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Este blog es un espacio de colaboración entre elDiario.es de Castilla-La Mancha (elDiarioclm.es) y el Colegio de Ciencias Políticas y Sociología de Castilla-La Mancha para abordar diversas cuestiones sociales desde la reflexión, el entendimiento y el análisis.

La vida es puro teatro...

Cerca de 7.000 estudiantes de Grado han iniciado este lunes en la Universidad las clases del curso 2014-15

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Habiendo pasado el meridiano del curso universitario, merece la pena reflexionar el tan aireado debate sobre si en la universidad se aprende desde la práctica o desde la teoría. Suele ser habitual que algunos alumnos, tras una cortísima experiencia en los centros educativos, donde realizan un período de prácticas en centros públicos y/o privados, afirman, como si de una revelaciónse tratara: “En las prácticashe aprendido más que en las clases de la universidad”.

Este tipo de afirmaciones tiene que ver con una vieja dicotomía que, a base de repetirla, no la hace más cierta, pero, como los refranes, sirven para todo, para lo que deseamos explicar y para lo contrario.

La vida es puro teatro, decía la canción de “La Lupe”. Como en las aulas universitarias, la representación de los contenidos, así como la forma del aula o la comunicación entre profesores y alumnos, representan un papel que parte de un guion, un programa ensayado cientos o miles de veces pero que, cada curso, vuelve a ser una representación nueva.

El teatro se nos presenta como vehículo y soporte de una realidad dada, como re-presentación burlada, ligeramente irreconocible. Re–construcción de la realidad. Re-creación de momentos, de instantes con un sentido del devenir predefinido con apariencia de novedad, de virginidad. Un acto, a veces burlesco, basado en un pacto de la recreación entre la actuación y el público.

Pero... ¿cómo se ha usado el teatro? Tras la inflexión del posmodernismo (Lyotard, 1979) y otros que cuestionaban los fundamentos de la razón dualista, es decir, lo que somos y lo que creemos ser; los hermenéuticos (Foucault), Derridá, Touranie (1992) y demás afines, se ha ahondado la fractura entre fines y medios. Los fines, se podría decir, no son más que utopías y los medios son lo real. O como decía un viejo profesor “cuando se habla de sustancia, se creen que es caldo de pollo y cuando se habla de esencia se creen que es perfume”, refiriéndose a un rector puertoriqueño empeñado en eliminar la formación humanística de las universidades.

Matar al mensajero

Así pues, hemos llegado a creer que cualquier fin queda justificado por la simple activación del medio con el que se trasmite, algo así como si matar al cartero que te da malas noticias las convierte en buenas noticias.

Esto, llevado al paralelismo que establezco con la enseñanza, nos ha llevado a una visión de la educación universitaria como una representación útil solamente para los profesores y algunos alumnos que se integran en su papel o función de asistentes anónimos. Normalmente resignados y pocas veces estimulados por la actuación del, aparentemente protagonista, “profe”.

Los intentos de revelarse a la fría evolución del instrumentalismo que ve la educación universitaria comoconsumidor obligado de contenidos y ejercicios aislados del mundo real, generando una imagen “para-noica” quizás hasta un punto etimológico del sentido gnosis paralela, o conciencia mediática, es decir, en el sentido de que cualquier fin queda justificado por la simple activación del medio con el que se transmite. De algún modo, diríamos que el teatro de la concienciación de las masas, o, en su paraleloen la enseñanza universitaria, pierde la batalla en favor de un teatro de masificación de la conciencia, o de una universidad cuyos conocimientos, lejos de debatirse o cuestionarse, se administran cual verdades eternas en manualescuya finalidad principal es poder sustituir a los profesores o limitar su papel a un mero notario de la aceptación que los alumnos muestran en los exámenes, un gestor de la cultura establecida.

El teatro, quise decir… la universidad, es un fin en sí mismo y todo intento por despertar la conciencia del espectador, quise decir… el alumnado, es un flaco favor al aburrimiento.

