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Se cumplen cien años de la publicación y estreno de la obra teatral “Robots Universales Rossum” (R.U.R) del escritor checo, Karel Čapek (1.891-1.938), y con ello, el nacimiento del robot. En R.U.R., aparece por primera esta palabra. Creada por su hermano Josef Čapek para la obra de teatro que estaba escribiendo Karel, robot procede de la palabra checa “robota” que significa trabajo duro, servil. Nacía en Praga, de la mano de los hermanos Čapek, una nueva criatura creada por el ingenio humano. Si del barro, el agua, el fuego, las antiguas escrituras y viejos conocimientos, el rabino Low creó en la judería praguense al Golem, ahora de la industrialización, los avances tecnológicos y el progreso, nacía el robot.
Si los robots ya son parte de nuestras cocinas, fabrican nuestros automóviles y nos hacen compañía, la actual pandemia mundial de coronavirus nos recuerda la actualidad y vigencia de la obra de Karel Čapek. Una enfermedad mortal, provocada por un virus, procedente de China, que afecta más a los mayores, médicos que encuentran la solución, intereses geopolíticos por el control de la vacuna... todo estaba ya en “La Enfermedad Blanca” escrita por Karel Čapek en 1937. Escrita poca antes de la invasión nazi de la entonces Checoslovaquia, la obra del checo es una alegoría de la barbarie nazi y el futuro inmediato de la joven república checoslovaca. Pero la novela transciende su momento histórico para plantearnos dilemas de plena actualidad y como señaló Sunsan Sontag: “por caricaturescas que aparezcan los ironías de Čapek, no son un esbozo improbable de una catástrofe (médica, ecológica) en tanto que manipulación de un acontecimiento público en la moderna sociedad de masas”.
Además de “R.U.R” y “La Enfermedad Blanca”, escribió Karel Čapek otras obras de ciencia ficción: “La fábrica de Absoluto” (1922), “Krakatita” (1924), “La Guerra de las Salamandras” (1936), creaciones que hacen de él unos de los principales autores del género. Sus fantásticas historias no se desarrollan en un mundo futuro, no están alejadas ni en el tiempo, ni en el lugar. Sus historias ocurren aquí y ahora, lo que hace de Karel Čapek un autor original en cuanto que se le puede considerar creador de la pre-distopía.
Historias sencillas, nada complejas, ni trágicas ya que el humor está siempre presente, que nos interrogan sobre la idea de progreso y desarrollo, la economía deshumanizadora, nuestra relación con la tecnologías, la confianza en el desarrollo tecnológico como solución a todos nuestros problemas, el nacionalismo y la competencia por los recursos. Cuestiones que hoy, cien años después, son de plena actualidad.
Su obra es un análisis agudo y crítico de unas sociedades que habían conocido grandes transformaciones económicas, sociales y políticas. El desarrollo de la economía capitalista, con la ampliación de los países industrializados entre los que se encontraban los territorios checos, había proporcionado un aumento sin precedentes de la producción, una revolución tecnológica, un incremento del consumo y un crecimiento continuo. Pero esas mismas fuerzas desencadenarían guerras mundiales sin precedentes iniciando un nuevo período.
Ni sólo ciencia ficción, ni sólo novela. Karel Čapek es un autor polifacético: teatro, como autor y director, cuentos infantiles, crítico de arte, periodista como director y escritor de artículos o relatos por capítulos, además de ilustrador de algunas de sus obras. Y libros de viajes.
En el año 1930 se editaba en Praga “Viaje a España” (Vytel do Španěl) en el que ya famoso y reconocido escritor, relataba a sus paisanos sus recuerdos y experiencias del viaje realizado el año anterior a España. Tras su paso por Italia e Inglaterra, su visita a nuestro país daría lugar al tercero de sus libros de viajes que se añadían a lo que era ya una larga y variada lista de producción literaria y creativa, reconocida dentro y fuera de Checoslovaquia.
Si España no fue el primer viaje de Karel Čapek, ni su primer libro de viajes, tampoco fue el primer bohemio en visitarnos. Desde de los primeros en el siglo XV, como León de Rosmithal y de Blatna, hasta los más recientes, como Rainer María Rilke, con el que coincide en la admiración del cretense. Una admiración compartida de dos escritores que representaban las dos comunidades que habían coexistido en la ciudad de Praga: la checa y la alemana. Cada una con sus escritores: Rilke escritor en lengua alemana y Čapek en lengua checa, sus teatros, sus periódicos, sus clubs y círculos culturales diferenciados. La muerte de Kafka (el mas reconocido escritor checo en lengua alemana) en 1924 y la de Rilke en 1926, marcan un punto de inflexión en la cultura checa, en la que ya sólo el checo tendrá el papel protagonista.
Tampoco fue el primero de los Čapek. Josef Čapek llegó a España en julio de 1911 pasando por Zaragoza, Madrid y Toledo, tras El Greco.
Son tres los capítulos dedicados a Toledo (Toledo, La Posada de la Sangre), si contamos el dedicado a El Greco (El Greco o la devoción), algo que no sería equivocado, pues como él mismo dice “A Doménico Theotocopuli, llamado El Greco, buscadlo en Toledo”, ya que allí hay muchas obras de él y “porque en Toledo no os sorprenderá nada, ni siquiera El Greco”.
A principios del siglo XX, en el nacimiento del arte moderno checo, El Greco ejerció una poderosa influencia en los artistas checos, de la que participaron los hermanos Čapek. En 1912 Karel Čapek, también crítico de arte, hablaba de una grecomanía: “bastó en este lugar traer a El Greco, e inmediatamente comenzó a hablarse de una fiebre grequiana, del culto a El Greco, sobre una tendencia grequiana”.
