Ir a un supermercado estos días de atrás ha sido, y todavía es, una actividad de alto riesgo.
Con todo y eso, lo peor no es para quienes vamos una vez al día, como mucho. Lo peor es para quienes trabajan allí.
Los trabajadores de supermercados no sólo no han visto reducidos sus servicios, para minimizar el riesgo de contagio a la generalidad de la plantilla, sino que, además, se han suprimido turnos, trabajando a menudo toda o casi toda la plantilla simultáneamente.
Además, también han tenido que multiplicarse para reponer mercancía y atender a tantos clientes como llegaban, que han permanecido más tiempo de media cada uno, a veces yendo varios miembros de la misma familia y cada uno con un carro lleno.
Y todo eso, ¿para qué? Cuesta entenderlo.
A día de hoy, son raros quienes han encontrado al menos un paquete de papel higiénico en alguno de los hipermercados o supermercados que hayan visitado en los últimos 10 o 15 días. Igual con el gel desinfectante. Carne de pollo y cerdo, menos, pero con picos igualmente inexplicables, etcétera. Lo que sí menudean son imágenes de packs de rollos de papel higiénico amontonados en un baño o incluso en el balcón, por ejemplo.
Hay que ser muy gilipollas para poner en tanto riesgo y SIN NECESIDAD a uno de los pilares de nuestra resistencia frente a la pandemia, que son los trabajadores de los supermercados.
Pero es que el único problema no es la compra innecesaria y el acaparamiento de productos, de primera necesidad o no, sino también el deplorable y peligroso comportamientos de los clientes.
Todavía hoy, DECENAS de personas CIRCULAN simultáneamente por los pasillos de los supermercados sin cumplir NI UNA SOLA de las recomendaciones sanitarias, ni atender a las mucho más importantes del SENTIDO COMÚN.
Esto se refiere, por ejemplo, a los dos mastodontes obesos que iban pegaditos el uno al otro todo el rato en un pequeño DIA, atropellando por el camino a quienes estaban parados cogiendo algún producto. O a la señora que perdía el culo para llegar la primera a la caja recién abierta (sin corresponderle por turno y sin prestar atención a la invasión del espacio de seguridad de todas las personas que echó a un lado). O a la persona tan miserable como para robar un cuarto del contenido de un gel desinfectante y dejar el resto en la estantería. O, en general, a los irresponsables que ni esperan ni buscan itinerarios alternativos para evitar acercarse a menos de la distancia de seguridad a otros clientes.
Hay muchos más ejemplos de comportamientos deficientes, pero no hay que quedarse en la denuncia, detallándolos todos.
Lo importante es que las consecuencias de ese desastre ya las tenemos encima: unos de los principales garantes de nuestros suministros en esta crisis están empezando a estar crecientemente contagiados, amenazando no sólo el servicio que nos prestan, sino también nuestra propia salud.
Nos estamos ganando a pulso la sexta extinción, pero lo único de masivo que va a tener ésta, se refiere en esta ocasión a la desaparición de nuestra especie por completo.
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