Artículos de opinión de Javier Gallego, director del programa de radio Carne Cruda.
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Ser o no ser de ultraderecha, ser ayusista y trumpista o buscar el centro y la moderación, ésa es la cuestión para el PP ahora, después de la caída de Casado, que se dejó barba para hacer de Rajoy unos días y otros de Abascal, más lo segundo que lo primero. Casado imitaba a Vox y Ayuso pero mal. Daba más palos de ciego que Rivera y giraba como un tiovivo loco al ritmo de las encuestas. Ha sido un político sin preparación, sin discurso, sin proyecto. Sin máster ni carrera, tampoco en política. Se ha dedicado a tirar de navajazos para acabar navajeado. La piedad que despierta su humillación no debe hacer olvidar que gritaba “ilegítimo”, “felón” y “okupa” al Gobierno cada vez que tenía ocasión. Su mayor mérito político es haber sacado al PP del pozo para hundirlo en la sentina de la extrema derecha en la que chapotea la prensa como familia de gansos.
Esa prensa que ha anudado la cuerda a la rama del árbol para que le cuelguen los suyos en un ahorcamiento del salvaje oeste. Esa prensa que pastoreó a la masa hacia el redil de Génova para pedir la presidencia mundial de Ayuso y la cabeza de Casado en una pica en Flandes. Esa prensa que ahora saluda a Feijóo como mesías de la templanza pero cada día afila los cuchillos en los rodillos de las rotativas. Para cinismo la ovación de los verdugos a Casado después de ejecutarle y el saludo de agradecimiento del reo con una sonrisa que no era sonrisa, era el efecto que produce la soga al cuello cuando está ahogándote. A veces el aplauso en el Congreso es el ruido que se hace con las manos para apagar esa voz que llaman conciencia o decencia, lo mismo da.
A mí me resulta tan paradójico como simpático que pidan mesura y regeneración de la mano de Nuñez Feijóo quienes han desatado un motín cruento, quienes empujan al PP en los brazos de Vox, quienes se han cepillado a Casado por romper la ley del silencio y destapar la alcantarilla. Bien es cierto que Casado no quería barrer la casa, quería barrer a Ayuso, pero midió mal sus fuerzas y ha sido Ayuso la que le ha sacado a escobazos. En cualquier caso, ha quedado crystal clear, que diría el otro, que el PP no quiere limpiar la cloaca, quiere alguien de peso para ponerlo sobre la cloaca y que la cloaca no se vuelva a abrir.
A esta hora todo apunta a que será el gallego el que lidere el partido, pero yo miraría el reloj de Miguel Ángel Rodríguez a ver qué dice la esfera del Roger Ailes nacional. Como aquél hizo con Nixon y Trump, MAR quiere pasar a la historia como el que lleva a dos presidentes hasta la Moncloa, aunque tenga que asaltar Génova en plan Capitolio. El domingo ya hizo un ensayo general. Por eso si yo fuera Feijóo cubriría mi espalda porque Ayuso ya ha demostrado ser capaz de apuñalar al amigo que la puso donde está y los cuchillos de una matanza siempre se quedan con sed.
La cuestión ahora es qué va a hacer el PP con Vox. Tanto Feijóo como Ayuso son los dos únicos que le tienen tomada la medida a Abascal. El primero por la moderación frente al exceso, la segunda por más excesiva. Feijóo ha conseguido pararles los pies en su tierra marcando distancia y diferencias, pero Galicia es un feudo inexpugnable del PP y no es Madrid, donde el griterío puede descentrar a un monje zen y tratará de radicalizar a Feijóo. Si el gallego toma el mando, el primer plato de callos que se tendrá que tragar es el acuerdo de Mañueco con Vox. Ayuso no tendría ningún problema, más problema tiene Abascal con ella porque la Dama de las Camillas le roba planos mejor que la Garbo. Aunque tendrá que tener cuidado, que de tanto robar puede acabar mal.
Así que, venga quien venga, el PP pactará con la ultraderecha. Pero no es lo mismo que el principal partido de la oposición se centre a que se desquicie. No es lo mismo un centro derecha civilizado que entiende la plurinacionalidad de España que el trumpismo mesetario que cree que Madrid es España dentro de España. Para la salud política y social del país, mejor un Feijóo que una Ayuso azuzada por Álvarez de Toledo, Aguirre y Aznar. Mejor menos ultraderecha que más. El que debe preocuparse es el gobierno de coalición porque el gallego le puede quitar votos al PSOE y Unidas Podemos está en obras. Sería un error relajarse y acabar resbalando en el charco de sangre que ha dejado el PP. Y lo que sería la monda es que Ayuso acabase imputada: la risa histérica de Casado se oiría desde el más allá.
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