Al Greco lo contempló en la Catedral y en la parroquia de Santo Tomé, para él la iglesia del Entierro del Conde de Orgaz. Nos cuenta su visita a la Casa del Greco: “en Toledo enseñan a los extranjeros la Casa de El Greco”. Inaugurada en 1911, el museo es una recreación de lo que pudo ser la casa del pintor. Seguramente el escrito checo era consciente de este hecho pero prefiere establecer un juego con el lector al que no descubre la verdad sobre este falso histórico, aunque le manda un claro mensaje: “No puedo creer que aquella casita deliciosa, con su armonioso jardín y suelo embaldosado, perteneciera al extraño griego. Esta casa resulta demasiado mundana y sonriente, y sobre todo demasiado rica.”
Dos son las ilustraciones que acompañan al texto dedicado a El Greco. En la primera, un espectador (quizás él mismo) con “unas manos delgadas e inmateriales en exceso” a modo de las pintadas por El Greco, contempla un cuadro del pintor. La segunda, una calavera que mira hacia arriba, con el título de “La devoción”.
Toledo es percibido como un museo en el que puedes pararte a cada paso para percibir el arte y la historia, el paso de los siglos y las civilizaciones. “Uno podría pararse a cada paso: esto es un pilar visigodo y aquello un muro mozárabe, aquí la milagrosa Virgen María.... y allí aquel minarete mudéjar y un palacio renacentista que parece una fortaleza, y unas ventanas góticas, y una fachada ornamentada de estilo plateresco, y la mezquita..”
El crítico de arte que también fue Karel Čapek, muestra su conocimiento de los distintos estilos artísticos presentes en la ciudad y las sucesivas civilizaciones que han pasado por la misma. El Toledo de las Tres Culturas, del exotismo oriental, de la cristiandad, se sucede, se aparece mezclado, de forma continuada a cada paso, en cada calle, proporcionando al viajero tal cantidad de sensaciones que conviene “descansad de este atracón de arte de las calles de Toledo”. La idea de intensidad, de concentración de arte e historia es continua en la descripción de Toledo, llegando al máximo en la visita de la Catedral. Ofrece una larga lista, “mezcla de cosas disparatadas y sorprendentes”, de objetos artísticos que hay en ella para reforzar esa idea de concentración y abundancia de arte e historia y termina con uno de sus comentarios irónicos presentes a lo largo de todo el relato: “no creo posible que una religión necesite de todo esto”.
Sin embargo, a los ojos del checo, Toledo “con su historia, con las diversas culturas, dioses y razas, tiene al fin y al cabo una increíble unidad”.
Si Toledo es un museo, “el mejor museo es la calle, la gente viva”. “Callejas de moros, judíos y cristianos.... en vosotras y en muchísimas cosas más hay tanta historia como en la misma catedral”.
Frente a la monumentalidad de la Catedral, el gusto o preferencia por lo cotidiano, lo popular, que se aprecia en las calles toledanas que te transportan a otro tiempo. Siempre y cuando te lo permitan los asnos que van de un sitio a otro, pues hay “una callejuela tan estrecha que por ella solo puede pasar un burro con las orejas tiesas”.
Un segundo capítulo titulado “Posada de la Sangre” se desarrolla en Toledo. Allí, dice el checo, se sigue bebiendo vino y comiendo chorizo, como en tiempos de don Miguel de Cervantes, al que dedica este capítulo.
Haciendo gala de su humor, asegura Čapek que sus investigaciones le llevan a afirmar que en Toledo, Cervantes bebía vino con chorizo y jamón serrano “que dan sed y despiertan el talento y la elocuencia”, mientras que en Sevilla era manzanilla y langostinos lo que degustaba el escritor.
Este capítulo da pie al consejo que hace a todos los viajeros de “viajar comiendo y bebiendo los países lejanos para conocerlos”. Hace referencia a las similitudes entre la lengua checa y la española y termina invitando a Cervantes a visitar las tierras checas: “brindaríamos con cerveza de blanca espuma y le pondríamos un plato de comida distinta”.
Dos ilustraciones de taberna acompañan el capítulo. En una de ellas, el propio Čapek se dibuja sentado alrededor de una mesa tomando vino con el mismísimo Cervantes.
Tras su paso por Toledo continúa el viaje y el relato por España: otros pintores, otras ciudades, otras calles, otros personajes, desfilan ante los ojos del escritor checo para pasar luego a su relato.
En su último capitulo, Vuelta, se lamenta por no haber visto mucho más: no ha visto Salamanca, ni Santiago, ni conocido los burros de Extremadura, ni haberse encontrado con el rey gitano, ni oír a los chistularis vascos. “Habría que verlo todo, y tocarlo todo como tocó aquel burro de Toledo...” es la última referencia a la ciudad.
Una ciudad que cumplió, a buen seguro, con las expectativas que el escritor tenía al acudir a su visita. “Si me adentrase en otro tiempo, no sería otro tiempo, sino una aventura muy hermosa y profunda. Como Toledo. Como la tierra española”.
K. Čapek murió el 25 de diciembre de 1938, apenas tres meses antes de la ocupación alemana de Checoslovaquia. Con él moría la joven república, unos de los períodos más brillantes de la cultura checa en la que destacó la obra de Karel Čapek, en cuya vida social y política había participado activamente como intelectual comprometido con la democracia.
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