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Antonio Lázaro es un escritor conquense, conquense de pura cepa, pero que lleva ya largo tiempo apegado a Toledo. Es autor de una obra profusa, que comprende poesía, cuentos, novela, ensayo literario, guías de su ciudad natal y de Toledo, además de ediciones de diversos temas.
Es un especialista de la figura del poeta Jorge Manrique. De los géneros que ha cultivado, el que ha tenido más éxito, editorialmente hablando, es el de la novela. Seis son las que ha publicado: El balcón, El club Lovecraft, Memorias de un hombre de palo, La cruz de los ángeles, Los años dorados y Vuelve Cthulhu. Algunas de ellas reeditadas, publicadas por prestigiosos sellos editoriales: Martínez Roca, Suma de Letras o Planeta. Su primer gran éxito lo obtuvo con El club Lovecraft. Ahora ha vuelto al tema con su nueva Vuelve Cthulhu.
El club Lovecraft trata de un colectivo toledano, llamado así, prendado por el escritor norteamericano Howard Phillips Lovecraft (1890-1937), autor de obras de terror y ciencia ficción, que nació y murió en Providence, estado de Rhode Island. Fue el creador de los Mitos de Cthulhu, el personaje de un horror cósmico que dominará la Tierra.
En uno de los relatos de estos Mitos se le describe como “un monstruo de contornos vagamente antropoides, pero con una cabeza de pulpo cuyo rostro era una masa de tentáculos, un cuerpo escamoso que sugería cierta elasticidad, cuatro extremidades dotadas de garras enormes, y un par de alas largas y estrechas en la espalda”.
También Lovecraft alude a un códice ficticio ideado por él mismo, el Necronomicón, del que dijo que uno de sus ejemplares se encontraba en Toledo. Estos enamorados de la figura lovecraftiana, que persiguen el ejemplar del Necronomicón, se reúnen en la cueva de una librería toledana, comunicada secretamente con el subsuelo de la Catedral, parte esotérica bajo lo de arriba, lo exotérico, con sus canónigos, sus fieles, sus tenderetes de recuerdos. En el subsuelo catedralicio es donde realiza sus maldades Cthulhu. Esa cueva no es invención del novelista Antonio Lázaro. Existe como espacio adjunto a una verdadera librería.
El escritor alcarreño José Esteban, que aunque es ya muy mayor aún sigue vivito y coleando en sus 90 años, un día me dijo, muy convencido, que una ciudad no existe mientras no rea rescatada por la literatura. En efecto. Una Lisboa muy palpitante surge desde las páginas de El año de la muerte de Ricardo Reis, de José Saramago, al igual que Albacete se conforma vivaz en el libro de memorias de Antonio Martínez Sarrión, por poner dos ejemplos notables.
La ficción de Antonio Lázaro consigue que paseemos por Toledo, auténticamente, a través del libro
El club Lovecraft no es el primer caso donde la ciudad del Tajo se recrea. Siempre hay que citar a la ‘Ángel Guerra’ galdosiana. Y en cine, a la Tristana de Luis Buñuel. Pero la ficción de Antonio Lázaro consigue que paseemos por Toledo, auténticamente, a través del libro.
Vuelve Cthulhu, publicada por Amazon, sin desmerecer su originalidad, en realidad actualiza la primigenia El club Lovecraft, donde la antigua trama se resuelve en una fantasía maravillosa y consoladora. El relato se sitúa en el tiempo presente, y el desenlace llega a su sorprendente final no sin antes reproducir por entero la primera novela, pues las antiguas ediciones están agotadas y el nuevo lector tiene así la oportunidad de conocer, por completo, la historia. Todo sucede después de la pandemia, encajando la acción por medio de los personajes idóneamente contrapuestos.
Entonces, el mundo, como queda escrito en esta obra, “resulta que se había convertido en un parque temático, pero no disneyano, sino lovecraftiano”. Lázaro hace resucitar a un personaje, el periodista y literato Bruno Dampierre, hibernado en la anterior narración y que resulta ser uno de los personajes más destacados en el meollo de lo contado.
