Artículos de opinión de Javier Gallego, director del programa de radio Carne Cruda.
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La semana pasada fueron balas, ésta es una navaja ensangrentada. Las primeras las recibieron Marlaska, Iglesias y la directora de la Guardia Civil, la segunda, la ministra de Turismo. Todas llevan amenazas de muerte. La ultraderecha lo pone en duda y va soltando en sus mítines que el gobierno mentiroso se envía a sí mismo las siniestras cartas. Iglesias se levanta de un debate en la SER ante la negativa a condenar de Rocío Monasterio que acaba diciéndole que se largue de la política y de España. El país es suyo y los demás sobramos, como sobramos 26 millones de rojos para los militares franquistas a los que les gustaría fusilarnos. Les sobra más de media España.
Después Monasterio termina de reventar el debate con maneras de matona, modales que conocemos porque son los del falangismo y el franquismo, del que provienen los dirigentes de la extrema derecha. Una diputada de Vox en el Congreso lanza un tuit, como quien lanza una piedra, en el que llama COLETAS RATA a Pablo Iglesias, en mayúsculas, como quien grita. También los nazis comparaban a los judíos con ratas. Su jauría carcajea y babea. Y por fin saltan las alarmas que deberían haber saltado hace dos años. Y por fin se les llama abiertamente fascistas. Y por fin se dice hasta aquí hemos llegado. Y de ahí surge la pregunta de cómo hemos llegado hasta aquí.
La respuesta siempre ha estado delante. La derecha ha dado cobertura mediática y política a la ultraderecha mientras el resto miraba con tibieza desde la barrera. El PP pacta con ellos, les invita a gobernar, reproduce su discurso, lo amplifica. Ciudadanos se pone de perfil, ni fascista ni antifascista, que es como intentar ponerse de lado entre el KKK y un negro. Los medios normalizan la anomalía democrática, invitan a sus miembros como si fuera un partido más, como si no fuera un partido que niega la violencia machista y homófoba, como si no fuera un partido que criminaliza a los niños extranjeros sin padres culpándoles de violar, de robarnos y de robarle a la abuela española su pensión, en un cartel que nuevamente está copiado de la propaganda nazi contra los judíos.
Banalizan cada día sus mensajes de odio, toleran su intolerancia, incluso la comparten, se tragan sus mentiras, minimizan la amenaza. Vox es la amenaza de muerte a la democracia en un sobre electoral. Quiere destruir el consenso social, adoctrinar desde las aulas contra la igualdad, quitarle la nacionalidad a un candidato negro de Podemos y deportarle, ilegalizar partidos y largarnos a todos los que no pensamos como ellos, empezando por Pablo Iglesias, insultado, vejado y acosado por la extrema derecha hasta su propia casa desde hace meses, algo que no ha tenido que aguantar ningún político en este país.
Así que no nos confundamos, no hemos cruzado ninguna línea roja que no hubiéramos cruzado antes y que no estemos volviendo a cruzar hoy. Cuando Pablo Iglesias abandonó el debate, el PP de Madrid publicó el mismo tuit que Vox: “Pablo, cierra al salir”. Después lo borró. Pero queda dicho. A un rival le amenazan de muerte y tú haces un chiste. Al día siguiente, El Mundo le culpaba de haber creado el clima violento que justificaba la amenaza. Él se lo había buscado. Es que vas provocando. Aunque a Iglesias le guste la confrontación política, la defensa de la víctima debiera ser inexcusable, como lo era cuando ETA mandaba sus balas. Pero no hay tregua para él. Lo mismo vinieron a decir Almeida y Ayuso. Condeno pero. Hoy la presidenta madrileña ya está en la pantalla de atacar a la víctima por hacer pública la amenaza. Y luego que por qué el fascismo avanza.
Por supuesto ni media crítica a Vox con los que quizá tenga que gobernar. Es el PP el que está metiendo al demonio en casa. Vox no es más que el vertedero en el que recuperan los votos que han ido perdiendo estos años. Vox es un partido dirigido por un exmiembro de los populares. Mientras la derecha no renuncie a la ultraderecha, el problema no desaparecerá. Ayuso no tiene ningún problema con eso porque no se diferencia de ellos, ella es el trumpismo, el make Madrid great again, el populismo de cañas y bares, el simplismo más vergonzante y la negación del contrario: libertad o comunismo, yo soy la libertad, lo demás no lo es. Ahora está probando su propia medicina. La algarada que Vox ha provocado con éxito para volver a entrar en la campaña, ha hecho que la izquierda se una en torno a su propio binomio: fascismo o democracia. En efecto, esto va de democracia. De democracia y decencia.
Esto va de parar el fascismo y sus formas. La amenaza es real. Para la democracia y para las personas. En Inglaterra, Jo Cox, una dirigente laborista fue asesinada por un fanático del Brexit. Aquí se ha llamado al gobierno ilegítimo, golpista, etarra y asesino, Pedro J. Ramírez publicó un artículo ilustrado con un dibujo de Pablo Iglesias pegándose un tiro, un exmilitar se grabó disparando a retratos de ministros y otros militares jubilados llaman a fusilar a 26 millones de rojos. A quién puede extrañar que lleguen unas balas y un cuchillo ensangrentado. Ojalá no tengamos que lamentar nada peor. Pero para eso haría falta una condena unánime del fascismo, una ruptura inequívoca con Vox y un consenso de respeto entre los demócratas, que estamos muy lejos de alcanzar.
Esperemos haber cruzado un límite que haga reaccionar a la mayoría. La primera reacción debe ser pararles en las urnas. El fascismo se para con democracia. Las balas se paran con votos.
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