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Del Besòs a Gamonal: radiografía de los barrios rebeldes

Solar en el barrio barcelonés de Vallcarca

Oriol Solé Altimira

¿Qué une a los barrios del Besòs de Barcelona, al Gamonal de Burgos y a la favela Monte Azul de São Paulo? Pier Paolo Pasolini diría que todos ellos son “barrios corsarios”. Un grupo de geógrafos y antropólogos ha interpretado la expresión del cineasta italiano y los ha definido como “barrios populares, periféricos y relativamente marginales, objetos de políticas de mercantilización de su espacio, su tiempo y sus rasgos”. El análisis de nueve conflictos entre vecinos e instituciones políticas y económicas de ciudades como Barcelona, Madrid, Burgos o Guadalajara (México) queda recogido en las 250 páginas de Barrios corsarios (Pol·len, 2016), que se presentó el pasado jueves en Barcelona.

“Ser un barrio periférico no sólo tiene una implicación urbanística o espacial, también tiene un componente simbólico. En cuento puede, escapa de las directrices del núcleo”, resume el antropólogo y coordinador del libro, José Mansilla, del Observatorio de Antropología del Conflicto Urbano (OACU).

El conflicto del barrio burgalés de Gamonal ocupa uno de los capítulos centrales del libro. El rechazo vecinal rotundo al bulevar de la calle Vitoria no se circunscribía a una obra innecesaria en un momento de escasez económica. “Sirvió como reivindicación contra el más amplio contexto de crisis, como símbolo material y cercano de un fenómeno más abstracto y complejo”, señala la profesora de la Universidad Complutense de Madrid y autora del capítulo, Alba Arenales. De ahí que la rabia de los manifestantes se dirigiera tanto a casetas de la obra como contra sucursales de bancos.

Pero si el conflicto de Gamonal salió hasta en el New York Times fue, a juicio de la autora, por el carácter y la historia del barrio. Así, Gamonal tiene una “identidad social de barrio” basada en la relación de conflictos de su mismo espacio urbano y con los propios de la clase obrera que vive en él. “Se trataría de un espacio que tiende a escapar de la dicotomía entre público y privado para configurarse como espacio vecinal”, concluye la autora.

El otro factor fueron las formas de acción colectiva –manifestaciones y disturbios, pero también un periódico, una ocupación y obras de teatro–, que reforzaron las redes informales y de solidaridad entre activistas y vecinos. El 'nosotros' contra 'ellos'. “La represión policial no produjo una desmovilización, sino que fomentó los lazos identitarios del movimiento”, sostiene Arenales. Los vecinos, así, pertenecen al barrio y el barrio les pertenece al mismo tiempo porque es un espacio que ellos mismos han construido.

Pero los barrios no sólo se configuran a través de la clase social de sus vecinos. El libro también analiza la relación entre los barrios madrileños de Chueca y Lavapiés. El primero como “barrio gay”, mientras que el segundo como “nuevo barrio LGTB”, en el que sus vecinos y visitantes no se sienten parte de la misma comunidad “pese a compartir minoría con y los de Chueca”, en palabras del antropólogo Ignacio Elpidio Domínguez Ruiz.

La obra también analiza las relaciones entre centro y periferia a través de los distintos gobiernos de las ciudades. Con el caso del movimiento vecinal del Poble-sec, se traza el apogeo y el ocaso de la organización vecinal. La Barcelona de Porcioles y el tardofranquismo –una ciudad densamente poblada, una fuerte presencia de clase obrera industrial, déficits de vivienda y servicios públicos– era una ciudad “donde los vecinos habían perdido la calle como punto de referencia”, en palabras del historiador Arnau López.

Recuperar la calle fue el primer paso para recuperar la ciudad, y, de paso, empujar para recuperar las libertades. De ahí que los movimientos vecinales se consideren actores importantes durante la Transición. “Otro barrio que despierta”, fue el titular del Diario de Barcelona de junio de 1973, cuando se constituyó la asociación de vecinos del Poble-sec.

La llegada de los ayuntamientos democráticos se tradujo en el Poble-sec en la apertura de equipamientos, centros cívicos, y la remodelación de plazas siguiendo las premisas de los vecinos, lo que el geógrafo y teniente de alcalde de Barcelona entre 1983 y 1995, Jordi Borja, definió como “urbanismo ciudadano”.

“Hostilidad institucional”

Pero la luna de miel entre vecinos e institución duró poco en Barcelona. Los autores describen procesos de “hostilidad institucional” del Ayuntamiento hacia las asociaciones de vecinos, que unido a su desmovilización y a la captación de algunos de sus líderes por parte del consistorio propiciaron la crisis que sufrió el movimiento vecinal barcelonés a partir de mediados de la década de los 80.

Precisamente la crisis de las organizaciones vecinales, a juicio de los autores, provocó un cambio de políticas públicas: del urbanismo ciudadano se pasó, a partir de la nominación de Barcelona como ciudad olímpica, a una estrecha relación entre el Ayuntamiento y el sector privado. Y ahí los barrios fueron escenario de conflicto, como ocurrió en octubre de 1990 en la “intifada” del Besòs, un “motín urbano”, en palabras del antropólogo Manuel Delgado.

Los vecinos de este barrio fronterizo entre Barcelona y Sant Adrià impidieron el inicio de unas obras y se enfrentaron a la policía. Nadie les había consultado si querían formar parte de la Barcelona olímpica. Esta zona todavía es, a día de hoy, muy codiciada por los inversores inmobiliarios, y de hecho es una de las prioridades urbanísticas del actual gobierno municipal.

¿Un cambio posible?

La colaboración públicoprivada en Barcelona continuó tras los Juegos, con el Fórum de las Culturas como principal exponente. Pero las consecuencias de la última crisis trajeron un nuevo despertar del movimiento vecinal. En el caso del Poble-sec, una asamblea de barrio potente del 15-M, numerosas entidades como el Ateneu la Base o la plataforma para salvar el teatro Arnau.

A nivel de ciudad, ese despertar culminó con la llegada de Ada Colau a la alcaldía. Los autores del libro sitúan a la alcaldesa en una encrucijada. “Puede ejecutar un auténtico jaque a sus clases populares o devolverles su dignidad histórica usurpada. Dependerá de la capacidad de construir otra ciudad, una ciudad que ya está aquí y que, esperemos, no se irá”, finaliza el epílogo del libro. Los barrios serán testigo y protagonista de esa disyuntiva.

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