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Blog dedicado a la crítica cinematográfica de películas de hoy y de siempre, de circuitos independientes o comerciales. También elaboramos críticas contrapuestas, homenajes y disecciones de obras emblemáticas del séptimo arte. Bienvenidos al planeta Cinetario.

'Mommy', de Xavier Dolan: 'Cine desnudo y de ventanas abiertas'

'Mommy', de Xavier Dolan

Alicia Avilés Pozo

– ¿Tú y yo nos queremos aún?

– Es lo que mejor hacemos.

Si el cine sigue siendo el cine es porque permite hacernos creer que el mundo deshumanizado e individualista en el que vivimos de vez en cuando deja que tres piezas aparentemente sueltas y perdidas se encuentren y encajen en el algún rincón del puzzle. Puedes decidir no creértelo, instalarte en el escepticismo y llevar el descreimiento por bandera hasta la muerte. O puedes disfrutarlo, como ficción o como la historia que una vez, en algún sitio, pudo ser verdad. El joven cineasta canadienseXavier Dolan ha asimilado como irrenunciable esa capacidad para hacer confluir disfuncionalidades y extrañezas en el centro de su universo, un universo mágico, tramposo y musical. Tan extravagante como exquisito. Y tan personalista que resulta simpático y acogedor por la sinceridad desprendida de sus historias.

Mommy es la heredera perfecta, la gestión maternal y cariñosa de esa magnífica fábula sobre la transexualidad que hizo posible con Laurence Anyways. El actor, director, productor y guionista Xavier Dolan se aleja esta vez de sus viajes en el tiempo para centrarse en un futuro no muy lejano de algún lugar de Canadá, donde encierra a Diane ‘Die’ Despres (Anne Dorval) y a su hijo Steve (Antoine-Olivier Pilon) condenados a aguantarse. Ella es una viuda sexy, macarra, malhumorada y luchadora, y él, un adolescente hiperactivo, violento, descarado, simbólicamente antisistema y totalmente incontrolable, al que han echado de un reformatorio. Es decir, el amor odio filio-maternal en estado cóctel molotov, mezclado con buenas dosis de ambigüedad sexual y tragicomedia mundana. El Gobierno canadiense permite a las familias incapaces de controlar a sus hijos problemáticos su ingreso en un centro especial. Pero ‘Die’ no quiere ese sea el destino de su hijo.

Como contrapeso, aparece en escena el tercer vértice del triángulo protagonista: Kyla (Suzanne Clément, que repite de nuevo con Dolan) interpreta a la vecina de ambos, tartamuda, misteriosa y culta, cuya personalidad parece servir de equilibrio al ingobernable adolescente, motivo por el que su madre decide pedirle que se convierta en su educadora particular. Ahí comienza y explota un duelo a tres de traumas, dolores y oscuridades, que poco a poco va abriendo sus ventanas y desnudándose ante el espectador, quitando cualquier olor a cerrado, ventilando cualquier ilusión de redención por pequeña que sea, mandando a la mierda al pasado y dejando que una ida de olla o que la conversación de dos mujeres riéndose durante un apagón sean el significado del mundo.

Dolan exprime la maternidad por doble partida y no renuncia a su particular estilo videoclip. Vuelve a acompañar sus fotogramas de un ‘greatest hits’ de lo más peculiar, de manera totalmente desenfadada y sin complejos, mezclando a su antojo Oasis (Wonderwall ilumina una de las mejores escenas del film), Lana del Rey, Dido y Counting Crows, y provocando que hasta el baile de una canción de Celine Dion o una oscura versión karaoke de Andrea Bocelli nos provoquen los más exaltados sentimientos. La palma se la lleva la composición de la pieza Experience, del compositor italiano Ludovico EinaudiExperience, de las más bellas que hemos escuchado. El juego de pantalla, estrechando y alargando el plano de visión conforme se desbocan las emociones de sus protagonistas resulta tan sencillo como original, como un interruptor que separa el miedo de la esperanza, que hace que la película se encienda y se apague a cada rato.

Mommy es de esas películas al final de la cual sabes que por mucho que analices, por mucho que le dejes las costuras al aire y le arranques los trucos a destajo, no dejará de quitarte los prejuicios y la desidia de la madurez. La frescura juvenil de Dolan es honesta y de ventanas abiertas, no tan dolorosa como quiere hacer creer. Sus personajes, muertos de miedo, lo único que hacen es amarse. La clave está en esa frase con la que hemos querido abrir este post y que aparece en su cartel, en su difícil desenlace y en la prueba patente que este cineasta significa de que las posibilidades del séptimo arte son las mismas que las de la vida: infinitas, sorprendentes, tragicómicas, inevitables.

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