Más, más, más. Más dopamina. Si se puede más, que sea más. Sagita Magma, el Seminario-Dopamina de Estética Política y Ontología de la Comunicación, que está abordando la condición contemporánea bajo la presión del exceso, examinando cómo nuestras sociedades gestionan su actualidad social, política y ecológica. Llegamos a la novena sesión, con un enésimo giro de guión que introduce nuevos elementos en cada una de sus sesiones. En esta ocasión, la propia disposición del espacio revisaba el concepto mismo de espacio académico, como si Divine pudiera irrumpir en cualquier momento por la puerta de ojo de buey ante la mirada perpleja de un claustro de profesores togados de hace dos siglos. Una atmósfera a medio camino entre la performance y la provocación intelectual, que rompe los límites entre lo visual y lo conceptual, y posibilita que el pensamiento se mezcle con la acción artística.
El Salón Antonio Saura se cubrió de proyecciones magmáticas en paredes y techo de Marta Feiner, que estuvo presente, convirtiendo esta sala en un espacio híbrido entre ponencia e imagen, creando esa pasarela entre arte y filosofía de la que hablarían Alberto Morán Roa (ESIC University) & Bea k.m-p., protagonistas de la sesión. “La relación siempre es mucho más magmática: se alimentan mucho más, se apoyan mucho más y al final cuesta incluso hacer una línea clara de dónde empieza y dónde acaba una cosa u otra”, explica Alberto Morán. “Suelen ir de la mano; al final son movimientos culturales y, de hecho, son puntos de vista que cuando los unes enriquecen el debate”, refuerza Beatriz k.m-p.
La sesión llevaba por título 'más, Más, MÁS: Afectos, compulsiones y expresiones del deseo en el capitalismo' y la película de Waters Pink Flamingos, de la que posteriormente hablarían en la sesión, es la metáfora perfecta de un mundo que parece potenciar únicamente lo higiénico y lo productivo. Una propuesta que situaba el foco en ese régimen de excitación constante que demanda ampliar siempre los propios límites. Como explicó Morán: “Una cosa es saber que deberías estar cuidándote más por dentro y otra muy distinta poder hacerlo”. Una brecha casi estructural en una sociedad que conduce al borde del agotamiento.
En esa “magmaticidad”, como la llamó Morán, que posibilita el mestizaje disciplinar imprescindible, articulando filosofía y arte como estrategia para pensar nuevas disposiciones afectivas y otros modos de exponerse digitalmente. Morán lo describe con un énfasis revelador: “No es solamente una pata económica, no es solamente un diseño tecnológico; es también mitos, símbolos, imágenes, relatos, narraciones. Al final es todo un entramado muy denso”.
“Hablamos de cosas como lo aspiracional, el individualismo, la libido objetual, la compulsión, el asesinato, la figura de acabar con el otro, la sociedad como política, el castigo, las mecánicas de desactivación política”. Se trata, explica Morán, de un sistema complejo que organiza la vida desde dentro de los sujetos, sus deseos, su sentimiento de culpabilidad o su tendencia a la autoexplotación. Y añade: “La configuración de una forma de estar en el mundo no se puede hacer a partir de dos o tres pinceladas, sino que requiere de una urdimbre, de toda una serie de vectores trabajando de forma muy bien sincronizada”.
Habitamos en un régimen de atención 24/7 que disuelve la frontera entre ocio y trabajo, exigiendo una continuidad laboral forzada. “Trabajo más horas de las que puedo y aun así siento que todo se me escapa”, explica Morán. La exigencia se vuelve una forma de tortura aceptada, una manera de rendirse ante un orden que no se cuestiona, sino que se interioriza. “Mejoraría si supiera decir que no, pero luego digo que sí a todo”, replica Beatriz Morales, una frase que condensa la dimensión afectiva y política del sometimiento cotidiano.
“Estamos en un modelo en el que, si no has conseguido esto, es tu culpa. La responsabilidad se deposita exclusivamente en el individuo, aunque lo que te han entregado está ya diseñado para engancharte”, señala Morán. El diseño afectivo del capitalismo acaba convirtiendo al sujeto en culpable de su propio agotamiento. La culpa funciona como energía inagotable del rendimiento. “Tengo que ver cuál es mi marco de límites y cuánto me permito y cuánto no quiero permitirme”, explica, señalando que la renegociación de los bordes subjetivos se convierte en el único lugar donde aún puede ejercerse un mínimo de libertad.
“No es cuestión de protegerte frente a un mandato externo, sino precisamente… protegernos frente a lo que queremos”, explican. Es una defensa, la necesidad de una “ética del límite” como contrapunto al exceso neoliberal, de la que habla el filósofo coreano Byung-Chul Han, sobre el que Alberto Morán realizó la tesis doctoral titulada 'Las redes de la nada: Cartografía del pensamiento de Byung-Chul Han: trazados y recepción crítica', (UNED, 2022).