Yo no voy a hacer crítica de esta estupenda entrega. Solo quiero dialogar un tanto con los rincones de Toledo que el autor hace exhibir. Yo he vivido en Toledo durante largo tiempo. Aunque yo no sea natural de Toledo (si bien mis dos primeros años los cumplí ya en Toledo), me sumo al dicho de Max Aub: “Se es donde se hace el bachillerato”, es decir, donde se vive la adolescencia. Detesto ese absurdo apotegma que enuncia que no se es de donde naces sino de donde paces. Me parece un dicho detestablemente falangista.
Toledo, en la novela, se dice que es, fundamentalmente, literatura, hecha de “historias, sucedidos, relatos, orales y escritos, narrados y filmados”. La mejor literatura, manriqueña, celestinesca, teresiana, sanjuanesca, quijotesca, etc., está ubicada en “las rúas del viejo Toledo” y en el entorno de los “chapiteles del Alcázar y la torre de la Catedral, los dos colosos representantes del poder temporal y del eterno”.
El libro rememora locales de negocios desaparecidos y afluye a otros actuales. Entre los primeros, el Casón de los López, en la calle de la Sillería, muy próxima a Zocodover, que era bar y restaurante y hoy es una empresa de alojamientos turísticos
El libro rememora locales de negocios desaparecidos y afluye a otros actuales. Entre los primeros, el Casón de los López, en la calle de la Sillería, muy próxima a Zocodover, que era bar y restaurante y hoy es una empresa de alojamientos turísticos. Como recuerda Antonio Lázaro, allí se podía desayunar “en un patio saturado de símbolos”.
Sin embargo, el libro también se para en la cervecería La Abadía, al terminar la calle de la Sillería, en la calle Núñez de Arce; es muy antiguo pero sigue abierto. Aparece también el magnífico ventanal del torreón del Alcázar donde se ubica la cafetería de la Biblioteca Regional. Las vistas desde allí, naturalmente son espléndidas. Por supuesto que el muy decano bar Ludeña entra en escena, aludiendo a sus inigualables carcamusas.
Cuando voy por la calle Ancha siempre pienso, sin errar, que no queda ninguna de las tiendas que había de cuando yo moraba, desde chico, en Toledo. Quizá la papelería Ortega, no estoy seguro. Un entrañable sitio que ya no queda es la librería de lance Balaguer, en la calle de la Puerta Llana de la Catedral. Está nombrada en la novela. Yo compré en esta antigua librería una foto original de Casiano Alguacil, de San Juan de los Reyes, por el módico precio de 25 pesetas.
Un hotel de las afueras, ya extinto, cumple en el texto su papel; el hotel La Almazara, plantado en un viejo cigarral. Allí, además, se rodó, una película de Almodóvar. Es el hotel donde se aloja Bruno Dampierre y donde tiene lugar, en la novela, una escena crucial que no voy a desvelar para no hacer spoiler. “Al paso del taxi –leemos-, las luces del sendero de grava que conduce de la carretera al hotel se van encendiendo sincronizadamente.”
Yo recuerdo perfectamente la belleza de esas nieblas, sobresaliendo, solemnes, las cúpulas toledanas sobre esas nieblas
Eso era así con exactitud. Yo conocí el hotel llevado por una amante. Se hablaba de que La Almazara era un hotel de líos. Lo cual no era total sino parcialmente cierto. Le tomé gusto a esas habitaciones desde las que se contemplaba una panóramica deslumbrante de Toledo; o, por mejor decir, varias panorámicas según la hora de la luz, todas muy bellas. Acabé yendo a La Almazara con harta frecuencia. Era mi alojamiento en Toledo hasta que se cerró. Vivían mis padres, que en paz descansen, en la Ciudad Imperial, en un viejo barrio periférico, en 'Corea', pero yo prefería ir a mi aire en La Almazara.
Y una constante que trasiega mucho el volumen es la niebla de Toledo. Yo recuerdo perfectamente la belleza de esas nieblas, sobresaliendo, solemnes, las cúpulas toledanas sobre esas nieblas. El serbio Tomislav, el personaje malo de El club Lovecraft, cata estas nieblas, donando al libro unas macabras secuencias góticas: “Tomislav camina entre jirones de una niebla ligera que va cayendo sobre los callejones. Es solo un anticipo de las grandes nieblas que se apoderan de Toledo en noviembre y diciembre, creando imágenes de ella suspendida en una nube como una ciudad fantástica o un espejismo de viajeros febriles”.