Este blog se dedicará a hablar de uno de los fenómenos más incipientes de la actualidad: el mundo seriéfilo. Recomendará, analizará y traerá curiosidades de series de televisión estadounidenses, británicas, europeas y de otros países del mundo.
Ha finalizado la ramplona y malograda segunda temporada de ‘True Detective’ dejándome un sabor extremadamente amargo. Es difícil no caer en la tentación de compararla con esa primera tanda de episodios que maravilló a tantos espectadores, incluso pasando por alto ese final tan convencional que dejó -para muchos- más sombras que luces. Es quizás un ‘déjà vu’ de lo que ha ocurrido en esta última entrega. Aún así, no hace falta confrontarlas para ver que es una edición totalmente descuidada y de baja calidad narrativa y técnica.
Al mando vuelve a estar Nic Pizzolatto (guionista, creador y productor), pero esta vez no le acompañará en la faceta técnica el gran Cary Joji Fukunaga, tras una discusión que corrió a lo largo y ancho de las oficinas de la HBO. Con Fukunaga la serie logró sobresalir en el apartado artístico y técnico que dio como resultado secuencias y planos que el espectador guardará en su memoria y que encumbraron a ‘True Detective’ al Olimpo de las obra de culto. Él dirigió los ocho episodios dando a la ficción una identidad única y especial. Ahora, en esta segunda temporada Pizzolatto se apoya en hasta seis directores diferentes para otorgar unidad y coherencia visual.
El contexto de esta segunda temporada se sitúa en California y se focaliza a través de cuatro personajes: Ray Velcoro (Colin Farrell), un detective con problemas personales que intenta no ahogarse en el océano de mierda en el que está metido; Ani Bezzerides (Rachel McAdams), aguerrida sheriff de Monterrey con gran sentido de la justicia; Paul Woodrugh (Taylor Kitsch), quien con serios dilemas usará la investigación como su particular expiación; y por último, Frank Semyon (Vince Vaughn), mafioso local venido a menos que buscará a los culpables del asesinato de su socio.
El entorno, en este caso la ciudad de Vinci, vuelve a ser un personaje autónomo como lo serían los pantanos de Louisiana. Utiliza de nuevo esos planos aéreos, con distinto resultado, de la urbe y ese sentir tan insignificante del ser humano dentro de ella. Sí, somos pequeñas hormiguitas o pequeños seres dentro de una metrópoli concebida para el capitalismo rancio, destructivo y corrupto. Así es Vinci, no lo dudo, pero no logran obtener la fuerza visual suficiente para infundir temor y desasosiego, incluso diría que a veces tanto plano aéreo es simple relleno. De hecho, me falta cierta mística y carisma para convertir este paraje en un elemento fuerte y clave en la narración. Fukunaga lo consiguió, y esta vez la sensación que queda, en ciertos momentos, es algo casposa.
Tras el visionado da la sensación de que la calidad narrativa ha sido un ejercicio de despreocupación absoluta. La base temática es la misma, pero no es ni tan intensa, ni tan enigmática, ni tan bien estructurada y ni tan interesante. Todo se reviste de más convencionalidad, y tampoco creo que sea ese el problema, porque te pueden acusar de eso y contar una buena historia, y no de hacer un guión totalmente descuidado y poco trabajado. Y ahí es donde radican los verdaderos males de la segunda temporada.
Mientras que el guión de la primera temporada -excepto el final- era un verdadero ejercicio poético y de retórica sofisticada (Nietzsche, Lovecraft, William Chambers, Schopenhauer), en la segunda este se convierte en un ‘noir’ fallido revestido de falsa complejidad. La historia se vuelve en un ‘coitus interruptus’ continuo con algunos atisbos de calidad pero que durante los ocho episodios piensas: ¿cuándo arrancará la serie de una maldita vez? Aunque en los últimos capítulos hay un cierto remonte, es demasiado tarde, ya que el espectador siente una cierta o total inapetencia por lo que ya vaya ocurrir: destino de personajes, la resolución de final, etc. Así, ‘True Detective’ se empeña en dar vueltas y vueltas, poner piedras en el camino, y en definitiva, embarrar y alargar sin sentido la narración. Todo para nada.
Pizzolatto utiliza una estructura similar o muy parecida a la de la primera temporada, incluso vuelve a repetir una escena de acción vertiginosa al final del cuarto episodio. Tenemos de nuevo una temporada partida en tres actos aunque mucho más difusos. Ahora, para mí, el resultado es bastante desigual ya que no se ha cultivado suficientemente bien la historia y los personajes.
Los diálogos son quizás la parte peor parada de esta segunda temporada. Son bardos, sobreexplicativos, a veces innecesarios y robóticos, altisonantes y rimbombantes. Los personajes son verdaderos altavoces de sus pensamientos, no dejan nada en el aire, todo lo explican y lo mastican, sin dejar un punto de misterio para que el espectador interprete la retórica del gesto, de la mirada, del movimiento. Por favor, ¿dónde quedan esas maravillosas diatribas y confrontaciones con las que nos deleitó la primera temporada? Si acostumbras a tu público objetivo a esto, por qué le das luego gato por libre. La falta de calidad es acusante en este apartado, lastrando demasiado la narración y a los propios personajes, que en muchos casos son caricaturas de sí mismos.
La aparición de la figura del 'deus ex machina', por culpa de un guión falto de trabajo, es alarmante. El texto, a falta de ideas para resolver bien los clímax y ciertas secuencias, juega con demasiada facilidad al ‘todo viene del cielo’ en el momento justo o como si un mago utilizara su varita para que todo encaje. Se pierde totalmente de vista una perfecta conjugación de los elementos.
Mientras que Rust Cohle se ha convertido en un personaje mítico del imaginario televisivo, estoy segura de que Velcoro, Bezzerides, Woodrugh y Frank no lo harán. Un reparto coral que no ha beneficiado a una narración tan difusa gracias a unos personajes mal dibujados y construidos. Quizás si juntáramos a los cuatro darían un Cohle -más quisieran-. Si al problema de unos protagonistas que están cortados por el mismo patrón (todos abocados al abismo, con una perpetua pena y atormentados por una lluvia de tópicos), unimos el de un cast descompensado, el resultado no puede ser bueno. Estaréis de acuerdo conmigo en que hay ciertos personajes que no valen para nada, son meras anécdotas en la historia y que la empatía es inexistente con alguno de ellos, pero ¿quién tuvo la brillante idea de elegir a Vince Vaughn para interpretar a un mafioso de ciudad? Si a Matthew McConaughey le sirvió para relanzar su carrera, a este solo le ha servido para ver el registro tan paupérrimo que tiene. Aunque no todo es malo ya que Rachel McAdams y Colin Farrell salvan de alguna manera este apartado. Ellos, los cuatro, son víctimas -como diría más arriba- de ser sus propios altavoces.
En conclusión, la segunda temporada ha sido todo un ‘gatillazzo’ que plantea ciertas cuestiones: ¿eran necesarios cuatro protagonistas? ¿cuánto ha pagado Vince Vaughn para conseguir este papel? ¿Pizzolatto dejó sus mejores ideas en los brillantes primeros episodios de la primera temporada? ¿Nic pedirá de rodillas a Fukunaga que vuelva? En definitiva, si en la primera temporada -gran parte de ella- se hizo un plato de alta cocina, en esta última se ha ofrecido una lata de comida precocinada.
Es mi humilde opinión, pero si te apetece ver la nueva temporada, en España se puede ver a través de Movistar+.
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