La conversación avanza hacia la idea de una “totalización del aquí”, un tiempo devorado por la presencia obligatoria, donde la simultaneidad se convierte en forma de vida. Beatriz lo expresa: “Me siento como si existiera siempre en varios sitios a la vez, pero sin estar del todo en ninguno”. El sujeto queda disperso entre pantallas, notificaciones y demandas que nunca cesan. “Me despierto y tengo cincuenta mensajes. Me duermo y tengo cincuenta más”, replica Morán, añadiendo que “parece que todo el rato estás llegando tarde a algo”. Este miedo a quedarse fuera de algo, FOMO, Beatriz Morales lo resume en la frase “Quiero una vida menos llena”.
Mirar ya no es solo ver, como diría Berger: es exponerse. “Siento que tengo que documentarlo todo para que no se pierda”, explica Alberto, mientras Beatriz completa el diagnóstico: “Al final, subo cosas que no quiero solo porque parece que toca”.
La ausencia de una política capaz de frenar a las grandes tecnológicas, que no solo gestionan información, sino también afectos e imaginarios, desactiva incluso la posibilidad de decir “hasta aquí”. Morales lo expresa con precisión: “A veces cierro todo y dejo de postear durante semanas, pero esa retirada no me protege del mandato invisible que me vigila desde la interfaz”. En medio de todo ese ruido, la creatividad funciona como un pequeño respiro. Morán lo formula con un “Cuando escribo, algo se recoloca”. Y Beatriz le hace eco: “Cuando dibujo, descanso de mí”. Pequeñas defensas contra el desbordamiento permanente.
A veces cierro todo y dejo de postear durante semanas, pero esa retirada no me protege del mandato invisible que me vigila desde la interfaz
Durante la sesión llegó el momento de las lentejuelas desbordadas y los cardados imposibles con una lectura conjunta del film de John Waters, Pink Flamingos (1972), que sirvió como base para una lectura del capitalismo como espejo de la inmundicia. “Nos dimos cuenta de que se podría establecer una analogía entre el deseo capitalista y el concepto de inmundicia que se va desarrollando durante toda la película… pequeños detalles de cómo interpretar la suciedad de un Estados Unidos capitalista. Divine se venga de los Marvel y su decisión es ejecutarlos y además humillarlos ante los medios. La suciedad es mi política”. Y añaden: “Esa suciedad como política es algo que vemos en el trato deshumanizado del otro, particularmente del otro migrante”.
Quizá el arte anticipa debates… en el arte se está discutiendo, quizá de manera intuitiva, debates que todavía socialmente no están puestos sobre la mesa
Waters no se limitaba a burlarse del sueño americano. En Pink Flamingos, lo grotesco expone sin rodeos un mundo que clasifica cuerpos, que decide quién merece respeto y quién debe quedarse fuera. La suciedad, dentro de esa lógica, no es un gag ni una provocación gratuita, sino una forma de señalar las fronteras invisibles del sistema. Como explicó Alberto: “Los Marvel son villanos porque se creen el modelo aspiracional… Quieren destruir a Divine”. Lo que Waters ridiculizaba en los setenta habla directamente del poder y de las jerarquías que siguen estructurando nuestra vida social.
Quizá la única resistencia, un término tan desgastado, pueda pasar por aceptar menos, frente al “más, Más, MÁS” del título de la sesión. Menos velocidad, menos exposición, menos productividad. “Hay días en que siento que todo puede ir mejor”, explica Beatriz, y Alberto replica: “Cuando estoy con gente que me quiere, me calma”. Una pausa en el tiempo-mercancía.
Ese “todavía puede ir mejor” funciona como una ética mínima del cuidado, una apuesta por una subjetividad que consiga sobrevivir a la extracción infinita del presente. Beatriz lo enlazó de inmediato con el arte: “Quizá el arte anticipa debates… en el arte se está discutiendo, quizá de manera intuitiva, debates que todavía socialmente no están puestos sobre la mesa”. Recuperar una temporalidad que no esté devorada por la lógica algorítmica. Como escribió Byung-Chul Han en La esencia del tiempo: “La crisis temporal solo se superará en el momento en que la vita activa, en plena crisis, acoja de nuevo la vita contemplativa en su seno”.
Nota del autor: La conversación con Beatriz k.m-p. y Alberto Morán Roa tuvo lugar poco antes de su participación en la novena sesión de Sagita Magma, Seminario-Dopamina. Estética Política y Ontología de la Comunicación, celebrada el 20 de noviembre de 2025 en el Salón de Actos Antonio Saura de la Facultad de Bellas Artes del campus de Cuenca de la Universidad de Castilla-La Mancha.
La sesión, titulada más, Más, MÁS: afectos, compulsiones y expresiones del deseo en el capitalismo, los reunió en un dispositivo híbrido entre ponencia, ensayo visual y conversación performativa. Este ciclo, coordinado por Ignacio Escutia, Andrés M. García Romero y Laura Budia Piña, con la colaboración de la Facultad de Bellas Artes, la Facultad de Comunicación y la Facultad de Educación y Humanidades, se desarrollará a lo largo de trece encuentros que entrelazan teoría crítica, arte y pensamiento contemporáneo.