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Comenzábamos la semana pasada a ver cómo se ha tratado en Toledo el asunto de las fachadas ‘interiores’ como prólogo a las interesantes jornadas que sobre intervenciones en fachadas con valor patrimonial se van a realizar en nuestra ciudad próximamente. Y si entonces nos centrábamos en los volúmenes y medianeras que han modificado las vistas aéreas (y no tan aéreas) de la ciudad, hoy vamos a utilizar una fotografía panorámica, desde ‘El Valle’, para ver cómo se ha alterado también la tipología tradicional de la ciudad mediante construcciones contemporáneas.
Observen detenidamente la imagen: junto a una ermita historicista vemos edificios con balcones a la calle con balaustradas de madera –como se realizaron en los hoteles construidos frente a la fachada Sur del Alcázar-, enormes medianeras –a veces, siquiera enfoscadas-, viviendas sociales con numerosos vanos regulares o alargadas galerías acristaladas.
Me dirán que la arquitectura contemporánea ha de introducirse en la ciudad, con calidad, precisarán. Y la respuesta es que sí, que es posible, pero minimizando el impacto que pueda tener sobre visiones del conjunto o sobre una lectura correcta del devenir histórico de la misma (recordarán el falso histórico neo-egipcio de las Cuatro Calles).
El modelo lo introdujo la construcción de la sede la Consejería de Agricultura, que modificaba volumetría e introducía una narrativa contemporánea en el entorno de Virgen de Gracia de manos del reconocido arquitecto Manuel De las Casas (1993), también llamativa intervención suya sería la casa de Sánchez Medina en la Judería (2004), continuidad de las modificaciones que había realizado ya Victorio Macho con su chalet y tallerón (1953), o la Diputación provincial con su llamativa residencia de ladrillos rojos (1990).
El problema es que la arquitectura contemporánea multiplica en el Casco Histórico un modelo que desde la postguerra se ha venido generalizando: la construcción de volúmenes cúbicos de amplias proporciones y de fachadas que multiplican los vanos con una distribución y ritmos que rompen la estructura tradicional o histórica de los perfiles y vistas urbanas. Me dirán que desde el Renacimiento se realizan estas estructuras, pero es cierto que sólo se limitaban a edificios públicos de entidad (Hospitales, Alcázar, Universidad…), mientras que el caserío residencial seguía modelos que Jean Passini ha estudiado tan acertadamente desde la Alta Edad Media y que se basan en una reutilización constante de edificaciones anteriores, en las ordenanzas municipales medievales y en unos usos –aquí subrayamos la necesidad de los oficios y profesionales especializados- y costumbres tradicionales.
Hoy la utilización de nuevos materiales, la incorporación de estándares de bienestar en las viviendas y edificios o el ahorro energético, hace que volúmenes, superficies, texturas o elementos arquitectónicos presenten múltiples posibilidades y permitan avanzados diseños, tal como nos decía en estas páginas el arquitecto Tomás Rubio en relación a los paneles fotovoltaicos.
¿Queremos tener una ciudad múltiple que ha querido incorporar aportes contemporáneos? Pues hagámoslo con calidad. Es innegable que el aporte contemporáneo forma parte del devenir lógico de una ciudad. Pero, enriquezcamos nuestro legado, no caigamos en el feísmo que el propio Ayuntamiento promovió y permitió en el mismísimo Corral de Don Diego, junto al que ahora se reclama como una de las joyas de la ciudad: El salón rico de los Trastámara. Pero, repito, habremos roto definitivamente lo que los modernos llaman el skyline, que en nuestro caso hemos tardado más de mil años en obtenerlo como exclusivo. El respeto a la legalidad, la inteligencia y el buen gusto deben priorizarse frene a las ilegalidades oportunistas, la racanería inversora o el mal gusto.
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