de Calderón en Viveda, muy cerca de ese río Besaya (ya Saja-Besaya) que cada día era atravesado una y mil veces por una barca propiedad de los antepasados del dramaturgo y que, con el tiempo, les dio su sobrenombre…Espacios casi olvidados, que muchos ni siquiera saben están ahí. Recuerdos de otros tiempos, de otros lugares. De otra forma de comprender el mundo.

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