La primavera más atípica en la ecoaldea de León, confinada entre montañas
Matavenero, la ecoaldea perteneciente al municipio de Torre del Bierzo, acaba de cumplir 30 años desde la refundación protagonizada por el movimiento 'Rainbow'. Daniel Peña va camino de hacer 10 desde que dejó de lado su vida en Asturias para asentarse en este pueblo en medio de la montaña, a la que no llega la carretera, a una hora de trayecto de los principales núcleos cercanos. La localidad en la que perdura el espíritu 'hippie' de sus repobladores debería estar a estas alturas de la primavera recibiendo a curiosos y visitantes, cuyo paso ha quedado vedado por una crisis sanitaria que vacía las calles de las ciudades y también cambia las costumbres hasta de los lugares más recónditos de la provincia.
El coronavirus no ha entrado en Matavenero, donde sus poco más de medio centenar de habitantes restringen al máximo las salidas para limitarlas a las compras obligadas, un camino que pasa por una pista antes de conectar con las carreteras que les conducen a Ponferrada, Bembibre o Astorga, a una hora de distancia cada una de ellas. El confinamiento obligado por la aplicación del estado de alarma también se nota en el pueblo, dice Daniel Peña, que escucha sonidos de saxofón o tambor del interior de las casas cada vez que lo atraviesa para dirigirse a sus colmenas de abejas. “La gente está leyendo muchísimo”, cuenta por teléfono en uno de los puntos de cobertura wifi que permite una comunicación más fiable, aunque con cierto retardo.
Matavenero celebró en septiembre el trigésimo aniversario de la repoblación de una aldea abandonada en los años sesenta que se convirtió en un refugio lejos de los ritmos de ciudades que crecían por el éxodo rural. “Oí hablar del lugar. Fui a visitarlo tres días y volví enamorado. Quise ver cómo era vivir en la montaña, sin coches en las calles, con animales salvajes y cultivando verduras”, cuenta Peña, un palentino que combinaba la carpintería y una compañía de teatro en Asturias hasta que se trasladó, en septiembre hará 10 años, a la aldea berciana.
“El pueblo está todo verde, hirviendo de vida”, pero el ambiente tiene un punto “desolador”
Matavenero debería estar celebrando ahora el milagro de la primavera. “Todo está verde. El pueblo está hirviendo de vida”, dice este vecino al pedirle por teléfono que traduzca en palabras la fotografía del lugar. Pero el ambiente tiene un punto “desolador”. En otras circunstancias, ya se dejarían caer deportistas, excursionistas y mochileros, algunos de los cuales se quedarían unos días en el albergue abierto con donativos con ocho plazas de capacidad que sirvió de improvisado refugio a tres peregrinos que se vieron atrapados con la declaración del estado de alarma hasta que encontraron la forma de regresar a sus casas.
Fueron estos tres peregrinos los únicos 'visitantes' desde el comienzo de la cuarentena a mediados del pasado mes de marzo. “Nosotros somos muy conscientes de la situación. Y hemos pedido cautela a la gente”, zanja Peña tras confesar que “infinidad” de personas les preguntan cómo se vive el confinamiento entre montañas y asegura que están recibiendo “más empatía de lo normal” en esta situación singular. La respuesta es sencilla. “Casi todos tenemos animales y cosas que hacer. Quien más o quien menos tiene abejas, caballos, cabras...”, señala.
Si lo que subyace detrás de ese interés es una hipotética corriente de regreso al campo tras una crisis sanitaria que se ha despachado mejor en el campo que en la ciudad, Daniel Peña ejerce de abogado del diablo: “Se está romantizando la vuelta al campo sin tener en cuenta el trabajo que supone”. Él aprovechó un curso de apicultura realizado en su día en Gijón para poner unas colmenas y contar con una pequeña producción en una localidad en la que todavía se estila el trueque. También tuvo huerta, pero la aparcó para completar a través de tutoriales y plataformas estudios de diseño gráfico ahora alterados por la pandemia.
La COVID-19 ha afectado también a las clases del puñado de chavales en edad escolar que residen en Matavenero. Unos van al colegio a Matachana (Castropodame), cerrado desde el comienzo del estado de alarma. Otros recibían las lecciones en la escuela propia del pueblo, también clausurada por el coronavirus. Así que ahora más que nunca prima el homeschooling. “Se trata de enseñar a los niños en casa”, cuenta Peña al repasar las condiciones de unas familias sin apenas perfiles de riesgo con solo un par de vecinos por encima de la edad considerada como más vulnerable al virus.
No todos los vecinos están pasando en el pueblo esta situación excepcional. Una docena de ellos salieron a trabajar, bien en el lúpulo en la Ribera del Órbigo o como esquiladores en Galicia, una situación “habitual” en esta época del año. “No ha sido una excusa. A lo mejor la gente se piensa que nos pasamos por alto el confinamiento y tiene envidia. Pero nosotros, si no salimos a atender a los animales, estamos en casa”, cuenta Peña, que se recuerda engrasando cadenas de bicicleta en vísperas de la primera salida permitida de los niños el pasado 26 de abril.
Más allá del uso de guantes y mascarillas cuando salen a comprar, la visita de voluntarios de Protección Civil y el interés del alcalde y del pedáneo, Matavenero se adapta a una situación excepcional con toda la normalidad posible. Ahora que la localidad pasará este lunes a Fase 1, ¿hay temor a que se relaje el confinamiento y aparezcan visitantes? “No sabemos qué va a ocurrir. Si se da el caso, nos reuniremos en asamblea para tomar una decisión”, responde Daniel Peña, que asegura que los vecinos están “enganchados a la radio” para conocer noticias como la que este viernes confirmó la transición de fase.
Ahora que cada uno piensa qué será lo primero en hacer cuando pase esta situación, Peña no tarda en esbozar una contestación, entiende que compartida por sus habitantes: “Todos tenemos muchas ganas de tomar una cerveza y darnos un abrazo”. Y su respuesta seguramente no diferirá mucho de la que podría darse en cualquier otro rincón del mundo.
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