Goffman (1959), que analiza la influencia de significados y símbolos sobre la acción y la interacción humana, desarrolla la llamada metáfora del rol o metáfora teatral, procedimiento por el que construimos nuestra personalidad a través de los procesos de interacción con los demás. De ese modo, desde esta unidad mínima de interacción social, somos lo que vemos en los ojos de los demás, sus actitudes y gestos simbolizan y cargan de significado el conocimiento que deseamos que se tenga de nosotros mismos. Construimos una mueca, una distorsión expresiva de nuestro auténtico yo para lograr que interactúen con nosotros mediante la respuesta esperada a dicha mueca. El consumidor de nuestra imagen, el éxito, de aceptación de muestra imagen, que observamos en la conducta del observador, es el elemento sancionador, el certificado de validez externo que nos habilita como miembros integrados socialmente. Digamos que son las condiciones del mercado las que determinan nuestra valía en el intercambio social.

Nuestra imagen personal fluctúa tanto como fluctúa nuestra percepción del mercado, o lo que es igual, nuestra percepción de lo que creemos que gusta a los demás

Del mismo modo que en la universidad hemos vaciado de contenido transformador a nuestro modo de expresión teatral. Ahora convivimos con la desnaturalización de nuestra identidad. Una ficción de nosotros mismos. Ese efecto distorsionador que tiene el mercado de la imagen sobre nuestra percepción de la identidad ha dado lugar a una hipertrofia de nuestra imagen cultural. Es decir, que nuestra imagen personal fluctúa tanto como fluctúa nuestra percepción del mercado, o lo que es igual, nuestra percepción de lo que creemos que gusta a los demás.

Los que trabajamos con la mente, la nuestra y la de otros, los profesores, en definitiva, no hacemos nuestras vidas conforme a nuestro gusto, tomando conciencia de nuestro potencial, desarrollándonos para alcanzar el máximo que podamos ser, sino que todo lo que queremos ser procede de ajustarnos a los parámetros valorados como éxito social. Hoy no podemos permanecer ajenos a las consecuencias de un capitalismo tardío, alienador y despersonalizador que reduce el potencial creador y transformador del hombre y sus ideas a una simple ficha de casino, como cuando te lanzas al mundo laboral a pasar toda clase de penurias en pro de la supervivenciahasta caer en la casilla que te da el premio de un sueldo digno como si de un privilegio se tratara.

Hoy no podemos asistir impasibles al proceso de inhibición, de abulia, de fantasmagoría y nueva superstición que rodea la vida de nuestros alumnos y jóvenes. No podemos eludir cómo la meritocracia o la llamada “titulitis” presume de sustituir, mediante la instrumentalización de la cultura, los valores sustanciales latentes en ella, la búsqueda de la excelencia, el pensamiento fuerte, el descubrimiento del saber y el amor al saber. No podemos cerrar los ojos ante el acoso sistemático del ejercicio de la crítica, por cuestionar los valores y principios establecidos y que son y deben ser cuestionados por mentes incisivas y atrevidas. Favoreciendo una prolongada formación para el oficio, donde no se exige más que la imitación y obediencia, cuanto no más que la mera indiferencia hasta cubrir los requisitos del protocolo y la burocracia académica, el aprobado y la expedición del título.

Superar el miedo y tomar conciencia de nuestra potencia autoconstructiva y regeneradora forma parte de la tarea docente. Forma parte de la tarea transformadora que tenemos que abordar con nuestros jóvenes, pues son ellos el tejido social nuevo, la energía que les ha de sostener, a ellos mismos y a los que no puedan hacerlo por sí mismos en el futuro.

Así hemos llegado a situaciones, puntuales o no, siempre lamentables, de profesores que no conocen a las poblaciones donde enseñan, a médicos que derivan a sus pacientes de la pública para atenderlos en su despacho de la privada o a academias privadas que se benefician de una formación insuficiente.

En fin, hace frío y me ha dado por mirar hacia dentro...

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